17/3/21

EVANGELIO JUEVES 18-03-2021 JUAN 5, 31-47

               

EN aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

Palabra del Señor

REFLEXION:

El pueblo de Israel tuvo muchas ocasiones, a lo largo de su historia, de comprobar la acción de Dios en su vida. Más de una vez estuvo al borde de la desaparición (consúltese la historia en Egipto o la vida de la reina Ester) y se vieron salvados de forma milagrosa. Dicho con otras palabras, podían haber sido más fieles a la Alianza que Dios, de forma puramente graciosa, concertó con ellos.

Y, sin embargo, nada de eso. Al faltar Moisés, todo se torció. Se hicieron un becerro de oro, y se inclinaron para adorarlo. Desagradecidos. Una vez más, estuvieron al borde de la destrucción. Menos mal que Moisés era hábil en el arte del diálogo. Sobre todo, sabía que Dios era fiel, aunque el pueblo no lo fuera tanto. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”». Y Dios se arrepiente.

Nuestra vida es como la del pueblo de Israel. Momentos de mucha cercanía a Dios nuestro Padre, y ocasiones en las que otros ídolos (poder, dinero, trabajo, envidias, pornografía…) entran en nuestras vidas, llenan nuestros corazones y no dejan hueco para Dios. Es lo que hay.

¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene el único Dios? Es la crítica, muy dura, de Jesús. Es que la salvación no está nunca garantizada. Aunque seamos de los de “Moisés”, de los de la vieja guardia, de los de toda la vida en la parroquia. Creer o no creer. Ésa es la cuestión. Ahí nos jugamos todos mucho. No es como empieza nuestra historia, sino como acaba.

Seguramente, en nuestra vida hemos sido agraciados con muchos dones por parte de Dios. Y, con mucha probabilidad, no siempre lo hemos agradecido lo suficiente. O, incluso, le hemos dado la espalda, nos hemos negado a aceptar esos dones, o los hemos desaprovechado. El que esté libre de estos pecados, que tire la primera piedra. Jesús nos recuerda que ya tenemos todo lo necesario para salvarnos. Moisés, los profetas, y su mismo testimonio. Así que hay que revisarnos, ajustar lo ajustable, y seguir siempre buscando la voluntad del Padre. Que así sea.

Vuestro hermano en la fe, Alejandro Carbajo, C.M.F.