En aquella hora Jesús se llenó de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Vamos caminando a Jerusalén y Jesús sabe, o imagina, lo que allí le espera. Ha dado muestras de su mansedumbre corrigiendo la ira de Santiago y Juan, nos ha explicado las condiciones necesarias para su seguimiento. Ha enviado a la misión de los setenta y dos y estos han regresado llenos de alegría después de experimentar que hasta los demonios se sometían ante el nombre de Jesús.
Y Jesús se llena también de alegría y comienza un hermoso canto de alabanza al Padre. Un reconocimiento al actuar de Dios. Un Dios que deja en la ignorancia de las cosas altas a los sabios, pero se las ha declarado y enseñado a los pequeños, a los sencillos, a unos discípulos sacados de las clases más bajas de la sociedad hebrea. Los discípulos no son letrados, sabios fariseos de clase alta, probos funcionarios del templo, sacerdotes o levitas. No. Ha puesto la sabiduría al alcance de unos rudos pescadores; ellos van a ser los depositarios del mensaje del Padre y los encargados de llevarlo al mundo, y Dios irá con ellos; o tal vez mejor dicho: en ellos.
A ellos van dirigidos los versículos 22 a 24; “y nadie conoce al Hijo, sino el Padre y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquellos a quien el Hijo quiera mostrarlo. Tres versículos muy hermosos que acaban muy esperanzadoramente: “muchos, profetas y reyes quisieron ver y escuchar lo que vosotros veis y escucháis”. Creo que estos versículos van dirigidos directamente a nosotros. ¿Cuántas veces creemos oír, pero no escuchamos, miramos, pero no vemos? Espero que Jesús, en su infinita misericordia, me mire, vea mi pobreza, y me enseñe a ver al verdadero Dios, que, a veces, está escondido o mi torpeza me impide verlo.
¡Ojalá, como dice el salmo 71, podamos recuperar la paz; y el amor y la fraternidad estén siempre con nosotros!
¿Seremos capaces de entenderlo y vivirlo?



