Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Con la imagen tan sencilla y profunda de la vid y los sarmientos, Jesús nos revela el secreto de la vida cristiana: estamos llamados a vivir unidos a Él. No se trata de esfuerzos aislados o méritos individuales, sino de permanecer en Él, como los sarmientos en la vid, recibiendo de su amor la savia que da fruto.
Esta unión con Cristo no es una exigencia que pesa, sino una gracia que transforma. Jesús no nos pide resultados, sino comunión. De esa comunión brota la vida nueva, que es don, fruto del Espíritu. En tiempos en los que urge trabajar por la predicación de la gracia, el Evangelio de hoy nos llena de esperanza: Dios no nos llama a ser personas perfectas, sino a permanecer en Él, a vivir desde Él.
Ser sarmientos unidos a la vid es vivir sostenidos por la gracia. Es saber que, incluso en nuestras debilidades y fracasos, el Padre sigue trabajando en todas las personas para hacernos felices y que demos fruto abundante.
¿En qué momentos de mi camino me he sentido como un “sarmiento seco”? ¿He podido experimentar allí también la presencia de Dios que me cuida y me poda con amor? ¿Qué implica para mí “permanecer en Cristo” en la vida diaria? ¿Estoy dejando espacio para que su Palabra y su amor vivan en mí y den fruto? ¿Qué frutos está dando hoy mi vida?