Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Culmina el Discurso de despedida de Jesús con esta impresionante oración por sus discípulos, y concretamente en el evangelio de hoy, por aquellos que creerán como fruto de la evangelización posterior. Jesús ora por todos y cada uno de nosotros. ¡Las palabras que dirige al Padre son por mí, por ti! Le pide que seamos uno, como el Padre y él son una misma cosa, que sepamos que es el enviado y conozcamos el amor de Dios por cada uno y cada una.
Una maestra muy joven estaba sentada en la playa con un grupo de niños y niñas pequeños. Por turnos se ponían delante de ella para que les dibujara con el dedo, en la espalda, lo que cada uno le pedía. Todos reían y se divertían, hasta que se hizo el silencio cuando una niña le pidió que dibujara a Dios. La profesora, decidida, dibujó un enorme corazón y les dijo: “yo no conozco cómo es Dios, pero conozco su corazón y le encanta querernos, sobre todo a los niños”. No sé si habrá muchas homilías más potentes que esa imagen.
Este texto me evoca otra imagen muy reciente, la del nuevo Papa León XIV, recién elegido, ante la multitud de la plaza y de todo el mundo, y sus palabras que clamaban con voz potente por la Paz, en un mundo asolado por guerras, muertes y sufrimiento, y también apelaba a la necesidad urgente de una Iglesia unida, capaz de ser un signo de unidad y comunión en una realidad fragmentada. Ya de espaldas, alejándose del balcón central del Vaticano, la escena era impactante ¡cuánto peso sobre la fragilidad de un ser humano! Quise dibujarle un enorme corazón, que se sienta siempre profundamente acompañado y amado por el Señor.
Jesús ora al Padre, sintiendo también todo el peso de la cruz que ya le llega: “te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tu me enviaste”. Jesús no pide cualquier unidad, no habla de uniformidad ni de destruir las diferencias, sino de permanecer unidos a Él, como Dios Trinidad es uno, en unión y amor, siempre en diálogo y relación. Y la finalidad no es encerrarse en la felicidad de esa unión, sino ser testimonio ante el mundo de Jesús y del amor de Dios.
No habrá paz si no aprendemos a vivir y convivir unidos, profundamente conocedores del amor de Dios por cada uno y por todos, apasionados por anunciarle y ser signo de paz y fraternidad.