Seguimos profundizando en el mensaje que nos trae la liturgia en fiesta de la Presentación del Señor con esa imagen de la luz. Una luz que viene como salvación y unos testigos que están llamados a llenarse del calor y fuerza de esa llama. Simeón hombre justo que conoce las promesas que aguarda su pueblo Israel. Un pueblo cansado de las fatigas que van azotando su propio devenir en el tiempo. Hay cansancio ya de contemplar siempre lo mismo, parece que la situación nunca cambia y a los pobres y desvalidos siempre se les cuelga es as de perder. Otra vez guerras, otra vez exilios y deportaciones, otra esclavitud, trabajos forzados. Lo que cuesta peregrinar por el desierto para desprenderse de los ídolos que nos vamos fabricando. El calor es insoportable. Tenemos hambre. Tenemos sed. Las serpientes se multiplican y nos muerden, caemos continuamente en venenos letales. ¿Cambiará el escenario alguna vez? Necesitamos un respiro urgente. Covid, guerra en Ucrania, corrupción en toda casa de vecino, asalto a las vallas, asesinatos… Parece que la «Luz» vino a los suyos y el recibo estaba tan elevado que prefirieron no saber nada de luz.
Simeón, Ana, al igual que nosotros hoy necesitamos en la pobreza de nuestra vida que anide esa luz que da pleno sentido en toda adversidad. «Mis ojos han contemplado a tu Salvador». Contemplar cara a cara a este Dios hecho hombre, que con su vida nos invita a cambiar la realidad de este mundo. Es precisamente en el contexto de desolación por el que podemos estar atravesando, cuando se alza la fuerza de la luz que nos da el aliento vital necesario. Hazte luz y cambiarás la realidad de otras personas: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Curioso que el bien pasa siempre desapercibido, que no hace ruido, que ni siquiera se comprende. Lo mismo que la vida del Nazareno. Nace pobre en un pesebre, la mayor parte de su vida oculto, solo tres años de misión. Sin embargo, está puesto como signo para que se ponga de manifiesto la actitud de los corazones del ser humano.
Signo que nos nuestra una realidad que nos desborda con su luz: el amor. Hay que hacer un camino de purificación fuerte para vivir centrado en ese amor. Continuamente caemos, continuamente no aceptamos el reto que supone amar con la plenitud que Él amó: hasta dar la vida incluso por sus perseguidores. Menudo rayo luz es ese que nos trae Jesús. En las tinieblas de esta vida podemos ser la pequeña «llama» que da calor a los corazones destemplados en el desamor, energía a los que se quedan agotados en las cunetas de la vida, luz a los que viven en oscuridad. Tantas situaciones, contextos que necesitan ser iluminados por el amor, por el Salvador.
Otra imagen que nos presenta el pasaje del Evangelio es que este niño va creciendo y robusteciéndose. Algo normal en el ámbito de lo humano. Sin embargo, para que eso se de se necesita un ecosistema: «el hogar» la casa de Nazaret como escuela de vida cristiana en la que se aprende a crecer en la relación de intimidad con Dios. Necesitamos también nosotros beber de la sabiduría que desborda esta Sagrada Familia si queremos ser testigos veraces y luz en el mundo