19/9/24

EVANGELIO VIERNES 20-09-2024 SAN LUCAS 8, 1-3 XXIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

                         Es palabra del Señor

REFLEXION

La lectura del evangelio de hoy nos pone en sintonía con el grupo de discípulos de Jesús integrado por los Doce y por algunas mujeres que él había sanado. No es la primera vez que vemos a Jesús en compañía o en relación con las mujeres, algo que es su tiempo era impensable para cualquier varón judío. Las innumerables normas que marcaban las relaciones entre el hombre y la mujer relegaba a esta última al ámbito de lo privado, de la casa, la intimidad o los hijos.

Sin embargo, Jesús cambia la mentalidad de su época para abrirles a la nueva realidad del Reino que incluye a todo ser humano, sobre todo a los último, a los que no cuentan, a los excluidos. En el evangelio de Lucas las mujeres son protagonistas de los diferentes acontecimientos que Jesús realiza: son receptoras de la buena noticia del Reino, el Señor las cura, las sana, pone su condición como ejemplo del Reino y las llama a su seguimiento.

No deja de sorprendernos que al igual que el evangelista nos da el nombre de los Doce, aquí también llama a algunas de las seguidoras de Jesús por su nombre propio. María la Magdalena, discípula de Jesús y testigo de su muerte, sepultura y resurrección en los cuatro evangelios. Juana, mujer de un intendente de Herodes, bastante conocido y que acompaña a María Magdalena en los momentos más significativos de la vida de Jesús. Susana y otras mujeres que le ayudaban con sus bienes, que para Lucas tiene un significado más amplio: compartir los bienes trae consigo compartir la vida, la comunión, formar parte de esa comunidad del Reino en esta tierra.

Ser discípula, al igual que discípulo, es entrar en la dinámica de Jesús de Nazaret, adherirse a su persona, ser consecuente con su proyecto hasta la muerte. Ser predicadora de buenas noticias, de una palabra fecunda, que genera vida y vida nueva.

Que las mujeres fuesen discípulas de Jesús en un mundo y en un tiempo donde la mujer no tenía ningún valor, nos habla mucho de la transformación que puede sufrir nuestro mundo, nuestra historia, nuestra mentalidad si realmente nos abrimos a ese Reino de Dios que siempre gesta vida y vida en abundancia.

Así nos lo recuerdan también los mártires que celebramos hoy con la entrega de una vida totalmente resucitada.

Hna. Carmen Román Martínez O.P.
Congregación de Santo Domingo

18/9/24

EVANGELIO JUEVES 19-09-2024 SAN LUCAS 7, 36-50 XXIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:
«Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora».
Jesús respondió y le dijo:
«Simón, tengo algo que decirte».
Él contestó:
«Dímelo, Maestro».
Jesús le dijo:
«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?».
Respondió Simón y dijo:
«Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Le dijo Jesús:
«Has juzgado rectamente».
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
«¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco».
Y a ella le dijo:
«Han quedado perdonados tus pecados».
Los demás convidados empezaron a decir entre ellos:
«¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».
Pero él dijo a la mujer:
«Tu fe te ha salvado, vete en paz».

                              Es palabra del Señor

REFLEXION

Este pasaje es una poderosa enseñanza sobre la gracia de Dios, que está disponible para todos, y sobre la importancia de un corazón arrepentido y amoroso frente a una actitud de juicio y autojustificación.

El amor y el perdón lo vemos sobre todo en la mujer pecadora que muestra que el reconocimiento de los propios pecados y la fe en Jesús conducen al perdón y a una transformación radical del corazón.

La hipocresía religiosa nos la presenta Simón el fariseo con su actitud de juzgar y despreciar a los demás sin reconocer la propia necesidad de perdón.

“La fe salva” es el principal mensaje de Jesús que enfatiza que es la fe de la mujer, y no sus obras, lo que le ha otorgado el perdón y la salvación.

Dios está con los más débiles, con los más pecadores, con los que más fallan, son sus “preferidos”, frente al fariseísmo imperante hoy en día, que piensa que cuanto más se cumpla, cuanto más se obedezca, cuanto más se sigan las reglas, más favor se va a obtener de Dios.

Todas las lecturas de hoy se resumen en que hay que mantener una actitud cristiana humilde y poner toda nuestra esperanza y nuestra fe en Dios, que es quien puede transformar nuestro interior. No podemos hacer nada sin Él.

¿Nos mantenemos firmes en el mensaje de Cristo a pesar de las dificultades y las tentaciones diarias?

¿Qué prevalece en nosotros, el amor o el juicio hacia uno mismo y hacia los demás?

Fraternidad Laical de Santo Domingo de Valencia

17/9/24

EVANGELIO MIERCOLES 18-09-2024 SAN LUCAS 7, 31-35 XXIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?
Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de:
“Hemos tocado la flauta
y no habéis bailado,
hemos entonado lamentaciones,
y no habéis llorado”.
Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: Tiene un demonio; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón».

                        Es palabra del Señor

REFLEXION

La queja de Jesús que refleja  el evangelio proclamado es esa indiferencia de sus contemporáneos al no reconocer las llamadas de Dios a través de las personas y de los sucesos: " Vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: “tiene un demonio”; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “mirad que hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores".

Como los coetáneos de Jesús  solemos rechazar las insinuaciones de Dios, tanto a la penitencia de Juan como la condescendencia de Jesús. Pero la llamada insistente de hoy es acoger el Amor, el sabio designio de Dios. Miremos a lo esencial: en el corazón del hombre Dios ha puesto el Amor, la eternidad. Por eso Pablo dice de la caridad que " permanece", es lo único que permanece eternamente. El amor de donación, o ágape, no es pasión sentimental, al contrario, abraza a todos, no puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo.   El primero, el eros, es para nosotros el punto de partida; el segundo, la caridad, el punto de llegada. Entre ambos existe todo el espacio para una educación al amor y un crecimiento en él.  Pide conversión.

La caridad es aquí y ahora lo que será eternamente. Y para la vida es el único don indispensable.  La caridad es algo de la madurez, de lo eterno. Todo lo demás pertenece a la imperfección de la vida. Vivir la caridad es participar aquí ya del mundo de Dios.

Las notas con que las describe Pablo no son normas a cumplir sino afirmaciones sobre el amor de Dios. Es la sabiduría de Dios. Si no  hubiera sol  todo se quedaría sin luz, así todos los carismas sin el sol de la caridad. Está caridad a base de serenidad y de humildad, de olvido y de don de sí, de servicio y de ayuda mutua, probada con obras, llegará a su plenitud en la visión. La buena sabiduría brota del amor. Y encuentra en la entrega total de Cristo en la cruz como expresión suprema de amor y perdón, su expresión más acabada.

No estamos solos en esta empresa; primero  hemos sido amados. " El amor de Dios de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, con el Espíritu Santo que se nos ha dado". 

Monjas Dominicas Contemplativas
Monasterio de Santo Domingo (Segovia)

16/9/24

EVANGELIO MARTES 17-09-2024 SAN LUCAS 7, 11-17 XXIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío.

Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.

Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:
«No llores».

Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!».

El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.

Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo:
«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo.»

Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.

                                           Es palabra del Señor

REFLEXION

La escena  del evangelio presenta a Jesús como "dador de vida". A Jesús le "da lástima" el dolor de una viuda que ha perdido a su hijo único. Jesús se hace sensible a su dolor y lo que era una comitiva de muerte se convierte en una fiesta de vida. Jesús es una palabra de vida que va más allá de la muerte; le habla al muerto: muchacho a ti te lo digo levántate.

El término “levantarse” no es solo ponerse de pie, también se refiere a volver a la vida. El evangelio lo usará incluso para hablar de la resurrección misma de Jesús.

Es bueno escuchar en medio de nuestros sufrimientos esta palabra de Jesús: levántate. Palabra que nos invita a tener una vida más plena, que nos invita a renovar y hacer nueva la vida.

Jesús nos anima también a salir del llanto y la tristeza, salir de una cultura de muerte. Que nadie tenga que llorar. Ojalá los seguidores de Jesús repitamos siempre sus palabras de misericordia y vida: “No llores, levántate”.

Seguir el gesto de Jesús significa suscitar vida: tener piedad de los que sufren y ofrecerles nuestra ayuda; allí donde la enfermedad, el sufrimiento y la muerte parecen ser definitivas, hacer posible la esperanza de  vida nueva. Es la tarea de los seguidores de Jesús, apostar por una cultura del encuentro que sabe ver al que sufre, acercarse a él, tocar el sufrimiento, llevar una palabra de vida.

Pero nada de esto se realiza sin la fe en el Dios de la vida, sin fe en la palabra de Jesús que es Palabra que da Vida.

Fr. Isidoro Crespo Ganuza O.P.
Convento de S. Valentín de Berrio Ochoa (Villava)

15/9/24

EVANGELIO LUNES 16-09-2024 SAN LUCAS 7, 1-10 XXIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaún.

Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, el centurión le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente:
«Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestra gente y nos ha construido la sinagoga».

Jesús se puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle:

«Señor, no te molestes; porque no soy digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace».

Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo:
«Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe».

Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

                            Es palabra del Señor

REFLEXION

La fe es fiarse de cuanto se dice de Dios, es palabra confiada. No necesita de una verificabilidad de las acciones que Jesús realiza. Aunque la fe es encuentro con un acontecimiento: Jesús, el Cristo, tiene como centralidad la palabra dada como promesa y consuelo que alienta a quien le pide sanación.

Este es el caso del centurión que pide la intervención de Jesús para que curase a su criado, a quien le profesaba gran estima. Unos ancianos judíos le hacen saber que es un centurión que quiere y se preocupa por la gente, incluso había construido una sinagoga en Cafarnaúm.

El diálogo entre Jesús y el centurión resulta muy elocuente. El centurión le hace saber que confía en la palabra del otro, porque sus propias órdenes eran escuchadas y cumplidas por su autoridad. Él confiaba en la autoridad de Jesús: «Di tan sólo una palabra, y mi siervo quedará sano. No soy digno de que entres en mi casa».

La respuesta y enseñanza de Jesús fue la misma curación del criado, y el constatar que no había conocido en un hombre tanta fe. Alguien que, sin ver, confía en la acción salvadora y sanadora de Jesús.

Caminando por la calle, te encuentras gente hablando a solas, inmediatamente concluimos que habla a través del móvil. En uno de esos encuentros fortuitos de transeúntes se oye decir: No hay que fiarse de la gente. Y las razones que se esgrimen son porque hemos sido engañados, nuestras expectativas no se han visto colmadas, o estamos escamados por la experiencia. ¿Qué hemos hecho de la palabra? ¿Ya no transmite? ¿Ya no traduce la fe y la confianza? ¿Estamos comunicados para incomunicarnos más? ¿No estaremos necesitados de una curación de nuestra confianza?

Jesús de Nazaret, no sólo es el hombre de palabra, también es un profeta de hechos. Sana cuanto a nuestro alrededor parece enfermo. Pero para ello se requiere la fe. No comprenderemos la calidad de la experiencia de Dios si no miramos con los ojos de la fe. Vivir desde la confianza es permitir que Dios se manifieste en mi vida en la persona de Jesús, quien sana y salva a su pueblo de la iniquidad.

Que nuestra oración sea confiada, y le pidamos a Dios que nos la aumente, para poder confesar como Tomás: Señor mío y Dios mío.

Fray Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

14/9/24

DOMINGO 15-O9-2024 DECIMOCUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En la primera lectura de este domingo 24 del tiempo ordinario, tomada del tercer poema, o canto, del Siervo de Yhave, el profeta Isaías hace una descripción profética del Mesías, expuesto a toda clase de sufrimientos para expiar nuestros pecados y alcanzarnos la salvación mediante la cruz. Y así, en la sangre del Mesías-Siervo, (Jesús sufriente), queda sellada la nueva Alianza universal y la salvación.

El siervo del Señor personifica el fracaso aparente, atormentado, y tenido por réprobo. Pero revela que en el fracaso puede haber sentido. Dios se le revela presente en el dolor como salvador y enseña a los que sufren a estar a la escucha porque Dios se hace presente en el sufrimiento.

Los relatos de Isaías del “siervo de Yahvé” son textos preciosos que esbozan el perfil del profeta y de las comunidades proféticas de todos los tiempos, incluidas las comunidades comprometidas con la no violencia para la consecución de un mundo mejor para todos y, prioritariamente, para los más oprimidos.

En la carta de Santiago, se nos ofrece una lección fundamental de la vida cristiana: la fe y las obras. Creer en Dios y no vivir según el plan de Dios, es una burla al Señor y un escándalo ante los hombres. Quien ha recibido el don de la fe tiene que hacer obras nacidas de la fe, si no, todo queda en palabras vacías.

Con las obras se muestra la fe. El cristiano se siente inmediatamente invitado a considerar como vive, si su vida está orientada al cuidado del hermano y de la caridad. La fe conceptual no salva, tiene que pasar a lo concreto de la vida. San Agustín: “el verdadero testigo de la fe en Cristo no se contenta con predicarla, sino que percibe las necesidades del prójimo y busca solucionarlas”.

Y en el evangelio de hoy, nuestra atención queda prendida de una confesión: la de que Jesús es el Mesías, el salvador. Pero un salvador, un mesías cargado de dolor y sufrimientos. Estamos ante una invitación al conocimiento de Cristo Redentor y al seguimiento del mismo, pero tomando cada uno su cruz, lo que escandaliza a Pedro.

Y es que el anuncio de la pasión compromete a Jesús a ofrecer a los discípulos las condiciones esenciales para seguirle.

Fr. Antonio Larios Ramos O.P.

Convento de Santa Cruz la Real (Granada)

LECTURAS DEL DOMINGO 15-09-2024 DECIMOCUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Primera Lectura

Lectura del profeta Isaías 50, 5-9a

El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.

El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí?

Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará?

Que se me acerque.

Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?

                                           Es palabra del Señor

Salmo

Sal. 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9 R/. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.

Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco. R/.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida». R/.

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó R/.

Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de los vivos. R/.



Segunda Lectura

Lectura de la carta del Apóstol Santiago 2, 14-18

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?

Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: «Id en paz; abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?

Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.

Pero alguno dirá:
«Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».

                           Es palabra del Señor


REFLEXION

  • Iª Lectura: Isaías (50,5-9): Entrega y decisión a Dios y a los suyos

 Estamos ante es uno de los famosos cantos del Siervo de Yahvé (cf Is 42; 49; 52-53), una de las cumbres teológicas del Antiguo Testamento desde todos los puntos de vista. Pertenecen a la segunda parte del libro de Isaías, al llamado Deutero-Isaías (40-55), en que aparece este misterioso personaje que encuentra el sentido a su misión apoyándose en la palabra de Dios. Si en la primera parte del libro de la consolación se pensaba que el emperador Ciro (emperador persa) sería el elegido de Dios para liberar a su pueblo (pues él dio el decreto del retorno desde Babilonia), a partir del momento en que aparece la figura del Siervo, ya no será necesario apoyarse en un rey o emperador humano para la libertad que Dios ofrece a su pueblo. Las resonancias de estos famosos “cantos del Siervo” son evidentes en pasajes del NT

 Por eso mismo la fidelidad a Dios, a la escucha atenta de su palabra, por encima de las afrentas que debe sufrir, ponen de manifiesto el misterio del dolor como la capacidad que se debe tener frente a toda violencia. Los perfiles de este personaje no están definidos, ni está claro si se habla de un individuo o del pueblo mismo que debe mantenerse atento a la palabra de Dios. Pero los cristianos supieron aplicarlo a Cristo, porque encontraron en esta descripción del Siervo una semejanza inigualable con la vida de Jesús. Lo que para el judaísmo oficial y su teología no podía ser mesiánico, para los cristianos, después de la pasión y la resurrección, preanuncia al Mesías que pude llevar sobre sus hombres los sufrimientos del pueblo y del mundo entero.

  • IIª Lectura: Santiago (2,14-18): Fe verdadera y compromiso cristiano

 La segunda lectura (Santiago 2,14-18) nos enfrenta de nuevo con la parenesis, o la praxis de la vida cristiana. Nos encontramos con uno de los pasajes más determinantes de este escrito en el que se ha visto una polémica con la teología de la fe de Pablo. Se ha dicho que es la parte más importante de la carta, porque se quiere poner de manifiesto que la fe sin obras no lleva a ninguna parte en la vida cristiana. Esto es absolutamente irrenunciable, y a nadie, y menos a Pablo se le podría pasar por la mente algo así como “cree y peca mucho”. Esa falacia no es de Lutero, sino la leyenda de los malpensantes. Creer es confiar verdaderamente en el Dios de la gracia. Pero es posible que algunos quisieran poner a Pablo a prueba en alguna comunidad cristiana y este escrito posterior quiere poner las cosas en su sitio.

 El enfrentamiento no es entre Santiago y Pablo, sino entre interpretaciones que provocan equívocos. Pablo, es verdad, ha puesto la fe en Jesucristo como principio de salvación, y eso es axiomático (elemental y decisivo) en el cristianismo frente a la Ley judía; porque la salvación no puede venir sino de Jesucristo, en ningún caso de la Ley y sus preceptos (esto también es elementalmente cristiano). Pero la fe lleva a los compromisos más radicales, en razón de la gracia de la salvación. De lo contrario el cristianismo sería absurdo, porque el cristianismo no es una ideología, sino una praxis verdadera para cambiar los corazones de los hombres.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)



EVANGELIO DOMINGO 15-09-2024 SAN MARCOS 8, 27-35 XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»

Ellos le contestaron:
«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».

Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»

Pedro le contestó:
«Tú eres el Mesías».

Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.

Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».

Y llamando a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?».

                                                 Es palabra del Señor

REFLEXION

 El evangelio nos presenta un momento determinante de la vida de Jesús en que debe plantear a los suyos, a los que le han quedado, las razones de su identidad para el seguimiento: ¿a dónde van? ¿a quién siguen? El texto, pues, del evangelio, tiene cuatro momentos muy precisos: la intención de Jesús y la confesión mesiánica de Pedro en nombre de los discípulos (vv.27-30); el primer anuncio de la pasión (v. 31); el reproche de Jesús a Pedro y a los discípulos por pretender un mesianismo que no entran en el proyecto de Dios (vv.32-33), que Jesús asume hasta las últimas consecuencias, como el mismo Siervo de Yahvé. Y, finalmente, los dichos sobre el seguimiento (vv.34-37). Este es uno de los momentos estelares de la narración del evangelio de Marcos. La crisis en Galilea se ha consumado y el seguimiento de Jesús se revela abiertamente en sus radicalidades. Galilea ha sido un crisol… ahora están a prueba los que le han quedado, cuyas carencias son manifiestas en este confesión mesiánica. Por eso las palabras sobre el seguimiento de Jesús son para toda la gente, no solamente para sus discípulos. Es el momento de comenzar al camino a Jerusalén, con todo lo que ello significa para Jesús en su proyecto del anuncio del Reino.

 Pedro considera que confesarlo como Mesías sería lo más acertado, pero el Jesús de Marcos no acepta un título que puede prestarse a equívocos. El Mesías era esperado por todos los grupos, y todos creían que sería el liberador político del pueblo. Jesús sabe que ni su camino ni sus opciones son políticas, porque no es ahí donde están los fundamentos del Reino de Dios que ha predicado. Por eso, para aclarar el asunto viene el primer anuncio de la pasión; de esa manera dejaría claro que su mesianismo, al menos, no sería como lo esperaban los judíos y, a la vez, sus discípulos debían aprender a esperar otra cosa. Ya Jesús veía claro que su vida en Dios debía pasar por la muerte. No porque Dios quisiera o deseara esa muerte. El Dios Abbá no podía querer eso. Pero los hombres no dejarían otra alternativa a Jesús, en nombre de su Dios.

 El reproche de Jesús a Pedro, uno de los más duros del evangelio, porque su mentalidad es como la de todos los hombres y no como la voluntad de Dios, es bastante significativo. Jesús les enseña que su papel mesiánico es dar la vida por los otros; perderla en la cruz. Eso es lo que pide a los que le siguen, porque en este mundo, triunfar es una obsesión; pero perder la vida para que los otros vivan solamente se aprende de Dios que se entrega sin medida. El triunfo cristiano es saber entregarse a los demás. No sabemos si Jesús pudo hablar directamente de cruz o estos dichos están un poco retocados en razón de lo que ocurrió en Jerusalén con la muerte histórica de Jesús siendo crucificado bajo Poncio Pilato, quien decidió esa clase de muerte. Pero Jesús sí que contaba ya con la muerte, no veía otra salida.

 Por eso, la cruz, en los dichos, es la misma vida. Nuestra propia vida, nuestra manera de sentir el amor y la gracia, el perdón y la misericordia, la ternura y la confianza en la verdad y en Dios como Padre. Eso es “una cruz” en este mundo de poder y de ignominia. La cruz no es un madero, aunque para los cristianos sea un signo muy sagrado. La cruz está en la vida: en amar frente a los que odian; en perdonar frente a la venganza. Esa es una cruz porque el mundo quiere que sea una cruz; no simplemente un madero. La cruz de nuestra vida, nuestra cruz (“tome su cruz”, dice el dicho de Jesús), sin pretender ser lo que no debemos; sin vanagloriarnos en nosotros mismos. La cruz es la vida para los que saben perder, para los que saben apostar. Por eso se puede hablar con sentido cristiano de “llevar nuestra cruz” y no debemos avergonzarnos de ello. No porque nuestro Dios quiera el sufrimiento… pero el sufrimiento de los que dan sentido a su vida frente al mundo, viene a ser el signo de identidad del verdadero seguimiento de Jesús.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)

13/9/24

14 DE SEPTIEMBRE : EXALTACION DE LA SANTA CRUZ






La festividad de la Exaltación de la Santa Cruz viene a recordarnos que del árbol de la cruz surgen la salvación del género humano, la liberación del pecado y el triunfo sobre la muerte

 Introducción

Al comienzo del capítulo V de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, que trata del año litúrgico, se afirma: «La santa Madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo... Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación» (SC 102).

En la cruz transfigurada por la resurrección se resume y concentra «la obra salvífica» que Cristo realizó, en ella brillan con luz nueva dos misterios de la redención», junto a ella los creyentes beben, como de fuente inagotable, «la gracia de la salvación». Si la tiniebla resplandeciente envolvía la cruz del Viernes Santo sumiéndonos en dolor inconsolable por la muerte del Señor, en la fiesta de la Exaltación cantamos con alegría y sincero agradecimiento al madero de la cruz, árbol de la vida, símbolo real de nuestra redención. Como reza la liturgia evocando la profecía de Ezequiel', "en medio de la ciudad santa de Jerusalén está el árbol de la vida, y las hojas del árbol sirven de medicina a las naciones» (ant. 2, 1 Vísp;). La celebración litúrgica de este día nos transporta al Calvario para abrazarnos a la cruz, o mejor para dejarnos abrazar por ella, de modo que imprirna su marca en nosotros, pues la cruz es el signo y la señal del cristiano. La cruz nos identifica como discípulos del Crucificado, resucitado por el poder de Dios. La Exaltación de la Santa Cruz, al ponernos en el centro de la memoria y de la contemplación el significado redentor de este árbol de vida, nos invita a la alabanza y a la adoración, los dos ejes de la liturgia de esta fiesta.

Una mirada a la historia

Hasta 1960 en la liturgia romana se celebraban dos fiestas de la Cruz: una el 3 de mayo con el nombre de la Invención o hallazgo de la Santa Cruz, hecho atribuido por la tradición a Santa Elena, la madre del emperador Constantino, y la otra el 14 de septiembre conocida como fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. El nombre alude a la elevación de Cristo en la cruz, de la que él habló en varias ocasiones: «Como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado ("exaltad') el Hijo del hombre» (Jn 3, 14) y, más adelante, «cuando yo sea elevado (`exaltatus') sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). Pero detrás del término «exaltación» está también el antiguo gesto litúrgico, conocido en la tradición oriental y occidental, de colocar en alto la reliquia de la Cruz para la adoración de los fieles y la posterior bendición con ella.

' De la fuente del templo brotará un torrente: «Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá... porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente... A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán... Y sus fritos servirán de alimento, y sus hojas de medicina (Ez 47, 9-12).

El origen de esta fiesta está en Jerusalén y aparece relacionado con la invención de la cruz de Cristo. El primer testimonio de una reliquia de la cruz venerada en Jerusalén nos lo ha transmitido San Cirilo de Jerusalén en su primera catequesis mistagógica pronunciada hacia el año 348, donde afirma que «existen muchos testimonios verdaderos de Cristo», y se remite al «lignum crucis», al madero de la cruz, el cual hasta el día de hoy se puede ver entre nosotros, y en otros lugares, pues muchos peregrinos, movidos por la fe, arrancaron un trozo, llenando con estos fragmentos casi todo el orbe (10, 19: M. J. Rouét de Journel, Enchiridion Patristicum. Herder, Barcelona, 1962, 303).

Un poco más tarde la peregrina Egeria, de origen galaico, se refiere también a una celebración de la cruz en relación con su hallazgo y en el contexto de la dedicación de las dos basílicas constantinianas: Día de las Encenias es llamado aquel en que fue consagrada a Dios la santa iglesia que está en el Gólgota, que llaman Martyrium; pero también la santa iglesia que está en la Andstasis, en el lugar donde el Señor resucitó después de la Pasión, fue consagrada a Dios ese mismo día. De estas santas iglesias son celebradas con sumo honor las Encenias [o sea, la dedicación]; porque la cruz del Señor fue hallada ese día. Y por eso ha sido establecido que, al ser consagradas por primera vez las dichas santas iglesias, fuera el día en que fue hallada la cruz del Señor, para ser celebradas juntamente el mismo día con toda alegría' (A. Arce (ed,): Itinerario de la virgen Egeria (381-384), n. 48. BAC, 416, Madrid, 1980, 319s). Egeria, sin embargo, no nos dice nada de una veneración de la cruz, pues pone todo el acento en la fiesta de la dedicación de las santas iglesias, eso sí, en el día en que fue hallada la cruz de Cristo.

A comienzos del siglo V (415/420) ya tenemos noticias más precisas. El Leccionario armenio de Jerusalén testimonia que el 14 de septiembre se celebraba la dedicación de la iglesia del Martyrium, edificada sobre el lugar de la crucifixión, y se mostraba a la veneración de los fieles la reliquia de la Santa Cruz. Desde comienzos del siglo VII en Constantinopla se celebra esta fiesta ligada al rito de la Exaltación de la Cruz en un lugar elevado para ser venerada por la multitud.

A mediados de este siglo encontramos el mismo rito de exposición de la reliquia de la Cruz en Roma, primero en la basílica vaticana; unos años más tarde el papa Sergio I (687-701) hizo llevar otro trozo de la Cruz del Vaticano a Letrán, y "desde entonces, como dice el Liber Pontificalis, éste fue besado y adorado por todo el pueblo cristiano el día de la Exaltación de la Santa Cruz".

La devoción a la Santa Cruz se intensificó en este siglo a causa de la profanación a que fue sometida por los persas, que saquearon Jerusalén, pasaron a cuchillo a sus habitantes, destruyeron las basílicas y se apoderaron de la Cruz el 5 de mayo de 614. El emperador Heraclio los derrotó en el año 630 y recuperó la Cruz, llevándola de nuevo a Jerusalén y "todo el pueblo se llegó a adorar con gran solemnidad la cruz del Señor, vuelta a su primitivo lugar" (Fliche-Martin: Historia de la Iglesia. Vol. V, p. 93). Es en este tiempo cuando los testimonios litúrgicos abundan en referencias a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz que se celebraba el 14 de septiembre. En Occidente esta fiesta se mantuvo en concurrencia con la del 3 de mayo hasta 1960.

En España hay un lugar venerable donde se conserva el mayor trozo de la cruz de Cristo: es el santuario de Santo Toribio de Liébana, en plenos Picos de Europa. Sobre la historia de esta preciosa reliquia del Lignum Crucis, fray Prudencio Sandoval, cronista de la orden benedictina, aporta los siguientes datos: «Siendo Rey de Asturias don Alonso el Católico primero de este nombre, yerno del Rey don Pelayo, se traxeron y pusieron en ese monasterio las arcas santas, llenas de reliquias, con el precioso madero de la Cruz de Christo, y con ellas el cuerpo de Santo Toribio, obispo de Astorga, que las traxo como dixe de Jerusalén; que esto quieren dezir las historias de Castilla, que dizen que en tiempo del Rey don Alonso se pusieron en este monasterio» (Diccionario de Historia Eclesiástica de España IV, 2351). La devoción al Santo Madero de la Cruz en torno a Santo Toribio se remonta al corazón de la Edad Media, pero no quedó encerrada en la comarca lebaniega. La periódica celebración de los Años Santos lebaniegos acerca la insigne reliquia a la veneración de los peregrinos, introduciéndolos en el Misterio Pascual de la muerte y resurrección del Señor mediante la participación en los sacramentos de la reconciliación y la Eucaristía. […]

Conclusión

La Exaltación de la Santa Cruz nos invita a la acción de gracias y a la adoración: por el madero de la Cruz nos vino la salvación; en ella ha muerto, por nosotros, el Hijo de Dios, misterio de salvación que lo acogernos en la fe postrados en humilde adoración. La cruz es el signo de la victoria del amor y de la gracia, porque en ella Cristo derrotó a los poderes de este mundo, el pecado y la muerte. La cruz nos identifica como cristianos, porque nos introduce en el destino sacrificial del Maestro. Por la muerte de Cristo en ella, la cruz, de instrumento de tortura y maldición, ha pasado a ser el símbolo de la redención. Ella nos abraza cuando nos signamos a lo largo de la vida, desde el mismo umbral del bautismo hasta el momento de cerrarnos los ojos al concluir nuestra peregrinación por este mundo. La cruz corona nuestros montes como señal que invita a elevar más arriba la mirada; está en los caminos a modo de brújula celeste que nos orienta en las encrucijadas de la vida; preside nuestras iglesias como memoria perpetua de la obra de la redención que en ellas conmemoramos. La cruz no es un amuleto o un bello adorno para orejas, nariz o cuello; la cruz es el símbolo más serio, más entrañable, más exigente y comprometedor, porque es el signo de la vida alcanzada al precio de la muerte. A los cristianos nos corresponde mostrar en todo tiempo y lugar la veneración y estima por este signo santo.

«Cuando hagas la señal de la Cruz, procura que esté bien hecha. No tan de prisa y contraída, que nadie la sepa interpretar. Una verdadera cruz, pausada, amplia, de la frente al pecho, del hombro izquierdo al derecho. ¿No sientes cómo te abraza por entero? Haz por recogerte; concentra en ella tus pensamientos y tu corazón, según la vas trazando de la frente al pecho y a los hombros, y verás que te envuelve en cuerpo y alma, de ti se apodera, te consagra y santifica.

¿Y por qué? Pues porque es signo de totalidad y signo de redención. En la Cruz nos redimió el Señora todos, y por la Cruz santifica hasta la última fibra del ser humano. De ahí el hacerla al comenzar la oración, para que ordene y componga nuestro interior, reduciendo a Dios pensamientos, afectos y deseos; y al terminarla, para que en nosotros perdure el don recibido de Dios; y en las tentaciones, para que él nos fortalezca; y en los peligros, para que él nos defienda; y en la bendición, para que, penetrando la plenitud de la vida divina en nuestra alma, fecunde cuanto hay en ella.

Considera estas cosas siempre que hicieres la señal de la Cruz. Signo más sagrado que éste no lo hay. Hazlo bien, pausado, amplio, con esmero. Entonces abrazará él plenamente tu ser, cuerpo y alma, pensamiento y voluntad, sentido y sentimientos, actos y ocupaciones; y todo quedará en Él fortalecido, signado y consagrado por virtud de Cristo y en nombre de Dios uno y trino».

José María de Miguel González O.SS.T.

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),