Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.
Al volver se la encuentra barrida y arreglada.
Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí.
Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Cristo es ejemplo de la unión más plena, tanto con la divinidad, como con la humanidad. Comenzando por la naturaleza humana, asumida de la santísima virgen María en la encarnación, su unión con Dios permaneció total, inalterable y de ella resulta una sola persona divina. Una persona que es Dios verdadero y hombre verdadero.
La encarnación del Hijo de Dios se realiza en forma de rescate para dar al hombre vuelos de eternidad. El lastre del pecado original impedía a las criaturas humanas despegar hacia las alturas de un horizonte infinito. Condicionado por las heridas del pecado, apenas encontraba fuerzas para conducir su vida con rectitud por los caminos terrenos y, en ellos, no se lograba saciar. Pero la omnipotencia divina salió al paso de los intentos vanos del hombre por ascender hacia donde se sentía impulsado, es decir, a la plenitud de unión con Dios. Esta era su meta: «Creó Dios al ser humano a imagen suya» (Gen 1, 27).
Pero el hombre no fue creado para vivir distanciado de Dios, sino unido a él: «Serás corona de adorno en la mano del Señor, y tiara real en la palma de tu Dios» (Is 62, 3). La redención se ha hecho por medio del abajamiento de Dios en la persona de la Palabra eterna: «Se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2, 8).
La unión perfecta de Jesús con Dios, buscando siempre la elevación del hombre, no la entendieron algunos de la multitud que asistieron a la expulsión de un demonio. Estos tales sentenciaron: «Por el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios echa los demonios». ¡Nada más lejos del discernimiento de Jesús! Otros, para ponerlo a prueba, le pedían, asimismo, un signo del cielo. No advertían que lo había ya realizado en aquel acto, indicador de la llegada del reino de Dios. La bondad de Dios es lo más opuesto a la maldad procedente el pecado de Belzebú y de sus secuaces que, con plena libertad, eligieron el mal del pecado.
Jesús no descansa en la llamada hacia el bien, a la unión con Dios y con el prójimo. Pone en guardia, sin embargo, frente a las fuerzas del mal, que saben unirse también para causar la ruina del hombre. Pero la victoria está conquistada por el Señor: «Tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneos firmes» (Ef 6, 13).



