Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Es palabra del Señor
REFLEXION
El evangelista participa de esta alegría pascual en este tiempo de Adviento. Se le contagió la alegría de aquellas comunidades cristianas que fue conociendo y en las que se sentía muy a gusto. Allí pudo comprobar lo que había escuchado a Pablo en Atenas y que él, Lucas, el joven médico, recrea al escuchar a las buenas gentes que creen en Jesús, el Cristo. Jesús, personaje alegre donde los haya, con algún momento de tristeza, también exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendido, y las has revelado a los pequeños; a los sencillos, a los de corazón abierto y acogedor, ansiosos de salvación y dicha. Los sabios y entendidos, tan pagados de sí mismos, no necesitan nada, se bastan a sí mismos; lo saben todo. Su prepotencia los alimenta… hasta que… ¡Qué advertencia tan preclara por parte de Jesús! Hemos de tener cuidado de no ser “tan enterados”, sino más sencillos y acogedores, aunque eso no nos exime de saber lo suficiente para explicar y dar testimonio con claridad y sin envoltorios eruditos alambicados. No es de extrañar la exclamación alegre y final de Jesús: ¡Bienaventurados, dichosos, vosotros que veis lo que tenéis que ver, y oís lo que tenéis que oír con capacidad de escucha y de visión clara! Por eso, en este tiempo de nieblas ideológicas y teológicas, sepamos exclamar y orar con sinceridad: ¡Señor, que vea! ¡Señor, que escuche bien! Amén. Para preguntarnos: ¿De qué doy gracias a Dios con más frecuencia? El Mesías, tal como lo describe Isaías, no juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas. ¿Qué te sugieren estas dos ideas en tu vida? |