En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
Es palabra del Señor
REFLEXION
La lectura del evangelio de hoy nos pone en sintonía con el grupo de discípulos de Jesús integrado por los Doce y por algunas mujeres que él había sanado. No es la primera vez que vemos a Jesús en compañía o en relación con las mujeres, algo que es su tiempo era impensable para cualquier varón judío. Las innumerables normas que marcaban las relaciones entre el hombre y la mujer relegaba a esta última al ámbito de lo privado, de la casa, la intimidad o los hijos.
Sin embargo, Jesús cambia la mentalidad de su época para abrirles a la nueva realidad del Reino que incluye a todo ser humano, sobre todo a los último, a los que no cuentan, a los excluidos. En el evangelio de Lucas las mujeres son protagonistas de los diferentes acontecimientos que Jesús realiza: son receptoras de la buena noticia del Reino, el Señor las cura, las sana, pone su condición como ejemplo del Reino y las llama a su seguimiento.
No deja de sorprendernos que al igual que el evangelista nos da el nombre de los Doce, aquí también llama a algunas de las seguidoras de Jesús por su nombre propio. María la Magdalena, discípula de Jesús y testigo de su muerte, sepultura y resurrección en los cuatro evangelios. Juana, mujer de un intendente de Herodes, bastante conocido y que acompaña a María Magdalena en los momentos más significativos de la vida de Jesús. Susana y otras mujeres que le ayudaban con sus bienes, que para Lucas tiene un significado más amplio: compartir los bienes trae consigo compartir la vida, la comunión, formar parte de esa comunidad del Reino en esta tierra.
Ser discípula, al igual que discípulo, es entrar en la dinámica de Jesús de Nazaret, adherirse a su persona, ser consecuente con su proyecto hasta la muerte. Ser predicadora de buenas noticias, de una palabra fecunda, que genera vida y vida nueva.
Que las mujeres fuesen discípulas de Jesús en un mundo y en un tiempo donde la mujer no tenía ningún valor, nos habla mucho de la transformación que puede sufrir nuestro mundo, nuestra historia, nuestra mentalidad si realmente nos abrimos a ese Reino de Dios que siempre gesta vida y vida en abundancia.
Así nos lo recuerdan también los mártires que celebramos hoy con la entrega de una vida totalmente resucitada.