Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Jesús nos ha invitado hoy a pasar a la otra orilla; me gusta pensar que ir a la otra orilla es emprender el camino sinuoso de la fe. Por eso dice Jesús “pasemos”, porque este paso entra en el terreno de lo pascual, de la muerte y la vida, del paso del no creer y estar en la muerte, a creer y recobrar la vida.
Jesús nos invita y Él se duerme, ¡qué bonito!, ¿nos deja solos en este camino? Eso puede parecer, pero incluso cuando Jesús duerme, como en esta travesía por el lago, incluso entonces, “el guardián de Israel” está cuidando de su pueblo, está sosteniendo nuestra fe, está a la espera de que todos los signos y milagros que hemos visto, toda la enseñanza que hemos escuchado, mueva nuestros corazones y los inunde de confianza, de abandono, de disponibilidad hacia la voluntad de Dios. ¿Por qué sois tan cobardes? La pregunta de Jesús resuena en nuestro corazón, porque, es verdad, ¡qué cobardes somos, Señor! ¡Cuánto nos cuesta creer! ¡Qué poca fe tenemos en Ti!
Estamos más preocupados por no morir y seguir sobreviviendo, que por entregar la vida hasta el extremo y recobrarla para la vida eterna. La pregunta de Jesús atraviesa los siglos y llega hasta ti y hasta mí para que despertemos de una vez y comencemos esta travesía hacia la otra orilla, confiados en su promesa, la promesa de una patria mejor, la futura, la del cielo.
¿En qué tienes puesta la fe? ¿Dónde se apoya y cimienta tu vida? ¿Qué cosas te impiden creer y abandonarte en Dios? Cuando la cobardía te esclaviza y te impide vivir en la voluntad de Dios, ¿a quién o a qué acudes para salir de esa situación?
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Hay que repetirlo cuantas veces sea necesario. Lo nuestro, en principio, de entrada es cosa de dos. Es trabajar en equipo con Jesús. Bien claro nos lo dice el mismo Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada” y “trabajad mientras vuelvo”.
Nuestra experiencia nos lo confirma. Nosotros solos con nuestras propias fuerzas no podemos hacer nada. Las parábolas del evangelio de hoy insisten en el papel de Dios. Él sigue siendo el que mueve nuestra vida y nuestra actuación, después de que nosotros hayamos sembrado la semilla en la tierra.
Hay momentos en que los cristianos tenemos que parar en nuestra actividad evangelizadora, dormir de noche, sabiendo que “la semilla va creciendo sin que el sembrador sepa cómo”. Hagamos lo que nos toca a nosotros: sembrar, abonar, cuidar la tierra… sabiendo bien que Jesús hará lo que le toca.
-«¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero?
Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga».
Les dijo también:
-«Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Todos sabemos de la importancia de la luz en un contexto de oscuridad. ¿Qué sería de nosotros si hoy, de forma colectiva, al llegar la noche nos encontrásemos sin energía eléctrica? Probablemente lo que el exceso de luz artificial esconde, se revelaría en su fuerza y esplendor: las estrellas del cielo, la luz de la luna...
El Evangelio de hoy resalta la fuerza de la luz, su sentido y misión. La importancia de que lo oculto salga a la luz, se revele y se descubra toda la belleza que pueda estar escondida.
La vida en la fe tiene mucha luz, por eso la tenemos que ofrecer para que ilumine lo cotidiano en la complejidad de tantas realidades que vivimos. Y así, lo que está oculto, puede salir y mostrar la autenticidad que lo caracteriza.
Eso sí, sin olvidar que la vida cristiana tiene su propia fecundidad y la medida que usemos, también la usarán con nosotros, y será con creces.
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar.
Les enseñaba muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos:
«Escuchad: salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó.
Otro parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, la ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
Y añadió:
«El que tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando se quedó solo, los que lo rodeaban y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.
Él les dijo:
«A vosotros se os han dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que “por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados”».
Y añadió:
«¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; estos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Muchas veces hemos leído la Parábola del Sembrador en alguno de los tres evangelios que la recogen. Parece fácil comprender su primera parte, referida a los distintos terrenos en los que caen las semillas esparcidas por el protagonista. No lo es tanto cuando Jesús se refiere al misterio del Reino como de un don, dirigiendo la parábola a los que no lo han acogido o a los que lo han enterrado, asfixiándolo en su interior.
Para percibir las señales del Reino tenemos que desaprender muchas cosas. Realizar una especie de borrado de imágenes acumuladas a lo largo del tiempo, grabadas en nuestra memoria. Imágenes que alteran el sentido de la vista perturbándolo. Así se lo hemos escuchado a Jesús en el Evangelio de hoy: para que por más que miren no vean. Nos suena como a una especie de acertijo que nos confunde.
Tenemos saturados los sentidos y nuestra mente está repleta de imágenes, sonidos, ideas que se nos han ‘colado’ casi sin darnos cuenta, sin ser muy conscientes o siéndolo, como resultado de nuestro esfuerzo intelectual. Toda esta estructura mental altera nuestros sentidos y nos impide captar lo que tenemos delante. No sé si nos atreveríamos a realizar un borrado generalizado, incluso de aquel conocimiento que creemos poseer y del que podemos sentirnos más satisfechos. Los dominicos nos acordamos del ejemplo que recibimos de nuestro hermano Tomás de Aquino tras escribir la Suma Teológica: todo era paja y guardó silencio.
La lógica del Reino, no es la nuestra. Unos no entienden las parábolas: las oyen, aunque no las entienden; otros no ven los milagros, aunque se realicen delante de sus ojos. Jesús nos dijo en el capítulo 18 del evangelio de Mateo: si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino. Algunos adultos piensan que los niños no saben mucho. Se equivocan porque los niños están vivos, mucho más despiertos que nosotros. Cuando miran ven y cuando escuchan oyen porque carecen de los filtros que distorsionan los sentidos. No están contaminados por las modas culturales, sus mentes no han sido colonizadas por sus categorías. Tampoco juzgan con sus etiquetas. Ellos tienen la vida y la viven, sencillamente.
La dureza del corazón hace que la comprensión de la palabra se transforme en un proceso de manipulación que nos permite seguir en nuestro pecado -pensemos en lo parecidas que son nuestras confesiones-; se trata de un sobresfuerzo intelectual realizado como autojustificación, que no responde a la espontaneidad vivida en la llamada infancia espiritual: ese estado de inocencia mantenido por el auténtico deseo de permanecer en el don recibido, de disfrutarlo, seguros de no necesitar nada más. A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios, nos dice hoy San Marcos.
Jesús parece proponer la parábola como un juego mental que solo confunde a los que creen entenderlo todo. La tierra buena representa ese estado inocente, muy fértil, del que acoge porque confía sin necesidad de hacer preguntas. Dios sabe bien dónde está la tierra buena, aunque no solo esparce el grano en ella. Reparte abundantemente, generosamente, incluso en el yermo más degradado y apartado, por si alguien, situado en las fronteras, recibe la luz.
El Papa Francisco comenzó su pontificado exhortándonos a ser cristianos en salida. Nosotros, como predicadores, ¿imitamos a nuestro padre Santo Domingo llevando el anuncio de la salvación, esparciendo la semilla, hasta las fronteras? ¿Entramos conversación con los más alejados? ¿Somos nosotros mismos los alejados?
Nos falta una medida para comprobar los pasos que Tomás ha dado en su itinerario hacia Dios. La única medida es su obra de fraile predicador, de teólogo, el reflejo de su experiencia de Dios. Toda ella ha sido fruto del propósito de servir a Dios en la orden dominicana.
Santo Tomás de Aquino es uno de los grandes santos que Dios ha dado a su Iglesia. Merece ser conocido, venerado, invocado. Su lección de vida y doctrina cristiana no debe caer en el olvido. La Iglesia del tercer milenio lo necesita como guía espiritual. Quienes tienen familiaridad con su obra y le tienen devoción lo designan como «el más santo entre los sabios y el más sabio de los santos».
Existencia Teotrópica: Buscador de Dios
Hemos de limitarnos, como en los senderos abiertos en los bosques, a indicar mediante algunas flechas y signos, las huellas de los pasos históricos de Tomás, que es un apasionado buscador de la verdad, y por ello de Dios. Su itinerario tiene una meta, es atraído por Dios, por ello es teotrópico. Desde el año 1225, en que nace, hasta el 7 de marzo de 1274, en que muere, Tomás se esfuerza por ser y por hacerse santo. Tiene conciencia de que es siempre más lo que recibe, que lo que él mismo añade,
pero es muy profunda su intuición de la libertad y de su peso, como de la colaboración con Dios en su itinerario de creatura racional. Vale para su existencia la descripción que él hace del itinerario cristiano del hombre: un movimiento que se dirige a Dios: De motu rationalis creaturae in Deum (ST I, 2 prol.). Como en el itinerario de Parménides hacia la verdad, Tomás, al cruzar los umbrales de la existencia, hace sus opciones, dice no a muchas cosas, y dice sí a Dios, a quien se consagra para ser santo.
La herencia de tres familias
En el camino existencial de Tomás es decisiva la herencia recibida de tres familias complementarias: la de Aquino, la benedictina y la dominicana. Tomás se educa en un ambiente de familia noble, pero rechaza adoptar su estilo de vida; se forma en la vida cristiana y en las letras en la escuela benedictina de Montecasino, pero prefiere hacerse mendicante en la Orden de Predicadores. Y dentro del carisma dominicano, opta por la total dedicación a la teología sapiencial.
La familia de Aquino, en la cual nace Tomás, es de las notables del imperio de Federico II. Tomás viene al mundo en el castillo que la familia tiene en Roccasecca, probablemente en el año 1225. Su padre, Landolfo, no ostenta título nobiliario, pero sí ejerce un cargo importante, es militar de rango, miles judiciarius. La madre, Teodora, es también de noble origen. La última redacción de la biografía de Tocco constata que es de la familia Rossi Caracciolo de Sicilia. Los hermanos son ocho, tres varones: Aimo, Reginaldo y Landolfo, y cinco mujeres: Marotta, Teodora, María, Adelasia y otra de la cual no conocemos el nombre, porque murió siendo niña al caer un rayo en la torre del castillo. En la familia ha recibido la primera educación humana y cristiana, la que sella al hombre para toda la vida.
Otra herencia de valor incalculable es la de haber tenido la fortuna de formarse desde niño con los benedictinos en Montecasino. Allí permanece, a poca distancia de
la familia, pero separado de ella, desde 1230 a 1239, de los cinco a los catorce años. El proyecto de la familia es loable y ambicioso. El padre lo lleva a la abadía, paga 20 onzas de oro, y deja al monasterio la renta de dos molinos, a cambio de la formación del hijo. La escuela de los monjes educa en las letras a los hijos de los nobles, e inicia en la vida monástica a los oblatos. El abad en ese momento es el monje Sinibaldi, de la familia de los Aquino. Un día Tomás podría ser el abad del monasterio más poderoso de Occidente y con ello la familia obtendrá un alto prestigio y una protección segura. Día a día en esa alta colina de Montecasino recibe Tomás el cultivo de su espíritu, vive interno en el colegio, entre compañeros de su edad y monjes que los forman. La anécdota más significativa, narrada por el biógrafo padre Caló, es la de Tomás, interrogando una y otra vez a los monjes, para que le digan quién es Dios: Dic mihi, quid est Deus?
En 1239 Tomás dejó Montecasino para ir a Nápoles, donde tuvo la fortuna de proseguir sus estudios en la primera universidad civil de Occidente, el Studium generale de Federico II, con los maestros Martín y Pedro de Irlanda, bajo cuya dirección conoció obras de Aristóteles, glosado por los comentadores árabes. En esta ciudad Tomás conoció el carisma dominicano, visitó a los frailes predicadores, se hizo amigo de fray Juan de San Julián, y tuvo una nueva experiencia de Dios, que cambió el rumbo de su existencia. Es probable que hayan sido tres los motivos que le llevaron a tomar esa decisión: la vida apostólica del carisma de Domingo apoyada en la gratia praedicationis, el estudio como principal observancia, y la pobreza mendicante. Por ello decide dejar la vida benedictina y opta por hacerse dominico. […]
En 1245 Tomás llega a París, con el hábito dominico que le ha dado el prior Tomás de Lentini en Nápoles, entra a formar parte de la comunidad de Saint Jacques y se incorpora a su ritmo de vida religiosa, de estudio, de apostolado. Allí es novicio, profesa, frecuenta la escuela de Artes y tiene la fortuna de ser discípulo del maestro Alberto de Colonia (San Alberto Magno 6,15 de noviembre)). Tres años más tarde éste le lleva c
onsigo a Colonia, donde se abre un Studium generale, en el cual completa sus estudios de teología, recibe la ordenación sacerdotal y se inicia como bachiller en la enseñanza.
Tomás se manifiesta en la convivencia fraterna amante del silencio, de la reflexión, de la oración. Los compañeros le llaman humorísticamente el 'buey mudo»: bos mutus sicilianus. Alberto descubre su talento al conocer las Reportationes que ha hecho de sus dos cursos más novedosos: el de la Ética de Aristóteles, y el de Divinis Nominibus del pseudo Dionisio. Se conservan en la Biblioteca de Nápoles ambos preciosos manuscritos. Hoy podemos hacer una comparación entre el texto del maestro y la Reportatio del discípulo, y tenemos que confesar que, en precisión, penetración y claridad, el discípulo ha ido más allá del maestro. En estos años de formación Tomás ha asimilado el carisma de los predicadores que se centra en la palabra de Dios, oída, contemplada, celebrada, anunciada al pueblo: Hablar con Dios y hablar de Dios, había propuesto Santo Domingo de Guzmán a sus hermanos.
Magisterio e itinerancia
A la etapa de formación sigue la de comunicación. En 1252 Tomás vuelve de Colonia a París, en la flor de sus 27 años y se incorpora a la Universidad, como bachiller sentenciario en la cátedra del maestro Elías Brunet de Bergerac. Desde su primera lección Tomás da pruebas de su gran ingenio. Su trabajo es iniciar a los estudiantes en la lectura de la Biblia, y de la obra del maestro de las Sentencias, Pedro Lombardo. […]
Tomás cierra sus ojos en el alba de la mañana del 7 de marzo de 1274. Desde el púlpito fray Reginaldo describe su itinerario de virtud en virtud hasta el encuentro con Dios a quien buscaba. Vuelve a Dios, con la inocencia de un niño, con la aureola de un maestro. Cuando su cuerpo recibe sepultura en la iglesia junto al altar mayor, ya queda envuelto con el buen olor de Cristo y con la fama de santidad.
Fr. Abelardo Lobato, O.P.
Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
En aquel tiempo, llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Es palabra del Señor
REFLEXION
En la línea de lo indicado a propósito de la primera lectura vemos que María es madre, no solo por dar a luz a Jesús, sino antes y sobre todo porque acogió la palabra, y “cumplió la voluntad de Dios”. San Agustín ya lo indicó: más que la razón biológica, fue esa actitud ante los planes -la voluntad- de Dios sobre ella lo que la convierte en madre. Declaración manifiesta de que lo que nos constituye en la verdad de lo que somos es nuestra interioridad. El Vaticano II en el documento Gaudium et spes lo señaló con contundencia: "No se equivoca el hombre cuando se reconoce superior a las cosas corporales y no se considera sólo una partícula de la Naturaleza o un elemento anónimo de la sociedad humana. Pues, en su interioridad, el hombre es superior al universo entero; retorna a esta profunda interioridad cuando vuelve a su corazón, donde Dios, que escucha los corazones, le aguarda y donde él mismo, bajo los ojos de Dios, decide sobre su propio destino"
“Cuídate” nos dicen allegados y amigos al despedirse. En efecto hay que cuidarse. Sobre todo cuidar nuestro interior, que es lo que indica la verdad de lo que somos. ¿Nos cuidamos?
En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres:
los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Es palabra del Señor
REFLEXION
En el evangelio se nos narra una de las reacciones que la actuación y las palabras de Jesús provocaba en las personas de su tiempo. A lo largo de todo el Evangelio, se nos narran diversas reacciones y de diversos personajes, hoy se nos recuerda, la reacción de unos escribas venidos de Jerusalén, gente culta y cumplidora, pero gente cerrada a la novedad que Jesús aporta. El cumplimiento de la voluntad de Dios por parte de Jesús, lo interpretan como una fuerza que recibe del contrario de Dios, de Satanás.
Debemos leer despacio la respuesta de Jesús, pues es muy clara y evidente y a pesar de todo, no comprendieron. Esta respuesta nos hace una reflexión muy seria para nuestra vida. Todo se perdona, menos renegar de la voluntad de Dios y rechazarla si la descubrimos.
Pidamos ayuda al Espíritu que nos ayude a descubrir esa voluntad de Dios y sobre todo que nos de fuerza y valentía para no rechazarla.
La liturgia de la Palabra de este domingo nos muestra un itinerario de vida cristiana que nace con la proclamación y la escucha de la Palabra de Dios. Una Palabra que revela a un Dios que apuesta una y otra vez por la humanidad, amándola hasta el extremo. El proyecto de Dios está encaminado a construir una esperanza nueva en la humanidad. El objetivo es que toda persona tenga un sentido de vida, basado en la justicia, la paz y la dignidad.
Dios con su Palabra nos convoca a todos y cada uno de nosotros a vivir en clave de encuentro, porque es un Dios Padre, que se hace cercano y acogedor de las diversas historias personales. Es una invitación abierta, que necesita de una respuesta, porque todos estamos llamados a participar en esta dinámica de realización personal y comunitaria.
Fruto del máximo amor que Dios nos tiene es el envío de su Hijo, para facilitarnos las cosas; su encarnación marca un antes y un después, ya que nos ofrece un nuevo horizonte para nuestra vida. Su mensaje, sus acciones calan en lo más profundo de nuestros corazones, para que desde ahí sigamos proclamando una palabra de aliento para nuestro mundo convulso. Comenzamos por nosotros mismos, por nuestro entorno, para que desde ahí podamos ir dando pasos, y siendo los mejores embajadores de Cristo en nuestra sociedad.
En aquellos días, el día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad: hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón. Leyó el libro en la plaza que está delante de la Puerta del Agua, desde la mañana hasta el mediodía, ante los hombres, las mujeres y los que tenían uso de razón. Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura de la ley.
El escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión.
Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: «Amén, amén».
Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los levitas leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura.
Entonces, el gobernador Nehemias, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea: «Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios: No estéis tristes ni lloréis» (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley).
Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza».
Es palabra del Señor
Salmo
Salmo 18, 8. 9. 10. 15 R/. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. R/.
Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. R/.
La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. R/.
Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío. R/.
Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12, 12-30
Hermanos:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro sino muchos.
Si el pie dijera: «No soy mano, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso.
Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan.
Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían.
Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros.
Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan.
Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Es palabra del Señor
REFLEXION
Iª Lectura: Nehemías (8,1-10): La identidad de un pueblo en la Ley
La primera lectura está tomada del libro de Nehemías (8,1ss) y se quiere poner de manifiesto que cinco siglos antes el escriba Esdras había inaugurado la praxis de leer la Palabra de Dios, en esta caso la Torah (el Pentateuco), que es lo que le dio identidad a este pueblo después del destierro de Babilonia. Este es un dato incontrovertible, el pueblo de Israel tiene su identidad en la fidelidad a la Torah y de ahí nacerá el judaísmo como religión que llegará a nuestros días. Es solamente después del destierro de Babilonia cuando se puede hablar de la Torah como elemento determinante. Ni siquiera en tiempos de Josías, con su reforma y el descubrimiento del libro del Deuteronomio en el templo podíamos hablar de que ya existiera.
Es esto lo que ha creado el tópico de la “religión del libro” en el judaísmo que tiene su parte de verdad, aunque requiere sus matices. En el fondo, la descripción de la lectura de hoy es propia de una época que quiere exaltar un momento determinado. De hecho, si los sacrificios y holocaustos fueron muy importantes en la religión de Israel, la lectura y meditación de la Ley va a convertirse en el primer elemento de identidad de un buen judío. Esto sigue siendo hoy determinante. Y debemos decir que es una aportación religioso-cultural del judaísmo que tiene un gran valor. Es la espiritualización de una religión, donde ya no se ven de igual manera los sacrificios de animales, aunque se seguirá practicando hasta la destrucción de templo de Jerusalén por los romanos en el a. 70 de la C. E. Pero la identidad del nuevo pueblo no radica en la Ley, sino en el evangelio de Jesucristo, que es más liberador y más humano. Los cristianos leeremos el evangelio como identidad, no la Torah, porque entre una cosa y otra existe una diferencia profética.
IIª Lectura: 1Corintios (12,12-30): La diversidad vivida en comunión
La lectura segunda, vuelve sobre la 1ª Carta a los Corintios como relato continuo que se va a ir desmenuzando estos domingos. Para explicar la distribución de los dones y la necesidad de un buen funcionamiento de los diversos servicios y ministerios, recurre a un símil: la Iglesia, la comunidad, es como el cuerpo (sôma) humano, organismo que no puede subsistir mas que gracias a la diversidad de sus órganos y de sus funciones, y que a pesar de su multiplicidad, es una unidad inquebrantable en razón de sus misma diversidad: ¿quien quisiera estar sin manos, o sin pies, o sin ojos, o sin oído? Pues de la misma manera sucede con el cuerpo de Cristo, con la comunidad cristiana. La fuerza de su argumentación sobre la metáfora del cuerpo no es otra que la unidad y la pluralidad. Pues lo que sucede en el cuerpo, dice Pablo, “así es también en Cristo” para dar a entender la unión entre Cristo y la Iglesia. La Iglesia debe estar en Cristo y es su “cuerpo”.
Unos valdrán más que otros; unos pueden estar más preparados que otros; algunos gozar de una mayor dignidad; pero todos unidos forman la unidad del cuerpo de Cristo. Eso significa que en la Iglesia no podemos prescindir de nadie. Porque, como en el cuerpo humano, si un miembro sufre, todos sufren y todos nos necesitamos. Ese pluralismo en la unidad –que no uniformidad-, debe ser tenido muy en cuenta a la hora de saber vivir la experiencia cristiana en la Iglesia. El “vosotros sois el cuerpo de Cristo” es una afirmación que tiene su sentido en el contexto en que está hablando Pablo: los distintos carismas, servicios y actuaciones en la Iglesia. Esto, a su vez significa que el papel que cada uno juegue en la comunidad cristiana no es para sentirse superior a otros. La pluralidad se cura en la unidad, sin llegar a ser unificación de vida o de ideas; y la pluralidad se cura, como veremos en otro momento (1Cor 13), con la caridad.
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Es palabra del Señor
REFLEXION
La lectura del evangelio se introduce con un prólogo (Lc 1,1-4) en el que el evangelista expone el método que ha seguido para componer su obra: ha usado tradiciones vivas, orales y escritas, e incluso, sabemos hoy, que ha usado el evangelio de Marcos como fuente. No quiere decir que lo siga al pie de la letra aunque, en grandes bloques, le sirve como estructura. Lo que sí está claro es que Lucas, con su mentalidad occidental, cuidadosa, historicista (en lo que cabe en aquella época) se ha informado cuanto ha podido para escribir sobre Jesús de Nazaret. No obstante, su obra no es la “historia de Jesús”, una historia más, sino que, como en el caso de Marcos, es el evangelio, la buena noticia de Jesús lo que importa. Por eso, en realidad, la lectura del evangelio tiene su fuerza en el episodio de Jesús en la sinagoga de Nazaret, donde se había criado (Lc 4, 14-21), después de presentarlo como itinerante en la sinagogas de Galilea, donde se comenzó a escuchar esa buena noticia para todos los hombres.
Es ya significativo que el evangelio no se origina, no aparece en Jerusalén, sino en el territorio que, como Galilea, tenía fama de influencias paganas y poco religiosas, de acuerdo con las estrictas normas de Jerusalén. De ahí el dicho popular: “y todo comenzó en Galilea”. Lucas, no obstante, concederá mucha importancia al momento en que Jesús decide ir hacia la capital del judaísmo, (9,51ss) ya que un profeta no puede evitar Jerusalén. Y Lucas es absolutamente consciente que Jesús es el profeta definitivo de la historia de la humanidad. Así nos lo presenta, pues, en ese episodio de la sinagoga del evangelio de hoy: dando la gran noticia de un tiempo nuevo, de un tiempo definitivo en que aquellos que estaban excluidos del mensaje salvífico de Dios, son en realidad los primeros beneficiarios de esa buena nueva.
El relato de la sinagoga de Nazaret, lo que leemos hoy (4,14-21) es una construcción muy particular de Lucas; una de las escenas programáticas del tercer evangelista que quiere marcar pautas bien definidas de quién es Jesús y lo que vino a hacer entre los hombres. Eso no quiere decir que la escena no sea histórica, pero está retocada por activa y por pasiva por nuestro autor para lograr sus objetivos. Es el programa del profeta de Galilea que viene a su pueblo, Nazaret y desde la sinagoga, lugar de la proclamación de la palabra de Dios, lanzar un mensaje nuevo. Por ello, el mensaje que nos propone Lucas sobre lo que Jesús pudo decir en Nazaret y en las otras sinagogas se inspira en textos bien precisos (Is 61,1-2; 58,6) que hablan de la buena nueva para los ciegos, cojos, pobres, excluidos o condenados de cualquier raza o condición.
Resaltemos, pues, que el texto que se lee en la sinagoga,-el que le interesa citar a Lucas-, es un texto profético, aunque también se leía y proclamaba la Ley (había una lectura continua que se conoce como parashâh). El cristianismo, -no olvidemos la primera lectura de hoy-, encuentra su fuente de inspiración más en las palabras de los profetas que en las tradiciones jurídicas del Pentateuco (halaka). Esto no lo podemos ignorar a la hora de entender y actualizar un texto como este que Lucas ha construido sobre la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Jesús era un profeta y el pueblo lo veía como tal. Es eso lo que Lucas quiere subrayar en primer lugar y por eso ha “empalmado dos textos de Isaías para ajustar su mensaje liberador y de gracia.
Incluso se va más allá, ya que Jesús, como profeta definitivo, corrige las mismas experiencias de los profetas del Antiguo Testamento. En esos textos citados por Lucas se hace caso omiso de la ira de Dios contra aquellos que no pertenecen al pueblo de Israel. Dios, pues, el Dios de Jesús, no ama a un pueblo excluyendo a los otros, sino que su proyecto es un proyecto universal de salvación para todos los hombres. Por eso su mensaje es evangelio, buena nueva. Así concluye el mensaje fundamental del evangelio de este domingo, aunque la escena es mucho más compleja y determinante (no obstante, la continuación de la misma se guarda como lectura evangélica para el próximo domingo). Lo importante está dicho: en Galilea, Jesús profeta, rompiendo el silencio de Nazaret, nos trae la buena nueva a todos los que la anhelamos, aunque seamos pecadores. Nadie está excluido de la salvación de Dios.