En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.
Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.
“Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”».
Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Leíamos el pasado mes de octubre, en el evangelio de San Lucas, como Jesús exhortaba a sus discípulos a estar alegres porque sus nombres estaban inscritos en el cielo. Hoy, en la lectura del segundo libro de Macabeos, hemos meditado sobre el don de la vida que no puede ser arrebatado por ninguna voluntad humana, por poderosa que esta sea. La vida se nos ha regalado como don inagotable.
Otra cosa es acapararla como si fuese de nuestra propiedad, esconderla o enterrarla, para ponerla a salvo. En el caso de los siervos agradecidos vemos cómo permiten que fluya el don recibido para que fructifique, para que el dinamismo de la vida entregada produzca su efecto multiplicador. En el caso del siervo timorato no ocurre así porque quien teme, no confía, no ama. Quien teme, tampoco se siente amado ni se muestra agradecido por el don recibido. Lo oculta para que no le sea arrebatado, como si su mezquino gesto le procurase alguna garantía.
El don nos ha sido entregado para ser ofrecido. Dar lo contemplado es tarea dominicana. Todos nosotros hemos contemplado la entrega de Jesús que sirve a sus discípulos en el lavatorio, que sana a la hemorroísa con su propia energía vital y su propia entrega en el éxtasis contemplativo de la cruz. Nadie le arrebata su vida: la entrega para prorrogar la nuestra hasta la eternidad.
Aquellos que acogen el don de la Vida, sobreabundarán en ella porque saben que sus nombres están inscritos en el cielo. Los que tiemblan temerosos, permanecerán enterrados en sus pobres y pasajeras garantías.



