9/9/22

10 DE SEPTIEMBRE : BEATO ALFONSO NAVARRETE

 




Desplegaron su actividad en diversas zonas de Japón. Cuando se intensificó la opresión les llevaron a la carcel donde acabaron martirizados. El grupo estaba formado por ocho japoneses y diez españoles.

Misioneros dominicos en Japón

Los dominicos, llegados a Japón en 1602, establecieron su campo de misión en la isla de Kyûshû. A su llegada, ya había sido promulgado por Toyotomi Hideyoshi un edicto de persecución contra el cristianismo. Los tormentos que esperaban a los misioneros eran espeluznantes: crucifixión, decapitación, fuego lento, agua ingurgitada y expelida violentamente, agujas o cañas clavadas entre las uñas de los dedos y otras partes del cuerpo, la «horca y hoya», suplicio que consistía en colgar a la víctima por los pies en una horca sobre una fosa hedionda o un manantial de aguas sulfurosas, y en ocasiones la expulsión del territorio japonés.

A pesar de todo, al igual que otros religiosos, los dominicos tienen el coraje de entrar en aquel país donde ya habían derramado su sangre por la fe otros compañeros. Bajo la dirección del madrileño padre Francisco Morales llegan de Manila los cinco primeros dominicos que, asentados primero en Koshiki, extienden sucesivamente su campo de acción a otras regiones de Japón. A medida que estos pioneros de la misión dominicana van informando a los superiores de Manila sobre sus dificultades, arrestos y sufrimientos, se suceden las llegadas de nuevos operarios: los padres José de San Jacinto, Jacinto Orfanell, Juan de San Jacinto, Juan de Santo Domingo, etc. Arrostrando el ambiente adverso, van apareciendo jóvenes nipones que abrazan la vida religiosa o deciden defender la fe en Cristo desde su puesto como laicos.

Gracias a la relativa calma que reinó en la primera década del siglo XVII, nuestros misioneros pudieron desplegar su actividad en diversas zonas de la isla de Kyûshû e incluso llegaron a fundar iglesias en Kyoto y Osaka. Pero la situación se  agrava cuando, en 1614, Tokugawa Ieyasu publica un edicto más represivo y cruel. Los religiosos se ven entonces obligados a servirse de la oscuridad de la noche para evangelizar y animar a los laicos cristianos a participar en la ayuda y protección de los misioneros. Ieyasu muere en 1616 pero Hidetada, su sucesor en el shogunado, intensifica la opresión contra el cristianismo. Poco a poco, las cárceles se van llenando de religiosos: jesuitas, agustinos, franciscanos, dominicos y fervientes laicos cristianos, que sucesivamente serán conducidos al altar del martirio.

Estos misioneros ni siquiera en las cárceles dejaban de evangelizar. Al igual que otros religiosos, los dominicos, no sólo catequizan a los carceleros bien dispuestos, sino que además escriben cartas y relaciones que envían clandestinamente a Filipinas y a España y que, en la mayoría de los casos, han llegado hasta nuestros días. En los archivos hay un verdadero arsenal de documentos autógrafos que, redactados tanto en libertad como en prisión, constituyen fuentes autorizadas para la historia de las misiones.

Por privilegio especial, los dominicos encarcelados podían admitir a la orden, mediante la profesión, a cristianos de probada fidelidad y piedad. Dado el fervor religioso que se respiraba en la cárcel, no faltaban oficiales que se sentían impresionados y con frecuencia el lugar, más que una prisión, parecía un convento donde convivían religiosos de diversas órdenes. Lo cual no dejaba de ser un testimonio de unidad en la confesión de la fe cristiana. Todos compartían la oración, el dolor, el celo apostólico y las mismas ansias de dar su vida por la fe.

Los mártires dominicos de Japón forman varios grupos. El padre Ceferino Puebla Pedrosa, O.P., los clasifica en tres, el primero de los cuales es el que ahora nos ocupa. El segundo grupo lo forman 19 sacerdotes, profesos y terciarios de la orden dominicana, de los cuales dieciséis fueron canonizados por Juan Pablo II el 18 de octubre de 1987. Al tercer grupo pertenecen setenta y dos laicos relacionados con la misión de los dominicos: terciarios y cofrades del Rosario, catequistas, hospederos y bienhechores, beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.

Aquí sólo presentamos el primer grupo, cuya memoria se celebra el 10 de septiembre. Está formado por ocho japoneses: Domingo del Rosario, Tomás del Rosario, Mancio de Santo Tomás, Domingo de Hyuga, Pedro de Santa María, Mancio de la Cruz, Tomás de San Jacinto y Antonio de Santo Domingo; un italiano: Angel Ferrer Orsucci; un belga: Luis Flores, y diez españoles: Alfonso Navarrete, Juan Martínez de Santo Do-mingo, Tomás de Zumárraga, Francisco Morales, Alonso de Mena, Jacinto Or fanell, José de San ,Jacinto Salvanés, Pedro Vázquez, Luis Bertrán Exarch y Domingo Castellet. Todos ellos fueron beatificados por el papa Pío IX el 7 de julio de 1867.

Jesús González Valles, O.P.

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),