27/2/24

EVANGELIO MIERCOLES 28-02-2024 AN MATEO 20, 17-28 II SEMANA DE CUARESMA

 





En aquel tiempo, subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino:

«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará».

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.

Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».

Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».

Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».

Contestaron:
«Podemos».

Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:

«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.

Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».

                         Es palabra del Señor

REFLEXION

En el camino cuaresmal, mientras vamos subiendo a Jerusalén, la Liturgia nos sale al encuentro con una pregunta fundamental. Jesús alecciona a sus discípulos y les prepara para lo que van a vivir. Es entonces, tras haber mencionado su pasión, muerte y resurrección, cuando nota que quienes le acompañan no le siguen. Le siguen físicamente, con sus pies, pero tienen la mirada, el corazón y la mente en otros asuntos.

Sabemos que el que pierde su vida será el que la gane; le hemos escuchado que angosto es el camino para ir al Cielo y proclamamos que su Reino no es de este mundo. Pero en el fondo seguimos anhelando que nuestro camino sea distinto al suyo; que no nos implique tanto y que la fe solo suponga beneficios. Creemos, sí, pero queremos que nuestras vidas en nada se diferencien de las de los que no le han conocido. Nuestros labios profesan a Cristo crucificado pero nuestro corazón sigue deseando con los criterios del mundo. De nuestro cuello o de las paredes de nuestra habitación cuelga una cruz, pero invocamos el poder de Dios para que complazca nuestros anhelos más egoístas. Puede que externamente estemos caminando hacia la celebración de los Misterios centrales de nuestra fe, pero que en nuestro interior sean los deseos mundanos los que marcan el ritmo.

La purificación interior que estamos invitados a vivir en este tiempo pasa, necesariamente, por reconocer lo que llevamos y nos mueve por dentro. Si es verdad que allí donde esté tu tesoro, estará tu corazón (Mt 6, 21). Entonces, para reconocer cuál es nuestro tesoro basta con ver dónde está nuestro corazón: ¿Qué deseas? Porque ser discípulo no significa dejar de desear. El ser humano es un ser de deseos y Jesús lo sabe mejor que nadie. No ha venido a frustrar nuestros deseos, sino a llevarlos a plenitud; a elevarlos a un plano muy superior que nuestra ridícula ansia de ser, de poder y de aparentar.

¿Qué desea mi corazón? ¿Dónde estoy real y existencialmente mientras la comunidad de los creyentes camina hacia la Semana Santa?

Sor Teresa de Jesús Cadarso O.P.
Monasterio Santo Domingo (Caleruega)