En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Uno de los rasgos de la pedagogía de Jesús al enseñar fue utilizar imágenes que nos interpelen y nos sacudan por dentro. No pretendía que esas imágenes fueran tomadas literalmente, eso sería quedarnos en la superficialidad de las cosas, sino que nos ayudaran a cuestionarnos y abrirnos al Dios de la Misericordia para vivir en plenitud nuestra vida. Decía Nelson Mandela: «Lo que cuenta en la vida no es el mero hecho de que hayamos vivido; es la diferencia que hemos hecho en la vida de los demás lo que determinará el significado de la vida que llevamos.»
Las palabras y la vida de Jesús siempre son una invitación a ir más allá. A superar la proporcionalidad de la norma con la sobreabundancia de la justicia. La manera de detener la violencia no es devolver violencia. Esta enseñanza nos la trasmite la comunidad de Mateo que ha sufrido violencia y persecución, desde esa experiencia, nos habla de reconciliación, perdón y fraternidad.
En la Eucaristía del comienzo de su ministerio pastoral, el Papa León, nos decía: «En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela!»
En el pasaje del evangelio de hoy Jesús no invita a vivir el amor con radicalidad, “hacer el bien”, renunciando a cualquier tipo de actitud de resignación o apatía, desplegando todas nuestras capacidades para que nuestro mundo plasme el ideal de Dios, que es el Reino así podremos decir con el salmista: «El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia!» (Sal 97,2)