22/7/21

EVANGELIO VIERNES 23-07-2021 JUAN 15, 1-8 XVI SEMANA TIEMPO ORDINARIO



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

                                              Es palabra de Dios


REFLEXION

El texto es precioso. Estar inserto en la vida verdadera, formar parte de los planes del viñador, crecer con la misma savia, dar frutos porque estamos unidos a Él, que es la verdadera vid. ¡¿Qué más se puede pedir!?

Sí, algo más: hacer realidad, hacer creíble, ese texto que no se cita mucho y que a mí me parece fundamental: Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado. ¿Por qué no se citará más?¡Qué texto tan sacramental, tan vivificador! “El sacramento de la palabra, decía Ortega, es un sacramento de difícil administración”. Cuanto más el sacramento/bálsamo de la Palabra. Las palabras de Jesús vienen a dar al traste con muchas concepciones, no diré teológicas, pero sí de algunas prácticas sacramentales que a muchos les resulta opresivas y no liberadoras.

Estar limpios por su Palabra, por haberla escuchado, por habernos adherido a su mensaje, por haber confiado en Él, por haber estado atento cuando nos proclaman la Palabra y a la que respondemos al unísono, como signo de aceptación total: Palabra de Dios. Te alabamos, Señor. ¿Cabe mayor confesión de fe y confianza en su Palabra, en Él, el viñador, la vid, el viñedo completo, que es la Palabra viva sanadora, purificadora?

Previamente le pedimos perdón al Señor, reconociendo nuestras faltas, con el Yo confieso… o con el Señor, ten piedad… y a continuación, tras las lecturas, Él nos da la respuesta: Por mi palabra estáis limpios,porque la hemos escuchado atentamente, no oído como quien oye llover, y, por eso, la aceptamos, la queremos hacer realidad verdadera, y necesitamos acogerla con limpieza interior, con franqueza y corazón amplio. Así nos insertamos en la Viña/Vida y no somos un racimo colgando sin sentido, esperando que alguien nos arranque de la vid o que nos sequemos porque ya no tenemos savia, convertidos en rugosas pasas, sin habernos exprimido y dado lo mejor de nosotros mismos.

Solo así el vino de la Eucaristía, al igual que el pan, transustanciado, transignificado y, por tanto, transfinalizado, en sangre de Jesús, nos hace partícipes de la vida divina. Nos lleva más allá de la inmediatez y materialidad de los elementos utilizados: el pan, el vino. Se ha producido una, bien podemos llamarlo así, transfusión de vida.  Todo va “más allá”.

“In vino veritas” decían los clásicos. “En el vino está la verdad”. Si se bebe en exceso, la verdad que se pueda decir con el vino, resulta es un trabalenguas absurdo, irrisorio. Benjamín Franklin decía: “Toma consejo en el vino, pero decide después con agua”. Tomemos vida en el vino/sangre de Cristo, pero decidamos, actuemos, con el agua derramada de su costado, agua que salta hasta la vida eterna. Para eso, simbólicamente, las mezclamos.

Todos estos símbolos del evangelio de San Juan están llenos de contenido y hemos de desentrañarlos. No están dichos porque sí, sino porque quieren transmitirnos la verdad de fondo: comer su pan/cuerpo, beber su vino/sangre es participar ya de la Vida nueva del Reino.

                             Fr. José Antonio Solórzano Pérez O.P.
                              Casa San Alberto Magno (Madrid)