Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio de hoy continúa con el discurso del pan y con una afirmación por parte de Jesús que va a hacer que los judíos suban el tono de su discusión: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne? Los judíos entienden las palabras del Maestro en sentido real, no metafórico y por ello las cuestionan.
El pan del que habla Jesús se hace ahora carne que hay que comer. Los judíos discuten cómo puede ser eso, y él responde que es necesario comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre. Jesús no explica el cómo, sino que reafirma la necesidad de este pan y los efectos que produce: la vida eterna y la resurrección en el último día. La insistencia en el comer y el beber son afirmaciones claras de comunión personal con Jesús. No se trata, solo de aceptarle como un Maestro que hay que seguir, sino que se tratar de entrar en comunión vital y existencial con Él. Por medio de la comida y de la bebida uno vive en el otro. Esto sólo puede entenderse desde la experiencia del Resucitado y desde el Espíritu que conducirá a los discípulos a la verdad plena.
La comida eucarística no puede realizarse sin la otra comida: la de hacer de la existencia de Cristo nuestro propio alimento. Quien come permanece en Jesús, en su vida. De la misma manera que el Padre es el horizonte y sustento de la vida de Jesús, así lo es Jesús para quien cree en él y come del pan que el Señor da. Se trata de un pan que llena de sentido la vida del creyente y que le ayuda a afrontarla y superar la muerte. Una nota final clausura el discurso, indicando el lugar: Todas estas cosas dijo en una sinagoga enseñando en Cafarnaúm.
Jesús es el único capaz de saciar al ser humano, frágil y vulnerable; sólo él, su carne y su sangre, dan vida en plenitud porque apangan el hambre y la sed de toda persona. ¿Cómo participamos de la comensalidad que Jesús nos ofrece?