7/3/21

EVANGELIO LUNES 08-03-2021 LUCAS 4, 24-30

                    HABIENDO llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga:

      «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Palabra del Señor

REFLEXION :

Miremos a Jesús en la sinagoga de Nazaret en medio de sus paisanos recordando a un Dios Padre de todos los que confían en Él. El Espíritu Santo que guía a Jesús y la palabra del profeta Isaías son como la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús fuera de su pequeño pueblo.

Lucas pone en esta primera escena de la vida pública de Jesús el rechazo del pueblo judío contra él: un rechazo que culminará con la muerte en la cruz. Así, lo que comenzó siendo simpatía y admiración, se cambia en hostilidad. Desprecian a Jesús porque solamente es el hijo de José y no ha tenido maestros que puedan garantizar su conocimiento de la biblia. El odio contra Jesús crece y sus paisanos intentan eliminarlo tirándolo por un barranco, “pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó”. En este gesto hay como un anticipo de su resurrección.

Jesús recuerda a sus paisanos que Dios ofrece la salvación a todos los hombres. Y  para confirmar esta enseñanza recuerda que Elías y Eliseo realizaron milagros entre personas que no pertenecían al pueblo de Israel y lograron entre ellos mejores frutos de conversión.

No somos propietarios de Dios, sino sus humildes servidores, por eso el cristiano no se avergüenza de arrodillarse ante Él y dar una mano a su prójimo sin mirar el color de su piel.