Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial.»
Es palabra del Señor
REFLEXION
El relato evangélico nos muestra, una vez más, a los discípulos de Jesús preocupados por saber quién es el más importante en el reino de los cielos.
En la época y el pueblo en que Jesús vivió era muy importante asignar y conocer los rangos y precedencias entre las personas… De hecho, encontramos a los discípulos de Jesús discutiendo en varias ocasiones sobre quién era el más importante.
Y parece que tuvieran una cierta curiosidad por saber cómo se realizaría el escalafón de las importancias en el reino del que Jesús hablaba, y del que ellos esperaban formar parte.
Jesús se olvida de toda norma y protocolo (en alguna ocasión dio consejos sobre dónde convenía situarse cuando nos invitaban a un banquete…) y va al fondo de la cuestión que se plantea.
Los discípulos no comprenden lo que Jesús les está mostrando, con sus palabras y su vida, sobre el Reino de Dios. Entienden ese Reino en las categorías en las que funcionan los reinos de la tierra. Y es que este funcionamiento “humano” se adecúa mejor a nuestras pretensiones de reconocimiento, de éxito, de control, de poder, de realización…
Así que Jesús va a darles una respuesta radical y clara, aunque no les guste demasiado: toma un niño y les invita a hacerse como uno de ellos. Es la única manera de ser el primero en el reino. ¿Y qué era un niño en tiempos de Jesús? El prototipo de los que no cuentan para nada (no es así ahora en muchos lugares de nuestro mundo, donde los niños son no sólo importantes sino protagonistas muchas veces de la vida familiar): ninguna importancia, ningún poder, ningún control, total dependencia… ¿Se podría decir de nosotros que mostramos con nuestra vida haber entendido a Jesús mejor que sus discípulos? ¿Y si fuéramos capaces de hacerlo para ser los primeros en el reino? Seguramente no habríamos comprendido nada de la propuesta de Jesús…
Que el Espíritu del Señor Jesús abra nuestra mente y nuestro corazón para que podamos experimentar la alegría de vivir “desde Él”, que no precisa nunca “ser más que…”, sino simplemente ser.