Los testimonios de las apariciones en la octava de Pascua nos ayudan a prolongar y profundizar en la experiencia del Resucitado. María Magdalena ha sido testigo privilegiado de este acontecimiento. Ella ha acompañado a Jesús en su camino. Estuvo en el momento de la cruz. Ahora está también presente junto al sepulcro. El dolor se transforma en impulso que la lleva a no cejar en su búsqueda del Señor. Hoy también vivimos tiempo de incertidumbre, de dolor y de búsqueda.
Timothy Radcliffe nos recuerda que «Jesús le dijo: María. Ella se volvió y le dijo en hebreo: ''Raboni' (que significa maestro)". Es preciso perder a Cristo si queremos encontrarlo otra vez, sorprendentemente vivo e inesperadamente cercano. Lo tenemos que dejar ir, quedar desconsolados, llorar por su ausencia, si queremos descubrir a un Dios más cercano a nosotros de lo nunca imaginado. Si no recorremos este camino, nos estancaremos en una pueril e infantil relación con Dios.»
La desorientación y la confusión son parte de esta experiencia que nos abre a una nueva intimidad con el Señor resucitado. Es precisamente desde esta vivencia que somos enviados como María Magdalena a ser testigos de la Resurrección. Este acontecimiento nos pone en marcha, nos hace implicarnos en nuestra realidad y nos lleva a un renovado compromiso. Es oportuno recordar la expresión del Papa Pablo VI que, proclamaban que la Pascua es el paso de vida de condiciones inhumanas a condiciones de vida humanas. Este sigue siendo el desafío del tiempo que vivimos.