Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».
El capítulo 6 del evangelio según San Juan está titulado como “La Pascua del Pan de vida”. Tiene tres parte, la primera es el gran signo mesiánico de la multiplicación de los panes; la segunda, que es la parte donde se recoge el texto de hoy, es el discurso del pan de vida, un discurso que termina escandalizando a los oyentes; y la tercera parte es la confesión de Pedro reconociendo que sólo Jesús tiene palabras de vida eterna y es el Santo de Dios.
En el evangelio de hoy, distinguimos dos mensajes, en el primero, Jesús revela su identidad: Yo soy, acompañada de una de las siete (número que indica totalidad) definiciones que hace de sí mismo: pan de vida, la verdadera luz, la puerta, el buen pastor, la resurrección, el camino, la vid verdadera. Yo soy el pan de vida. El que viene a mi no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed.
¿Por qué se define Jesús así? Porque se da cuenta de que lo buscan porque les ha dado de comer y Él no ha venido a llenarnos el estómago sino a darnos el alimento que permanece para la vida eterna (Jn 6,27). El Padre nos da el pan verdadero que es Jesús-Sabiduría, Palabra de Dios. Y Jesús nos da su cuerpo, verdadero Pan de Vida. Por eso en la Eucaristía participamos de la doble mesa, la mesa de la Palabra y la mesa del Pan y el Vino transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Sólo Él puede saciar nuestra hambre y sed de paz, de amor, de misericordia, de perdón, de justicia, de felicidad, los demás dioses y señores de la tierra no nos satisfacen. Éstos viven de nosotros, comen y engordan a costa nuestra. Pero el Señor, nuestro Dios se entrega a nosotros y por nosotros, da la vida como “Pelícano Sagrado” para alimentar a todos sus hijos y que no perezca ninguno.
En el segundo mensaje de este evangelio, Jesús nos pide que tengamos fe en Él. El pueblo, a pesar de haber presenciado ese gran signo de la multiplicación de los panes, sigue sin creer en Él. También a nosotros nos puede pasar lo mismo. Comemos de su pan, bebemos de su vino, escuchamos su palabra y seguimos sin creer en Él. Quien me obedece, no pasará vergüenza, los que cumplen mis obras, no llegarán a pecar (Si 24,32). Porque los que creen en Él no quedarán defraudados.
Jesús nos revela que la voluntad del Padre es que todo el que le reconozca como el Hijo de Dios, tenga vida eterna y resucite en el último día.
Oración
Gracias, Señor, por ser el alimento que sostiene mi vida, que mantiene viva mi fe y mi esperanza, que aumenta mi capacidad de amar y perdonar. Gracias por tu Palabra, pan de sensatez, que guía y dirige mis pasos. No permitas que me aparte de ti. No dejes que mi corazón se endurezca y mis oídos se cierren. Dame tu Palabra, Señor, que fortalezca mi voluntad y la acomode a la tuya. Dame tu Cuerpo y tu Sangre que me haga crecer en el amor a ti y a los demás. Tú que eres el verdadero Pan del cielo, haz que fortalecida con este alimento espiritual, viva siempre por ti y para ti y resucite a una vida nueva.