Todos los seres humanos tenemos y sentimos “nostalgia del cielo”; aspiramos a estar en la gloria, a vivir en la gloria. Así lo expresamos en las mejores ocasiones cuando decimos: “esto es la gloria”.
La Fiesta de la Ascensión del Señor expresa la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús, como contrapunto a la humillación padecida en la condena y la muerte en la cruz. Jesús acaba su vida en la tierra y vuelve al Padre. Desde su Resurrección y Ascensión al cielo, los cristianos conocemos nuestra meta final: estar donde está Jesús.
Ante la partida del Maestro, los discípulos no se entristecen. Su alegría se explica porque Jesús les dejó un don: la promesa del Espíritu Santo; y una tarea: ser sus testigos hasta los confines del mundo. Además, aquella despedida fue muy diferente a otras. El Señor Jesús mientras se marchaba les bendecía. Se fue de este mundo con los brazos abiertos, como los tuvo en la cruz, bendiciendo a la humanidad y abriendo definitivamente la senda y las puertas del cielo a todos.