2/7/25

03 DE JULIO : SANTO TOMAS APOSTOL

 





Apóstol del Señor, conocido principalmente por ser protagonista de un pasaje del Evangelio de San Juan en el cual primero duda de la resurreción del Señor y después lo reconoce. Según la tradición predicó fuera de los confines del Imperio romano, en Persia e India donde fundó la primera comunidad cristiana

 El apóstol Tomás aparece dentro de la homogeneidad del cuadro elegido por los sinópticos y por el libro de los Hechos (Mc 3, 13-19 y par.: Hch 1, 13) con alguna variante: emparejado casi siempre con Mateo y, en una ocasión (en el libro ele los Hechos), con Felipe. Esta homogeneidad la rompe el cuarto Evangelio por dos razones: en primer lugar, porque, a excepción de Felipe (Jn 1, 43), ninguno de los apóstoles es llamado directamente por Jesús; teniendo como punto de partida aquellos dos que le seguían, procedentes del discipulado del Bautista, y acuden a él invitados unos por otros. Y, en segundo lugar, porque el Evangelio de Juan toma aparte a alguna de las figuras sobre las que hace recaer un significado especialmente importante. Esto ocurre con Felipe, a modo de ejemplo, y sucede también con nuestro apóstol Tomás, el didimo- o mellizo, que es la traducción griega del nombre hebreo o arameo 'Tomás.

Vamos a morir con Él

Expondremos, en primer lugar, los aspectos destacados por el cuarto Evangelio a propósito de la figura que ahora nos ocupa. Aparece por primera vez en el último tramo de la vida de Jesús, cuando el maestro se decide a subir a Betania para -despertar- a Lázaro (Jn 11, 16). Los seguidores de Jesús manifiestan su desacuerdo ante la decisión que él les acaba de comunicar: -Los discípulos replicaron: "Maestro, hace bien poco que los judíos quisieron apedrearte. y a pesar de ello, ¿quieres volver allá?" La situación embarazosa creada por la decisión tomada por Jesús y los peligros que la misma entrañaba, según la valoración hecha por los discípulos, es superada gracias a la intervención de Tomás, que dice a sus compañeros: "Vamos también nosotros para morir con él"- (In 11. 16).

Este texto merece unas observaciones que juzgarnos importantes:

Es la primera vez que el Evangelio de Juan habla del sufrimiento de los apóstoles a causa del seguimiento de Cristo. Nos hallamos ya muy próximos a los relatos de la pasión. Los discípulos deben familiarizarse con ella, al menos, oír hablar de un acontecimiento doloroso que constituirá el fin de la vida de Jesús. En los sinópticos, Jesús ya había hablado, y frecuentemente, de este final trágico; no así en el Evangelio de Juan.

¿Las palabras de Tomás tienen un sentido más allá de su apariencia, que consistiría en demostrar la lealtad y fidelidad al maestro en un momento tan difícil como el que se cernía sobre él? El interrogante se halla justificado por la interpretación que acaba de hacer Jesús de la muerte de Lázaro: Va a -despertar- -eufemismo que significa resucitar- a Lázaro y ello servirá para que vosotras creáis. No podemos suponer que Tomás comprendiese entonces lo que Jesús acababa de decir. Pero su intervención tiene una clara segunda intención, como lo demuestra el texto que analizaremos a continuación.

Muéstranos el camino

En el discurso de despedida afirma Jesús que ya saben el camino para ir donde él va. En este momento tiene lugar la segunda intervención de Tomás: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino? Jesús le respondió: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí..." La intervención de Tomás (Jn 14, 5-6), igual que la de Felipe (Jn 14. 8-10) y la de judas (Jn 11, 22-24), en este capítulo de despedida, es funcional. Las preguntas que hacen tienen la finalidad de obligar a Jesús a pronunciarse con toda la claridad posible sobre temas decisivos. Ahí reside su funcionalidad. Los otros discípulos no sabían ni más ni menos que ellos. Estaban todos al mismo nivel. No sabían en absoluto de qué iba la cuestión. Se trata de los interrogantes que deben hacerse todos los discípulos o seguidores de Jesús.

La pregunta de Tomás, que es quien ahora polariza nuestra atención, tiene una profundidad singular: Los discípulos o, más bien, los seguidores de Jesús, y por consiguiente también Tomás, saben dónde va Jesús. A lo largo del Evangelio se halla claramente contestada su pregunta. La partida de Jesús es su retorno al Padre.

El desconocimiento del camino, afirmado por Tomás, lo manifiesta también Pedro: -Señor, ¿adónde vas...? ¿Por qué no puedo seguirte ahora...?- (Jn 13, 36-37). Estos seguidores de Jesús, que todavía no son discípulos -el verdadero discipulado de Jesús comienza con la fe en la resurrección y a partir de ella- están en el mismo error que los judíos: -¿Adónde pensará ir este hombre...? ¿Pensará suicidarse? (Jn 35-36; 8, 22). Jesús ilumina aquella ceguera afirmando, para los que quieren ver, que la fe, el conocimiento del camino de la salvación, es el mismo que ha recorrido el Salvador. Sólo cuando el discípulo conoce el camino del enviado celeste -el retorno victorioso del mundo de los muertos a la plena luz de Dios- puede conocer su propio camino para escapar a la muerte.

El Salvador es, en su propia persona, el camino y la meta, la única posibilidad de acceder al Padre, porque él es el camino, la verdad y la vida. Fuera de él no existe ningún redentor, enviado o revelador.

¡Señor mío y Dios mío!

Evidentemente Tomás, en el momento de la vida terrena de Jesús, no pudo entender el significado tan profundo de estas palabras. Pero la “coacción”, que hizo a Jesús para explicarse de este modo fue la infraestructura sobre la que posteriormente construyó su fe. De momento, desconcierto absoluto, como lo pone de relieve la aparición del resucitado, en ausencia de Tomás, y las exigencias manifestadas a sus compañeros cuando le contaron que habían visto al Señor.

El evangelista subraya la identidad del resucitado con el crucificado. El testimonio de los ángeles, los encuentros y apariciones y, en especial, las exigencias de comprobación por parte de Tomás, son de sumo interés. De ellas se deduce que el resucitado y el crucificado son el mismo, aunque su forma de vida sea diversa. Ambos aspectos son igualmente importantes. De ahí las exigencias de ver y palpar los agujeros de las manos y del costado: insistimos en el interés del evangelista por certificar la identidad. Era imposible reconocer al resucitado: creen ver un fantasma; un viandante cualquiera, el jardinero. Estas apreciaciones subrayan la diversidad en su nueva forma de vida. La resurrección de Jesús no es la vuelta de un cadáver a la vida, sino la plena participación en la vida divina por un ser humano.

El contacto físico con el resucitado no pudo darse. Sería una antinomia. Como tampoco es posible que él realice otras acciones corporales que le son atribuidas, como correr, pasear, preparar la comida a la orilla del lago de Genesaret, ofrecer los agujeros de las manos y del costado para que sean tocados... Este tipo de acciones o manifestaciones pertenece al terreno literario y es meramente funcional: se recurre a él para destacar la identidad del resucitado. del Cristo de la fe, con el crucificado, con el Jesús de la historia.

También intenta poner de relieve el autor del cuarto Evangelio la confesión adecuada de la fe cristiana al citar las palabras de Tomás: Señor mío y Dios mío. Tomás es presentado como representante ele los que no quieren creer sin ver. Vencida su increencia, el evangelista nos lo presenta como modelo de fe. Son sus palabras las que recogen la auténtica confesión de la fe cristiana. En sus palabras, el Evangelio de Juan alcanza su cota más elevada: el reconocimiento de Jesús como Señor y Dios. Con esta claridad sólo se había hablado en el prólogo: la Palabra era Dios (Jn 1, 1). De esta forma todo el Evangelio queda -incluido- nos referimos a la figura literaria llamada “inclusión”, por repetir al principio y al fin lo que es desarrollado en el medio entre ambos- entre estas dos afirmaciones o confesiones de fe. El protagonista es el Hijo de Dios, y la fe descubre esta realidad en un ser humano como nosotros. Él es la última y definitiva intervención de Dios en la historia.

Hechos y Evangelio de Tomás

En el terreno de la hagiografía legendaria merecen especial mención las Actas o Hechos de Tomás, compuestas probablemente en la segunda mitad del siglo tercero en Edesa (Mesopotamia), centro importante del cristianismo en el Oriente. Nos cuentan la predicación de Tomás en Siria, Persia y la India, donde habría sufrido el martirio en Calamina. Los actuales cristianos de rito malabar en la India se precian de haber sido evangelizados por Tomás. En dichas Actas se intentaba justificar los pensamientos gnósticos con la autoridad apostólica. En forma novelada nos cuentan la conversión del mundo material en espiritual. Las influencias gnósticas se encuentran especialmente en las partes poéticas. Pueden ser utilizadas para la reconstrucción del contexto teológico-religioso de la época.

En cuanto al Evangelio de Tomás fue descubierto en el gran complejo de una biblioteca gnóstica el año 1946 en Nag Hammadi (Egipto). Está compuesto por una colección de 114 palabras-sentencias-parábolas de Jesús. En su versión griega se remonta al siglo II. Es claramente de tendencia gnóstica y surgió sobre la base de otras corrientes literarias menos gnósticas. Entre ellas habría que contar con alguna otra colección como la atribuida a Santiago, el hermano del Señor, y otra fuente semejante a la O, presente en los Evangelios de Mateo y de Lucas, y con referencias a las padres de la Iglesia, a los evangelios apócrifos... Su contenido: bienaventuranzas, ayes o imprecaciones, diálogos, parábolas, duplicados, es interesante para la comparación con los Evangelios canónicos frente a los cuales ofrecen variantes importantes. Éstos influyeron, sin duda, en aquél.

Felipe F. Ramos

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),

EVANGELIO JUEVES 03-07-2025 SAN JUAN 20, 24-29 XIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».

Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».

Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».

Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

                            Es palabra del Señor

REFLEXION

Hoy, en la fiesta de Santo Tomás, el evangelio nos presenta el encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos y de forma especial con el apóstol Tomás.

Todos tenemos en mente la actitud expresada por él, ante la noticia de la Resurrección contada por los discípulos que estaban en el cenáculo, cuando Jesús se hizo presente. Lo que Tomás expresa ante tal noticia, - (recordemos que Tomás no estaba en el grupo) -, lleva una carga de profundo escepticismo, quizás hasta de profundo dolor, desilusión que le impide creerlos, por el recuerdo del sufrimiento y muerte que contempló hace unos días sobre la persona del Maestro. Hay “algo” que no encaja ni en su mente, ni en su corazón.

Todo este contexto le predispone para formular su exigencia de pruebas tangibles, que reflejan una lucha interna que muchos de nosotros seguro conocemos en momentos concretos de nuestra vida.

La duda de Tomás no parece sea una muestra de incredulidad permanente, sino una expresión de lo que anida en su corazón y le lleva a “desafiar” al mismo Jesús. “Si no veo… si no toco… no lo creo”. 

A los ocho días, Jesús llega y se coloca a su nivel, donde puede hablarle de tú a tú. Esta cercanía, este cruce de miradas, que no recrimina ni reprende, provoca en Tomás esa gran exclamación de fe que el evangelio nos ha transmitido y que tantas veces los creyentes repetimos: “¡Señor mío y Dios mío!” Tomás se derrumba ante tanto amor y Jesús confirma su fe.

El evangelio termina con una mirada de amor universal y una promesa de bendición para el creyente de todos los tiempos: “Bienaventurados los que crean sin haber visto”. Es un recordatorio de que nuestra fe no depende de lo que vemos, sino de confía en las promesas de Dios. 

Hna. Virgilia León Garrido O.P.

Hna. Virgilia León Garrido O.P.
Congregación Romana de Santo Domingo

1/7/25

EVANGELIO MIERCOLES 02-07-2025 SAN MATEO 8, 28-34 XIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos.

Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.

Y le dijeron a gritos:
«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?».

A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron:
«Si nos echas, mándanos a la piara».

Jesús les dijo:
«Id».

Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y se murieron en las aguas.

Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados.

Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.

                      Es palabra del Señor

REFLEXION

Este texto del Evangelio de San Mateo plantea no pocas dificultades para los exégetas, pero tendríamos que ver, sobre todo, el intenso poder que el mal tiene en el mundo, en sus estructuras de poder y también en el corazón humano. En torno a él todo es muerte y desolación.

Tendríamos que distinguir entre los endemoniados que van al encuentro de Jesús y a la población que le pide que se vaya. Los primeros discuten con él, le enfrentan desde sus postulados y en el fondo dudan de sus propias oscuridades. Jesús acepta el desafío, les mira con compasión y les cura. Los demás tienen miedo y prefieren seguir viviendo con sus oscuridades, a las que están acostumbrados.

Este pasaje responde a nuestra propia realidad. Jesús pasa todos los días por nuestras vidas y no le asustan nuestras oscuridades, nuestras mediocridades y ciertamente graves pecados. Al contrario. Los encara mirando de frente a nuestras conciencias, sin inquina, pero con insistencia.

Y nosotros, ¿qué hacemos frente a la mirada de Jesús? ¿La afrontamos, miramos para otro lado... o directamente le pedimos que nos deje en paz con ese mal que en el fondo también yo he construido con mi empeño u omisión?

 

«El hecho es que, si el mal no tiene sentido, la forma de enfrentarse a él y superarlo puede tenerlo. Hubo un tiempo en el que el sufrimiento podía entenderse como una "prueba" que había que superar, con vistas a una recompensa, en la tierra o en la eternidad. Pero Dios no tiene nada que ver con el sufrimiento. Dios solo puede "sufrir con el hombre que sufre" y abrir caminos de resistencia al mal. La forma de afrontar las catástrofes, la capacidad de luchar contra las enfermedades mediante la investigación, contra el hambre mediante la solidaridad, contra la soledad mediante el cuidado de los demás, forma parte de esta esperanza divina. Dios es un Dios de vida que quiere darnos su reino, y el mal no tiene la última palabra.»

(Adolphe Gesché, “El mal”)

D. Carlos José Romero Mensaque, O.P.

D. Carlos José Romero Mensaque, O.P.
Fraternidad “Amigos de Dios” de Bormujos (Sevilla)

Formo parte del laicado dominicano desde 2006 motivado por el estudio y devoción al Santo Rosario y el ejemplo de dos frailes. Soy doctor en Historia y en Artes y Humanidades (Teología) y tengo estudios teológicos como profesor de Religión que continúo. Mi actividad como predicador se centra en el estudio de la Historia de la Orden, la catequesis parroquial y la dirección de un programa semanal sobre el Evangelio en YouTube.