Es palabra del Señor
REFLEXION
Hoy nos enseña Jesús a orar, respondiendo a la petición de los discípulos. Pedir al Padre perdón y poder perdonar, es parte importante de la oración del Padre nuestro. No sé si la más difícil. Detendré aquí mi comentario puesto que hemos comenzado con el perdón que Dios ofreció a los ninivitas arrepentidos. Me pregunto si aquellos hombres y mujeres fueron luego capaces de perdonar como habían sido perdonados.
El pasaje evangélico del deudor perdonado por el rey (Mt 18, 21-35) nos hace dudar. Si pedimos a Dios el perdón que nosotros ofrecemos, mucho me temo que se trata de un perdón encanijado que encaja muy bien en esa sentencia popular que hemos escuchado tantas veces: «Yo perdono, pero no olvido».
El perdón de Dios es cosa muy distinta y lo sabemos por el efecto que produce en nosotros. El perdón nos capacita para el amor. Tal vez Jonás, al obedecer a Dios, no se sintió ni pecador ni necesitado de perdón, de ahí su contrariedad al ver que la destrucción no arrasó finalmente la ciudad de Nínive. Como ejemplo contrario, recordamos a la mujer pecadora que besó y perfumó los pies de Jesús bajo la escandalizada mirada de Simón el fariseo. Ella manifestó su amor valientemente, generosamente, porque generosamente había sido perdonada y al que mucho se le perdonó, mucho amó (cf. Lc 7, 47).
Señor, no nos dejes caer en la tentación de creer que nuestros ‘cumplimientos’ nos hacen merecedores de tu amor. Nadie ama por obligación. Nuestros pobres arrepentimientos nos devuelven un perdón a nuestra medida, no a la de Dios, alejándonos de la extraordinaria experiencia de su amor incondicional.