En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea, o de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Nos encontramos ante uno de los llamados milagros de la naturaleza, la multiplicación de los panes y peces, que curiosamente encontramos en los cuatro evangelios. El relato comienza con la preocupación de Jesús al ver la cantidad de gente que le sigue y no tener con que alimentarle: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?» Se proponen dos soluciones: la de Felipe, y la de Andrés, pero ambas, tanto los doscientos denarios, como los cinco panes de cebada y los dos peces, parecen ser insuficientes para dar de comer a tanta gente. No obstante, la segunda parece ser la más adecuada: aunque es poco, parte de lo que tiene alguien y está dispuesto generosamente a ponerlo a disposición de todos y compartirlo. Jesús acepta el desprendido gesto del muchacho, y tras una oración de acción de gracias, comienza a repartir a unos y a otros. Lo que objetivamente parecía insuficiente, la generosidad del chico junto a la intervención de Jesús se transforma en abundancia y sobre abundancia: sobran doce canastos. El Reino de Dios es un reino de plenitud, de derroche para todos y cada uno. La narración es muy iluminadora. Aunque nos parezca poco, cuando somos capaces de poner lo que tenemos, nuestros talentos, nuestros dones, nuestros bienes, al servicio de la comunidad, Jesús es capaz realizar el milagro y multiplicarlo. Lo que parece insuficiente se transforma en super abundancia. El relato es también símbolo de la Eucaristía. La celebración es el lugar donde sacramentalmente hacemos presente la fraternidad-sororidad. Por ello no puede quedar reducido a un rito vacío que no se traduce en gestos concretos en la vida cotidiana. En cada Eucaristía, cuando nos dejamos transformar por Jesucristo, “asimilamos su modo de vivir y deseamos compartir su misión de compasión por el mundo”. (Vídeo del Papa, Por una vida eucarística, julio 2023). |