Jesús, al comienzo de su vida pública, se encontraba a orillas del lago donde unos pescadores, tras una noche de bregar, pero infructuosa, estaban limpiando sus redes; Él les pide que alejen un poco la barca y, sentándose en la borda, enseñaba a la multitud de gente que le seguía. Al finalizar la enseñanza, le pide a Simón que reme mar a dentro y que eche las redes para pescar, Simón condescendiente, pero incrédulo, le dice que “por su palabra” lo hará. El resultado es la conocida como “pesca milagrosa”, que no podían subir los peces a la barca porque, era tal cantidad, que resultaba imposible y tuvieron que avisar a los socios para que les ayudasen. Simón, como siempre impetuoso, le dice al Señor que se aparte de él porque es un pecador, también los hijos de Zebedeo, asombrados, se encuentran atónitos y dejándolo todo le siguieron. Aunque parece una historia novelada, el trasfondo de todo esto es comprender que cuando ponemos nuestra confianza en el Señor, Él no nos defrauda nunca. No debemos esperar únicamente que nos consiga bienes materiales, como fue la abundancia de peces, hay que confiar que Dios, encarnado en Jesús de Nazaret, nos acompañará siempre y nos facilitará el camino que nos impone su seguimiento. No debemos esperar hechos extraordinarios siempre, debemos encontrar la presencia de Dios en las cosas pequeñas e insignificantes, como decía Santa Teresa de Jesús: “Dios anda entre los pucheros”. Esforcémonos en buscar esa presencia de Dios, abramos nuestro corazón y nuestra mente a su Palabra, pues en definitiva, es la razón de nuestra vida, y si somos capaces de confiar en Él, no nos dejará nunca de su mano. ¿Nos consideramos poseedores de la sabiduría de este mundo? ¿Somos capaces de fiarnos totalmente de Él? ¿Estamos dispuestos a seguirle aunque nos resulte difícil? |