Lo de Dios con nosotros es algo que supera los límites del amor. Aunque parece que el amor no tiene límites a la hora de amar.
Eso le sucede a nuestro Dios, que es Amor. No contento con crearnos como personas humanas, con inteligencia, voluntad, sentimientos, libertad… no contento con enviarnos hasta nosotros a su propio Hijo, Jesús de Nazaret, para enseñarnos el camino que conduce a la plenitud… no contento con regalarnos su propia vida divina y hacernos de verdad hijos suyos… es capaz de llamar a nuestra puerta, y, si le dejamos, instalarse en nuestro interior. “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”.
Pero si le dejamos que se instale en nuestro corazón no es para tenerlo ahí como una pieza decorativa en un museo. Es para escucharle, hablarle, dejar que guíe nuestra vida y, por supuesto, vivir con Él una historia de amor, la de unos hijos con su buen Padre.