En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaún.
Jesús se puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle:
«Señor, no te molestes; porque no soy digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace».
Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.
Es palabra del Señor
REFLEXION
La fe es fiarse de cuanto se dice de Dios, es palabra confiada. No necesita de una verificabilidad de las acciones que Jesús realiza. Aunque la fe es encuentro con un acontecimiento: Jesús, el Cristo, tiene como centralidad la palabra dada como promesa y consuelo que alienta a quien le pide sanación.
Este es el caso del centurión que pide la intervención de Jesús para que curase a su criado, a quien le profesaba gran estima. Unos ancianos judíos le hacen saber que es un centurión que quiere y se preocupa por la gente, incluso había construido una sinagoga en Cafarnaúm.
El diálogo entre Jesús y el centurión resulta muy elocuente. El centurión le hace saber que confía en la palabra del otro, porque sus propias órdenes eran escuchadas y cumplidas por su autoridad. Él confiaba en la autoridad de Jesús: «Di tan sólo una palabra, y mi siervo quedará sano. No soy digno de que entres en mi casa».
La respuesta y enseñanza de Jesús fue la misma curación del criado, y el constatar que no había conocido en un hombre tanta fe. Alguien que, sin ver, confía en la acción salvadora y sanadora de Jesús.
Caminando por la calle, te encuentras gente hablando a solas, inmediatamente concluimos que habla a través del móvil. En uno de esos encuentros fortuitos de transeúntes se oye decir: No hay que fiarse de la gente. Y las razones que se esgrimen son porque hemos sido engañados, nuestras expectativas no se han visto colmadas, o estamos escamados por la experiencia. ¿Qué hemos hecho de la palabra? ¿Ya no transmite? ¿Ya no traduce la fe y la confianza? ¿Estamos comunicados para incomunicarnos más? ¿No estaremos necesitados de una curación de nuestra confianza?
Jesús de Nazaret, no sólo es el hombre de palabra, también es un profeta de hechos. Sana cuanto a nuestro alrededor parece enfermo. Pero para ello se requiere la fe. No comprenderemos la calidad de la experiencia de Dios si no miramos con los ojos de la fe. Vivir desde la confianza es permitir que Dios se manifieste en mi vida en la persona de Jesús, quien sana y salva a su pueblo de la iniquidad.
Que nuestra oración sea confiada, y le pidamos a Dios que nos la aumente, para poder confesar como Tomás: Señor mío y Dios mío.