El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.
El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El texto del Evangelio de San Juan está en clara relación con la primera lectura de los Hechos. Jesús es el Señor del Espíritu por antonomasia. Él dice y hace presente a Dios de una manera absoluta y definitiva. En la teología del cuarto evangelista, en la persona de Jesús se patentiza de manera diáfana el rostro de Dios. Con Él comienza ya para los hombres la Vida Eterna.
La clave está en recibir en toda su plenitud este testimonio mediante la fe, no quedarse “en la tierra”, no percibir solo en su Palabra palabras de hombre que pueden ser importantes, incluso benéficas, pero a las que les falta la plenitud del Espíritu. Es lo que dijo Pedro a Jesús cuando les preguntaba a los discípulos sobre su identidad y si también querían abandonarle como otros tantos: “¿Adónde vamos a ir? Solo Tú tienes palabras de Vida Eterna” (Jn 6, 68).
Solo en Dios podemos encontrar la Verdad, el auténtico sentido de la vida. Para esto vino Jesús, el Señor del Espíritu, ese Espíritu que derramó en su último aliento de vida desde la cruz, un aliento de amor profundo, trascendente, inmortal, vivificador que nos hace confesarle como Señor y nos anima a vivir en eternidad ya en esta vida.