Después que la gente se hubo saciado, enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El texto evangélico que hoy leemos comienza mencionando a la gente saciada por la multiplicación de los panes y concluye mostrando cómo los enfermos son curados por la palabra y los gestos de Jesús. Lo que queda en el medio del texto se enmarca, pues, en esta identidad de Jesús, presentado como la mano de la misericordia del Padre: Jesús es la presencia compasiva de Dios en medio de su pueblo.
Ahora bien, en contraposición a la alabanza que el texto de los Números ofrecía de Moisés –«el más fiel de todos mis siervos»–, el texto evangélico presenta a Pedro en toda su fragilidad: «le entró miedo, empezó a hundirse y gritó…». En verdad, si bien el evangelio nunca maquilló los defectos del primero de los apóstoles, no deja de resaltar, esta vez, su arrojo apasionado y la sencillez con la que reconoce su impotencia… Seguramente, tiempo después, al recordar la mano de Jesús sosteniendo la suya en el agua, Pedro habría podido recitar con el Salmo 18(17): «El tendió su mano desde lo alto y me tomó, me sacó de las aguas caudalosas».
Al pedir caminar sobre el agua, Pedro no debió querer igualarse a su Maestro, simplemente desearía acompañarlo y seguirlo también en la inestabilidad… Pues ¿hay algún seguimiento verdadero de Jesús en el que no se tambaleen nuestras seguridades?...
Por último, los cristianos hemos sido llamados en todas las épocas a prolongar la mano misericordiosa de Jesús para sostener, para acompañar, para cuidar a los demás en Su Nombre… Pero solamente reconociendo nuestra fragilidad y nuestra incapacidad para ello, solamente desde nuestra experiencia de ser levantados y sostenidos por Jesús podremos realizar esa misión…
«Señor, sálvame», es el sincero clamor de todo cristiano que necesita de la mano de Jesús que le levante para vivir y estar en pie. La misericordia se aprende a dar recibiéndola… ¿Qué puedes aprender hoy de estos Patriarcas de nuestra fe: el humilde Moisés y el audaz Pedro?