Para la Orden de Predicadores y la extensa Familia Dominica la solemnidad de Nuestro padre Santo Domingo es muy especial y, por ello, ha de tener una resonancia singular. Gracias a ella, por ejemplo, dominicos y dominicas tenemos la oportunidad de viajar a la cuna de nuestros orígenes.
Este viaje nos brinda la ocasión de realizar un redescubrimiento actualizador de nuestra identidad dominicana: somos hijos e hijas de Santo Domingo y mirar con sinceridad la figura de nuestro padre nos puede devolver, como un espejo, la verdadera imagen de quiénes somos. Por eso, aunque esta celebración sea de toda la Iglesia, dominicos y dominicas debiéremos prepararla y vivirla con especial cuidado.
Santo Domingo fue el hombre apostólico que recibió la gracia de la predicación como distintivo articulador de su seguimiento de Jesús. Predicar, en él, fue el quicio de un estilo de vida cristiana consagrado al servicio de la transmisión íntegra de la Palabra de Dios. Y esto lo hizo en su tiempo. Es decir, respondiendo a los retos evangelizadores que le tocó vivir: la ausencia de la predicación, reservada exclusivamente a los obispos, el evangelismo desviado de los herejes cátaros y albigenses, el boato de una Iglesia identificada con el sistema feudal, la falta de una buena formación…
Santo Domingo, en aquel horizonte, leyó con inteligencia los signos de su tiempo. La celebración de la solemnidad de nuestro padre ha de ayudarnos a discernir los de nuestro contexto para saber qué y cómo predicar hoy. Todo un reto.