Primera lectura
Lectura del Profeta Isaías 43, 16–21
Es palabra del Señor
Salmo
Salmo 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Segunda lectura
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 3, 8-14
Hermanos:
Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.
Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos.
No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo.
Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Iª Lectura: Isaías (43,16-21): Memoria liberadora
El texto de Isaías recuerda el momento culminante de la actuación de Dios en el AT: la liberación de Egipto. Aquí, lo sabemos, el pueblo esclavo recibió su identidad en su libertad. Ese es el credo de su fe que se repite de generación en generación. No hay cosa más grande para el pueblo de Dios que recordar esa hazaña liberadora divina. Pues bien, eso se quedará en mantillas ante lo que Dios tiene que hacer por nosotros, por la humanidad, por la historia. Y el Dios que promete una cosa, la cumple. Será ese lenguaje simbólico de la liberación, del paso del mar, del agua y el maná en el desierto, el que se use para anunciar lo nuevo que hará con nosotros.
Hacer memoria del pasado es bueno, no para la nostalgia, sino precisamente para renovarse. Eso es lo que el Deuteroisaías propone. Las raíces están precisamente en el pasado y no se puede cortar la trama de la historia de un pueblo, de una religión que es en esencia liberadora. Un pueblo sin historia es un pueblo sin raíces; pero la memoria, para ser auténtica, debe hacerse y leerse en clave profética, no precisamente jurídica o nostálgica. Cuando los cristianos leemos la historia de Jesús y la intervención de Dios en su vida, y muy especialmente en su muerte, hacemos memoria profética que muestra que el Dios de Israel, el de Egipto, no se ha dormido, sino que siempre está dando vida donde los hombres sembramos esclavitud o tragedias.
II ª Lectura: Filipenses (3,8-14): La experiencia verdadera del Señor
Este es uno de los pasajes más íntimos y personales del apóstol Pablo, nos habla de lo que supone para él “haber conocido a Cristo”; por Él todo le parece pérdida, por Él todo lo que en este mundo es relumbrón, le parece una nadería. Lo curioso es que un capítulo tan decisivo como éste de Filipenses se presta a unas ciertas dudas de autenticidad: ¿es de Pablo? ¿no es, más bien, otra carta distinta de lo que venimos leyendo en continuidad desde Flp 1,1-3,1a? Yo me inclino, claramente, por una carta distinta de la que se puede leer hasta 3,1a. Desde luego, el cambio de tono que se produce en 3,1b no es justificable con el tono entrañable de todo el texto anterior de la carta. Pero de ahí a pensar que Pablo no está hablando con estas palabras, las de la lectura de hoy, a mi entender, no se justificaría. Es un retrato muy personal, muy decisivo, de sus opciones, de su conversión, de cómo dejó de ser un fanático de la ley para ser un “enamorado” de Cristo, de su pasión y su resurrección. No tenemos una descripción de lo que Pablo sintió en su alma al “convertirse” y muchos autores nos dice que ésta es la mejor estampa de lo que el apóstol sintió en su alma al pasar del judaísmo al cristianismo.
Conocer a Cristo, su evangelio, vivir en el horizonte de la fe pascual es haber encontrado el sentido de su vida y de la felicidad por la que luchó en el judaísmo. Ahora, dice Pablo, todo es distinto: no tiene que aparentar, ni justificarse a sí mismo, ni intentar ser el primero o el mejor... eso no vale para nada. Eso era lo que vivía antes de su conversión llegando, incluso, a perseguir a los cristianos por tratar de ser el primero de los judíos, como buen discípulo rabínico. Haber “conocido” a Cristo es haber experimentado la fuerza del amor de Dios. No olvidemos que conocer, aquí, no tiene el sentido de “gnosis” o conocimiento intelectual, sino el sentido bíblico de yd‘ y el daat Elohim de los profetas (Os 4,1.6; 5,4; 8,2 ; Jr 2,8; 4,22; 9,2.5 en oráculos de amenaza o bien de salvación: Os 2,22; Jr 31,34 o Is 28,8) experiencia de Dios, de lo santo; o la misma experiencia del amor entre hombre y mujer). Ahora ha sentido la verdadera liberación de todo lo que mata y esclaviza en este mundo.