La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio nos presenta un encuentro de Jesús con un leproso. Todos sabemos lo que suponía ser leproso en tiempo de Jesús. La persona leprosa era excluida del pueblo para que no contaminara a la comunidad. Perdía todos sus derechos y se le prohibía toda relación con los demás. Entrar en relación con un leproso suponía estar excluido también hasta no estar purificado. Una vez más vemos a Jesús situándose ante las personas, no del lado de la ley y lo correcto, sino desde la visión de humanidad, de compasión; de acercamiento y acogida al excluido. Sin reparar en las consecuencias. Entre nosotros, en nuestra sociedad hoy, hay múltiples “leprosos” que retiramos para que nos dejen “vivir en paz”:
Nuestra postura, si queremos ser coherentes con el Evangelio que hemos escuchado, no puede ser la de ir creando cada vez más barreras que provoquen marginación y exclusión. Como Jesús, nuestra postura ha de ser la de ponernos al lado del excluido, implicándonos en su recuperación, en su derecho a tener una vida digna. Y todo esto, como le pasó a Jesús, a riesgo de ser nosotros los excluidos. El Amor de Dios manifestado en Jesús permite que toda persona tenga derecho a salir de la marginación y vivir una vida plena. Es nuestro trabajo. |