El viento cesó y vino una gran calma.
Jesús nos ha invitado hoy a pasar a la otra orilla; me gusta pensar que ir a la otra orilla es emprender el camino sinuoso de la fe. Por eso dice Jesús “pasemos”, porque este paso entra en el terreno de lo pascual, de la muerte y la vida, del paso del no creer y estar en la muerte, a creer y recobrar la vida.
Jesús nos invita y Él se duerme, ¡qué bonito!, ¿nos deja solos en este camino? Eso puede parecer, pero incluso cuando Jesús duerme, como en esta travesía por el lago, incluso entonces, “el guardián de Israel” está cuidando de su pueblo, está sosteniendo nuestra fe, está a la espera de que todos los signos y milagros que hemos visto, toda la enseñanza que hemos escuchado, mueva nuestros corazones y los inunde de confianza, de abandono, de disponibilidad hacia la voluntad de Dios. ¿Por qué sois tan cobardes? La pregunta de Jesús resuena en nuestro corazón, porque, es verdad, ¡qué cobardes somos, Señor! ¡Cuánto nos cuesta creer! ¡Qué poca fe tenemos en Ti!
Estamos más preocupados por no morir y seguir sobreviviendo, que por entregar la vida hasta el extremo y recobrarla para la vida eterna. La pregunta de Jesús atraviesa los siglos y llega hasta ti y hasta mí para que despertemos de una vez y comencemos esta travesía hacia la otra orilla, confiados en su promesa, la promesa de una patria mejor, la futura, la del cielo.
¿En qué tienes puesta la fe? ¿Dónde se apoya y cimienta tu vida? ¿Qué cosas te impiden creer y abandonarte en Dios? Cuando la cobardía te esclaviza y te impide vivir en la voluntad de Dios, ¿a quién o a qué acudes para salir de esa situación?