Es palabra de Dios
REFLEXION
Hemos transitado por la muerte de Jesús y nos encontramos en tiempo de Pascua. Queremos reconocerle en los acontecimientos, aunque nos cuesta contemplar su victoria en medio de conflictos mundiales y toda clase de incertidumbres. Las mismas luchas y dudas que se replican en nuestro interior.
En este viernes de la séptima semana de Pascua continuamos con la lectura del Evangelio de San Juan tras el pasaje de la pesca milagrosa al que nos asomamos en nuestro último comentario. Estamos, como aquellos discípulos, aturdidos, tristes, decepcionados con el amor que había desaparecido de sus vidas, llenos de melancolía. También, y como ellos, decepcionados con nosotros mismos. Nuestras rutinas no nos arrancan del letargo de la muerte y sin vida, no podemos pescar ni recoger fruto alguno como resultado de nuestro esfuerzo.
Una Presencia nueva nos atrapa. El tercer encuentro con el Resucitado puso las pilas a aquellos pescadores entre los que se encontraban, el discípulo amado, sin nombre, y el que amaba, con nombre propio. Pedro es interpelado tres veces por Jesús que intentaba confirmarlo en su amor. Jesús no necesitaba escuchar lo que ya sabía, lo necesitaba el culpabilizado Pedro que lo había negado otras tres veces durante aquel infame interrogatorio ante el sumo sacerdote.
Los que no sabemos amar y lo intentamos con un amor titubeante, somos amados por Jesús. Jesús sabía muy bien que Pedro amaba y que ese amor le hacía más capaz de cuidar de otros, por eso nos deja en sus manos. Me gusta esta manera de aproximarnos al primado de Pedro que tiene menos que ver con el poder otorgado que con la autenticidad del amor reconocido en el viejo pescador de Galilea.