En el evangelio de hoy vemos dos actitudes muy contrarias, una es la de Jesucristo anunciando a sus discípulos el gran misterio Pascual, su muerte y resurrección, es decir, anunciando la gloria y la Vida Eterna. Por otro lado, están sus discípulos pensando en las cosas mundanas, en el éxito aquí en la tierra, sin hacer mucho caso a lo que Jesús les está comunicando; nos dice el evangelio “por miedo” no le preguntan, posiblemente por miedo al sufrimiento, ya que sólo escucharían la palabra muerte y no resurrección.
Esta actitud de los discípulos nos interpela, pues algunas veces somos como ellos, ya que nos quedamos en el Viernes Santo y no pensamos en el Domingo de Resurrección, y otras tantas veces también vivimos centrados en el éxito que nos da el mundo y nos olvidamos que estamos hechos para el Cielo, que este mundo se pasa y la gloria que recibimos aquí abajo no sirve de nada. Todo es vanidad.
La gran tentación a la que se enfrenta el ser humano es a la ambición y al deseo de poder, de querer ser el primero y más que nadie. Sin embargo, Jesucristo nos esté indicando otro camino muy distinto y es que para ser el primero hay que ser el último y el servidor de todos, es decir, Jesús nos invita a vivir con humildad, que es desde donde conectamos con Dios. La humildad nos hace estar más atentos a los demás que a nuestras propias necesidades.
A los sencillos y a los pequeños se les revela el verdadero sentido de la vida y la felicidad. Los últimos en este mundo son los primeros en el Reino de los Cielos.
Qué el Señor nos regale el don de la humildad para estar al servicio de nuestros hermanos siempre. “Quien pierde su vida la gana”.