En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como lo había prometido a nuestros padres - en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El Evangelio de hoy tiene una riqueza y una fuerza impresionante. Cada frase y cada palabra es una llamada de atención en nuestra vida cristiana. Me gustaría destacar tres cosas: la fe, la alegría y la disponibilidad.
María acaba de recibir el anuncio del ángel de que es la elegida para ser la Madre del Señor. Cree plenamente en Dios y en su Palabra, se pone en camino, aprisa, para ir con su prima Isabel. La fe no es sólo una afirmación ciega a un dogma o a todo lo que nos han enseñado. La fe es una experiencia profunda y gozosa del Dios vivo y verdadero que nos hace superar cualquier dificultad y que nos pone en camino para proclamarla y compartirla con los demás.
La experiencia de sabernos “habitados” por Dios, de saber que Él está con nosotros y nos ama, que nos elige a pesar de nuestra pequeñez y debilidad, nos hace salir de nosotros mismos e ir a los demás. Deberíamos preguntarnos cómo es nuestra fe. ¿Es una experiencia gozosa, aunque no privada de sufrimiento, que nos hace dar testimonio del Dios que nos ama y nos salva? ¿O por el contrario, es la confesión, sin compromiso, de un credo?
En segundo lugar, la alegría es la “nota dominante” en esta “sinfonía evangélica”. María proclama jubilosa la grandeza del Señor, se alegra su espíritu en Dios, su salvador, porque ha hecho obras grandes en ella, en los pequeños, en los humildes, en los que no cuentan…Se alegra Isabel, que en cuanto escuchó y vio a María, se llenó del Espíritu Santo y, a voz en grito, bendijo a su prima. Se alegró el pequeño Juan, que saltó de gozo en el vientre de su madre. La experiencia de Dios nos llena de alegría. Una alegría que se comparte y se contagia. ¿Somos cristianos alegres que hacemos presente, en nuestro entorno, la alegría de Dios?
Y por último, la experiencia de Dios conlleva la disponibilidad. María se puso en camino y fue aprisa para ayudar a su prima, para proclamar las grandezas de su Dios. El cristiano es “portador de Dios”, debemos ser imagen de Cristo: sus manos, sus pies, su voz, su mirada, para que todos puedan contemplarlo y llegar a Él a través de nosotros. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en nosotros: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Señor, tú eres mi Dios y salvador; confío en ti y no temo porque tú estás conmigo. Te doy gracias porque haces obras grandes en mí y a través de mí cuando soy dócil a tu voluntad y me dejo trabajar y modelar por tu Espíritu. Por eso exulto y me alegro contigo y quiero proclamar tu amor, tu misericordia y grandeza a todos los que me rodean.