Todo el Evangelio de Marcos está orientado hacia la Pasión y muerte de Jesús, de modo que las secciones anteriores son casi un gran prefacio de este momento culminante. No es, pues, de extrañar que este pasaje de la Transfiguración esté preñado de esta orientación y que se sitúe entre los dos primeros anuncios de la Pasión.
Dicho lo cual me gustaría centrar este comentario en la actitud en que se representa a los discípulos en este pasaje, a saber, el que “estaban asustados” y no sabían qué decir (en realidad, sólo Pedro, el representante de los discípulos para Marcos, dice algo; los demás permanecen mudos). Es decir estaban perplejos.
Esta situación nos ayuda a conectar con el comentario a Hebreos: el encuentro del hombre con Dios no puede sino producir perplejidad. Dios, en efecto, parece trastocar toda expectativa posible – racional o irracional – del hombre acerca de Dios; esto es, toda idea preconcebida de Dios está destinada al fracaso más rotundo. Esto no sólo nos serviría para desechar la mencionada crítica moderna de que Dios es un invento del deseo del hombre, sino también para considerar todos nuestros intentos humanos de aproximación a Dios como meramente provisionales. Una expresión de esto es aquella atribución que se suele hacer a Tomás de Aquino, que al final de su gran labor teológica habría dicho aquello de que “todo lo que he escrito es paja”.
Sea o no correcta esta atribución, lo relevante al caso es la idea que encierra: en efecto, ante Dios, toda teología y filosofía no es más que una expresión de la búsqueda de la racionalidad humana que está siempre en camino y que ante la presencia trascendente de Dios se queda “sin saber qué decir”.
Pero, ¿podemos hablar de alguna expresión de la presencia trascendente de Dios? En efecto: la mística y la estética son las dos grandes vías para este encuentro de dos seres trascendentes: Dios y el hombre. Podemos encontrar un ejemplo arquetípico de la unión de mística y estética en la obra de Fra Angelico (a quien hoy celebramos), cuya contemplación estática nos pone en contacto transfigurado con el Creador, dejándonos, en verdad, sin palabras.