30/12/23

EVANGELIO DOMINGO 31-12-2023 SAN LUCAS 2, 22-40 OCTAVA DE NAVIDAD FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

 





Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

                                            Es palabra de Dios

REFLEXION

El evangelio de hoy, en su conjunto, es toda una historia familiar, con la que Lucas cierra lo que se conoce como el "evangelio de la infancia" (aunque queda el último episodio en Jerusalén). La intencionalidad de esta lectura para la liturgia de hoy es manifiesta; quizás por lo que se afirma de que cumplieron "lo que prescribe la ley del Señor". Es una familia que quiere ser fiel a Dios, y en aquella mentalidad la fidelidad a Dios se manifestaba precisamente en el cumplimiento de todo aquello que exigía la ley del Señor. De hecho, el texto podría reducirse a los primeros versículos y al final de este conjunto (vv. 22-23"39-40). Entonces quedarían descartados, a todos los efectos, el episodio de Simeón y de Ana, en el momento de la purificación de la madre y de la presentación de Jesús al Señor en el templo. Por lo tanto habría que incidir en el sentido de la vida familiar, de una familia judía, piadosa, probablemente de educación farisea, que era lo común, que no se sale de la norma tradicional y religiosa. No es este un matiz a olvidar, porque deberíamos aproximarnos siempre a la figura de Jesús desde la normalidad de una vida en el judaísmo de la época, en la normalidad de trabajo y de la vivencia familiar.

Bien es verdad que Lucas concluye su relato con una expresión que va más allá de lo que es vivir normalmente: "el niño crecía en sabiduría (sofía) y gracia (járis) de Dios" (y. 40; cf. 2,52). Hay mucha intencionalidad en esto por parte del redactor del evangelio. Porque si bien quería presentar el marco normal de una vida de crecimiento de un niño en una familia religiosa, por otra está apuntando a que este niño está llamado a otra cosa bien distinta de los demás. No obstante Lucas ha relatado esta historia de familia con unos pormenores que la hacen especial. En la presentación del niño se debía rescatar al primogénito (cf Nm 8,15-18;18,16) mediante el pago de una pequeña cantidad, cosa que no se nos describe, ya que no lo entiende él como "rescate". Por otra parte, no era necesario en la presentación del primogénito, ni a la purificación de la madre, hacerlo necesariamente en el templo. Pero el evangelista lo quiere así para darle más sentido y para que los episodios de Simeón y Ana (absolutamente proféticos y originales) tengan el marco adecuado. No vamos a incidir a este aspecto, ya que requeriría más explicaciones que las necesarias para la liturgia de hoy.

Pero en la semiótica de todo esto vemos que el "relato de familia se convierte en una propuesta de fidelidad y cumplimiento, aunque con voces proféticas detrás, como la de Simeón y Ana, que están poniendo de manifiesto que este niño está destinado a algo más que ser un judío cumplidor de la ley. Este viejo-visionario vive de la esperanza de algo más que todo eso, y así logra lo que su esperanza le dictan: ver la luz que alumbrará a todas las naciones. El canto de Simeón, el famoso "Nunc dimittis", no deja lugar a dudas, ya que los cantos en estos capítulos de Lucas desempeñan un papel primordial (así es el caso también del Magnificat y el Benedictus). Y de la misma manera la profetisa Ana – cuando la profecía estaba muerta en Israel desde hacía siglos, y una mujer además, no lo olvidemos—, anuncia cosas nuevas de este niño, en una familia, que no se pueden reducir solamente en ser fieles a la ley del Señor, sino a la voluntad salvadora de Dios. Aquí se está anunciando algo inaudito que, sin embargo, crece y se experimenta en la normalidad de una familia religiosa y fiel a Dios.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)