23/6/21

SOLEMNIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA




El Evangelio de San Lucas inicia su narración precisamente con el nacimiento de San Juan Bautista y las circunstancias maravillosas que lo precedieron. Isabel, estéril y muy anciana, vio cumplirse sus deseos de descendencia al anunciar el ángel Gabriel a Zacarías, su esposo, que Isabel le daría un hijo, al que habría de llamar Juan.

Cuando, después de la Anunciación, la Virgen María fue a visitar a su parienta, «el niño saltó de gozo en el seno de Isabel». Isabel, iluminada por el Espíritu Santo, exclamó: «¿Y de dónde a mí esto: que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lucas 1:41-44). Todas estas circunstancias realzan el papel que se atribuye a San Juan Bautista como prefiguración de Jesucristo y anunciador de su venida, papel reconocido por la doctrina cristiana.

Ya en su juventud, las inquietudes religiosas y espirituales de Juan lo llevarían a liderar una secta judía emparentada con los esenios. De reglas muy estrictas, los esenios eran una de las muchas sectas y comunidades monásticas judaicas de la época (como las de los saduceos, fariseos y celotes) que esperaban la llegada de un Mesías. Entre los esenios había un grupo, llamado de los bautistas, que daba gran importancia al rito bautismal. Gracias a los evangelios se conoce la historia del grupo liderado por Juan Bautista, que llevaba una vida ascética en el desierto de Judá, rodeado por sus discípulos.

Hacia el año 28, Juan el Bautista comenzó a ser conocido públicamente como profeta; su actividad se desarrolló en el bajo valle del río Jordán, donde predicaba la «buena nueva» y administraba el bautismo en las aguas del río. En sus predicaciones, que tuvieron gran acogida por parte del pueblo, exhortaba a la penitencia, basándose en las exigencias de los antiguos profetas bíblicos.

Juan administró el bautismo a numerosos judíos, a quienes pretendía purificar y preparar para la inminente llegada del Mesías; la penitencia que predicaba no debía ser meramente formal y externa, sino que tenía que comportar un auténtico cambio en la forma de vivir y de actuar. Poco después de la iniciación de su ministerio, Jesús de Nazaret recibió el bautismo de manos de Juan, pese a que el Bautista no quería hacerlo aduciendo que «soy yo quien debería ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» (Evangelio de San Mateo, 3:14). En los Hechos de los Apóstoles se distingue este bautismo, «con agua», del realizado por Jesús, «en Espíritu Santo» (Hechos, 1:5).

El tono mesiánico del mensaje del Bautista inquietó a las autoridades de Jerusalén, y Juan fue encarcelado por Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, cuyas inmoralidades había denunciado. San Marcos narró en su Evangelio (6:14-29) la muerte de San Juan Bautista: Salomé, hija de Herodías (la esposa de Herodes Antipas) pidió al tetrarca por indicación de su madre la cabeza del profeta, que le fue servida en una bandeja. El cuerpo de Juan fue probablemente enterrado por sus discípulos.