María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio de hoy nos cuenta el anuncio del nacimiento de Jesús a José, que estaba comprometido con María. José sabía que el hijo que María espera no es suyo. Según la ley debía denunciar públicamente que ella lo había engañado, con lo que María estaba condenada a morir apedreada. José “como era justo” decide abandonarla en secreto; entonces el ángel le revela en sueños el plan de Dios: María dará a luz al Salvador esperado.
En palabras de Benedicto XVI: “Se nos muestra una vez más un rasgo esencial de la figura de san José: su finura para percibir lo divino y su capacidad de discernimiento. Sólo a una persona íntimamente atenta a lo divino, dotada de una peculiar sensibilidad por Dios y sus senderos, le puede llegar el mensaje de Dios de esta manera. Y la capacidad de discernimiento era necesaria para reconocer si se trataba sólo de un sueño o si verdaderamente había venido el mensajero de Dios y le había hablado”.
Dios se sirve de José, hombre sencillo y de profunda fe, para llevar adelante la historia de la salvación. José, como María, no pone obstáculos, entra en el misterio sin comprenderlo a fondo, se fía y colabora con docilidad y confianza, se abandona a la voluntad de Dios y deja todo en sus manos.
Sólo sabe obedecer quien sabe escuchar, y José obedece a la Palabra, la pone en práctica. Sólo el que se pone en actitud de escucha es “utilizado” por el Señor para llevar adelante sus planes. Cuando alguien se deja guiar por Dios, a pesar de la oscuridad de la fe, al final brilla la luz. María y José escriben una historia de amor única e irrepetible porque se fían de Dios. Nos invitan a confiar más en su gracia que en nuestras cualidades, más en sus planes que en los propios. No caminemos dejando de lado su voz, prefiriendo no saber lo que Él quiere, confiemos más y más en el Señor.
Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.
Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a Aran, Aran engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.
David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.
Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquín, Eliaquín engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo, catorce.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Pudiera pensarse que el pasaje del evangelio de Mateo que hemos escuchado no pasara de ser una lección genealógica, tan de moda en nuestros días, pero que se queda ahí. Y nada más lejos de la realidad. Mateo nos remonta a Abrahán, y con ello enlaza con la promesa hecha a los padres. La descendencia en quien se cumple la promesa es Jesús y éste íntimamente conectado con la realidad de los descendientes, es decir, con el género humano lleno de luces y de sombras, necesitado de ser plenamente iluminado.
Por esto se van señalando las generaciones. Un listado que encierra pecadores y extranjeros. Y con ello se nos recuerda que Dios no hace acepción de personas, porque a todos ama y con todos cuenta porque a todos ofrece la salvación. Judá, de su nuera Tamar engendra a Farés y Zará. Una unión ilegítima. El, la tomó por una ramera y cuando le comunican que está encinta, la condena. La prenda entregada en aquella relación, pone ante sus ojos lo ocurrido: él no ha cumplido la palabra dada. En la genealogía de Jesucristo, Farés es uno de los ascendientes.
Los extranjeros también lo están. Booz de Rut la moabita, engendra a Obed. Dios por boca de los profetas señala que se hará un pueblo conformado por todas las naciones. Él ha querido adentrarse en la historia de la humanidad así. En Él todos encontramos nuestro lugar y nadie puede ni debe ser preterido.
Y siguiendo el hilo genealógico de Jesucristo, cuando se llega a José, la línea se quiebra, para dar el salto: “José, El esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. De todos se viene señalando “engendró” y así la sucesión genealógica no se interrumpe. La legalidad se mantiene. El detalle tiene importancia, porque se trata del Verbo eterno del Padre, la segunda Persona de la Trinidad Santa, de la misma naturaleza del Padre, Hijo de Dios y de María Virgen. Concebido virginalmente por obra del Espíritu Santo. Es la novedad total.
Es el señalado por Jacob cuando bendice a Judá. Aquel que había de venir. Y viene él mismo a pastorear a sus ovejas. Y lo hace asumiendo la naturaleza humana de María, el que a ella la ha santificado por los méritos de su amorosa pasión. Y así Dios nos sorprende con sus actuaciones en la historia. En nuestra historia.
¿Gozamos celebrando su primera venida?
¿Aguardamos y preparamos su retorno al final de los tiempos?
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”.
Él le contestó:
“No quiero”. Pero después se arrepintió y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo.
Él le contestó:
“Voy, señor”. Pero no fue.
¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?».
Contestaron:
«El primero».
Jesús les dijo:
«En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».
Es palabra del Señor
REFLEXION
El Evangelio nos presenta hoy este mandato del “dueño de la viña”. La respuesta de cada uno de los dos hijos es, o puede ser la nuestra: decir que voy, pero luego no ir, o bien, decir que no y después hacer lo que se me pide. Dios es el dueño de la viña en que vivimos: el mundo, nuestra ciudad, nuestra parroquia, nuestra familia… A ella nos envía en su nombre y lo hace porque confía en nosotros. Es más, nos manda en su nombre.
La opción que tomemos marcará nuestra propia vida y la de quienes viven con nosotros, definirá nuestra fe y la hará meramente teórica y baldía o se convertirá en Amor, es decir, en el fruto que espera el Señor de mí para mí y los míos.
El relato de la viña y la terrible “moraleja” que Jesús dirige a los fariseos hipócritas no escapa a nosotros: que los publicanos y prostitutas les precederán en el Reino de los Cielos no tiene solo una finalidad crítica hacia ellos, sino también para los que, de entre nosotros, no seamos diligentes en el cuidado de nuestra parcela del Reino. Estas palabras del Señor fueron el título de una obra dramática del recordado sacerdote y escritor José Luis Martín Descalzo y en ella se nos mostraba las grandes hipocresías de los que, diciéndose “maestros” cristianos, no solo no iban a cuidar de la viña sino que impedían a los demás, especialmente a los más humildes y denostados, que fueran.
D. Carlos José Romero Mensaque, O.P.
Fraternidad “Amigos de Dios” de Bormujos (Sevilla)
Formo parte del laicado dominicano desde 2006 motivado por el estudio y devoción al Santo Rosario y el ejemplo de dos frailes. Soy doctor en Historia y en Artes y Humanidades (Teología) y tengo estudios teológicos como profesor de Religión que continúo. Mi actividad como predicador se centra en el estudio de la Historia de la Orden, la catequesis parroquial y la dirección de un programa semanal sobre el Evangelio en YouTube.
En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle:
«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?».
Jesús les replicó:
«Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?».
Ellos se pusieron a deliberar:
«Si decimos “del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le habéis creído?”. Si le decimos “de los hombres”, tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta».
Y respondieron a Jesús:
«No sabemos».
Él, por su parte, les dijo:
«Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».
Es palabra del Señor
REFLEXION
El pasaje de este evangelio tiene su precedente en la expulsión de los mercaderes del templo. Ese gesto profético de Jesús ha provocado una reacción de los sacerdotes y ancianos que quieren ponerlo en un aprieto. Es lo que explica la pregunta insidiosa que le hacen.
Como en otras ocasiones Jesús sale airoso ante la maldad de estos “sacerdotes y ancianos”. El dilema que les presenta los hace retroceder con una respuesta definitiva: no sabemos. Con ello se repliegan esperando una ocasión mejor, donde seguir con su plan perverso de acabar con su vida.
La actitud altanera y orgullosa de estos hombres contrasta con la enseñanza de Jesús.
Él ha dado gracias al Padre porque ha escondido el misterio de la salvación a los sabios y entendidos y lo ha revelado a la gente sencilla (Mt. 11,25). Por eso, la actitud prepotente de estos adversarios le lleva a proponerles una pregunta sobre Juan, a fin de que tomen una decisión.
Ellos se ven obligados a reflexionar sobre su propia actitud equivocada frente al mensaje que Juan traía. Es claro que Jesús no pretende ofrecer una salida fácil a la cuestión planteada; Jesús, como siempre, quiere ofrecer un camino de salvación a quien esté dispuesto a recibirlo con humildad y sencillez. Por eso, pide decidirse ante la figura de Juan el Bautista y ser consecuente con su propuesta. La reacción negativa de sus contrincantes manifiesta su mala voluntad. Jesús se niega a seguir dilucidando con quienes se niegan al diálogo/propuesta de salvación.
Jesús había definido a Juan como el más gran de los profetas, “el mayor nacido de mujer”. Si ellos lo desconocen no es extraño que rechacen su oferta salvadora.
Como en otras ocasiones, el evangelio nos está exigiendo confrontar nuestras opciones de cada día con el mensaje de Jesús. Él está pidiendo coherencia con su mensaje salvador, por esos sus palabras desenmascaran nuestras preocupaciones y nos piden tomar decisiones claras ante Dios. No es bueno rehuir, como los ancianos y fariseos, las respuestas a lo que Jesús propone.
¿Cuál es mi actitud ante la Palabra de Dios: vivo desde la humildad y la sencillez o rehúyo plantearme sus propuestas, desde la comodidad y la abulia?
¿Qué fuerza tiene en mi vida el evangelio de Jesús?
Alcanzamos ya la segunda mitad de nuestro camino de Adviento, el Señor ya está cerca, por eso este tercer domingo es el Domingo “Gaudete”, un día en que tenemos muy presente la alegría del Evangelio.
Y puede parecer extraño que, precisamente, las lecturas de hoy nos hablen de ciegos, cojos, leprosos, oprimidos, hambrientos, cautivos, huérfanos, viudas pero no es así, pues la nuestra es una alegría que mana de la esperanza en el cumplimiento de las promesas de Dios y que no solo no está reñida con la realidad de los sufrimientos que nos rodean, sino que parte precisamente de esa constatación, pues aguardamos la venida del que llega para sanar todas esas situaciones que nos deshumanizan.
La alegre esperanza que reside en un Dios-con-nosotros que nos sorprende, que no deja de actuar, aunque no siempre sea como deseamos, que nos renueva, nos mueve al amor, la unidad y transforma todo el mundo en el que vivimos.
La liturgia hoy nos invita a dejar que esa convicción haga de nosotros un signo, un anuncio de esperanzada alegría.
El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo.
Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Contemplarán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los inquietos: «Sed fuertes, no temáis.
He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios.
Viene en persona y os salvará».
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo.
Retornan los rescatados del Señor.
Llegarán a Sión con cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros.
Los dominan el gozo y la alegría.
Quedan atrás la pena y la aflicción.
Es palabra del Señor
Salmo
Salmo 145, 6c-7. 8-9a. 9bc-10 R/. Ven, Señor, a salvarnos
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. R/.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol Santiago 5, 7-10
Hermanos: esperad con paciencia hasta la venida del Señor.
Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía.
Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca.
Hermanos, no os quejéis los unos de los otros, para que no seáis condenados; mirad: el juez está ya a las puertas.
Hermanos, tomad como modelo de resistencia y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Iª Lectura: Isaías (35,1-10): A la búsqueda de la alegría
La lectura de Isaías evoca una escena de imágenes creativas y creadoras: es como una caravana de repatriados que atraviesa un desierto que se transforma en soto y cañaveral por la abundancia de agua; sanan los mutilados, se alejan los fieras, la caravana se convierte en procesión que lleva a la ciudad ideal del mundo, Sión, Jerusalén: con cánticos. Es una procesión que está encabezada por la personificación de una de las cosas más necesaria para nuestro corazón: La Alegría. Pero no se trata de cualquier alegría, sino de una Alegría con mayúsculas, de una alegría perpetua. Y de nuevo termina la procesión (v. 10), se corta de raíz para que queden alejados la pena y la aflicción (que son el desierto, la infelicidad, la opresión y la injusticia). Es decir, la procesión a la ciudad de Sión la abre la alegría y la cierran la alegría y el gozo.
El Adviento, pues, es un tiempo para anunciar estas cosas cuando las previsiones, a todos los niveles, son desastrosas, como puede ser el exilio o el desierto. Quien tiene esperanza en el Señor comprenderá estos valores que son distintos de los valores con los que se construye este mundo de producción económica e interesada; porque el Adviento es una caravana viva a la búsqueda del Dios con nosotros, del Enmanuel . Es un oráculo, pues, el de Isaías 35, que no puede quedar solamente en metáforas. Estas cosas se han vivido de verdad en la historia del pueblo de Israel y es necesario revivirlas como comunidad cristiana, especialmente en Adviento.
IIª Lectura: Santiago (5,7-10): A la espera del Señor, con entereza
Dos elementos resuenan con fuerza en este texto de la carta de Santiago: la venida (parousía ) del Señor y la paciencia ( makrothymía ). Para ello se pone el ejemplo del labrador, pues no hay nada como la paciencia del labrador esperando las gotas de agua que vienen sobre la tierra. hasta que una día llega y ve que se salva su cosecha. De nada vale desesperarse. porque llegará, a pesar de las épocas de larga sequía. Pero la paciencia de que todo cambiará un día es sinónimo de entereza y de ánimo.
El texto, pues, de la carta Santiago pretende llamar la atención sobre la venida del Señor. El autor hablaba de una venida que se consideraba próxima, como sucedía en los ámbitos apocalípticos del judaísmo y el cristianismo primitivo. Pero recomienda la paciencia para que el juicio no fuera esperado como un obstáculo o un despropósito. Es verdad que no tiene sentido esperar lo que no merece la pena. Hoy no nos valen esas imágenes que se apoyaban en elementos críticos de una época. Pero sí la recomendación de que en la paciencia hay que escuchar a los profetas que son los que han sabido dar a la historia visiones nuevas. No debemos escuchar a los catastrofistas que destruyen, sino a los profetas que construyen.
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”.
En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».
Es palabra del Señor
REFLEXION
El texto de hoy del evangelio viene a ser como el colofón de todos estos planteamientos proféticos que se nos piden. Sabemos que Jesús era especialmente aficionado al profeta Isaías; sus oráculos le gustaban y, sin duda, los usaba en sus imágenes para hablar de la llegada del Reino de Dios. Mateo (que es el que más cita el Antiguo Testamento), en el texto de hoy nos ofrece una cita de Is. 35,5s (primera lectura de hoy) para describir lo que Jesús hace, como especificación de su praxis y su compromiso ante los enviados de Juan. Es muy posible que en esta escena se refleje una historia real, no de enfrentamiento entre Juan y Jesús, pero sí de puntos de vista distintos. El reino de Dios no llega avasallando, sino que, como se refleja en numerosas parábolas, es como una semilla que crece misteriosamente. pero está ahí creciendo misteriosamente. El labrador lo sabe. y Jesús es como el "labrador" del reino que anuncia. El evangelista Mateo ha resaltado que Juan, en la cárcel, fue informado de las obras de Mesías (no dice sencillamente Jesús, ni el término más narrativo del Señor, como hace Lucas 7,24). Y por eso recibe una respuesta propia del Mesías.
El Bautista, hombre de Antiguo Testamento, está desconcertado porque tenía puestas sus esperanzas en Jesús, pero parece como si las cosas no fueran lo deprisa que los apocalípticos desean. Jesús le dice que está llevando a cabo lo que se anuncia en Is 35, y asimismo en Is 61,1ss. Jesús está movilizando esa caravana por el desierto de la vida para llegar a la ciudad de Sión; está haciendo todo lo posible para que los ciegos de todas las cegueras vean; que todos los enfermos de todas las enfermedades contagiosas del cuerpo y el alma queden limpios y no destruidos y abandonados a su suerte. El reino que anuncia, y al que dedica su vida, tiene unas connotaciones muy particulares, algunas de las cuales van más allá de lo que los profetas pidieron y anunciaron.
Finalmente añade una cosa decisiva: ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí! (v.6). Esta expresión ha sido muy discutida, pero gran mayoría de intérpretes opina que se refiere concretamente al Bautista. Ésa es la diferencia con Juan, por muy extraña que nos parezca; porque entre Jesús y Juan se dan diferencias radicales, a pesar del elogio tan manifiesto de nuestro texto (vv.9-10): uno anuncia el juicio que destruye el mal (como los buenos apocalípticos) y el otro (como buen profeta) propone soluciones. Ésa es la verdad de la vida religiosa: los apocalípticos tiene un sentido especial para detectar la crisis de valores, pero no saben proponer soluciones. Los profetas verdaderos, y Jesús es el modelo, no solamente detectan los males, sino que ofrecen remedios: curan, sanan, ayudan a los desgraciados (culpables o no), dan oportunidades de salvación. Nosotros hemos tenido la suerte de nacer después de Juan y haber escuchado las palabras liberadoras del profeta Jesús.
Cuando bajaban del monte, los discípulos preguntaron a Jesús:
«¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».
Él les contestó:
«Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos».
Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El adviento es un tiempo de espera y de esperanza, en cambio el Evangelio de hoy nos cuenta la historia de dos fracasos: el de Juan Bautista y el de Jesús mismo. Elías (referido a Juan) ya ha venido e hicieron con él lo que quisieron, el Hijo del hombre también ha venido y va a padecer.
Parece que no es esperanza lo que transmite, en cambio en este corto texto nos muestra algo que vivimos cada día en nuestra vida: el fracaso, el no ser comprendidos, el sentirnos diferentes que nos asusta y no vemos en ello nada que valga la pena. Sin embargo, para los que seguimos a Jesús, sabemos que el fracaso, el dolor, la persecución, no es lo definitivo, sino que es un paso, a veces necesario, para comprender un estilo nuevo de vivir: la vida, la resurrección, pasa por momentos que parecen definitivamente infranqueables, pero que en verdad, es un camino que humaniza, abre nuevas perspectivas e, incluso, nos llena de esperanza.
El recuerdo este adviento del fracaso por el pasaron tanto Juan como Jesús, hombres buenos, no lleva al desánimo, ni a la desesperanza, sino a una visión luminosa: que la vida vale la pena; ser seguidor de Jesús vale la pena, a pesar de que a veces parece una vida sin salida. ¿Hay algo que dé más esperanza?
Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo:
“Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Una vez concluido el discurso misionero (Mt 10), Mateo escribe una sección en la que recoge las reacciones que suscita el ministerio de Jesús y de sus discípulos. El evangelio de hoy nos sitúa en un contexto de cerrazón por parte del pueblo de Israel. El evangelista vincula de nuevo a Jesús con el Bautista, cuya pregunta acerca de su mesianismo hecha a través de los enviados de Juan (Mt 11,2-3), resuena aún en el ambiente.
En el texto anterior, Jesús se dirigía al gentío, sin embargo, ahora se refiere a “esta generación”, expresión que en el primer evangelio tiene un sentido negativo (Cf. Mt 12,39.41.42.45), generalmente de juicio. Aquí la nota distintiva que define a “esta generación” es la indiferencia: les da lo mismo el camino de Juan que el de Jesús, pues rechazan a ambos.
La primera escena comienza con una pregunta que nos da el tono o la intención de la parábola que a continuación se enunciará. ¿A quién compararé esta generación?
Jesús a través de la parábola pretende hacer una comparación con “esta generación” y unos niños que gritan y juegan en la plaza. Podríamos pensar en primer lugar, que los niños que interpelan a jugar a bodas o a funerales son Jesús y Juan respectivamente. En este sentido se explicaría lo que viene a continuación. Jesús invita a la alegría y no quieren, Juan invita al lamento y a la penitencia y tampoco quieren.
Una segunda interpretación sería más bien lo contrario: es esta generación la que interpela a Jesús y a Juan a jugar y bailar al son de sus músicas o de sus lamentos, pero ni uno ni otro se dejan enganchar por ellos.
También podríamos considerar que “esta generación” de la que habla Jesús, no sabe lo que quiere ni lo que necesita. Pide una cosa y la contraria sin involucrarse, sin implicarse en serio en un camino de conversión.
La segunda escena pone en paralelo la figura de Juan y la de Jesús. A ello contribuye que el autor usa el mismo verbo, “venir”. Un verbo que ya se había utilizado para definirles a los dos: a Jesús como “el que viene detrás de mí es más fuerte que yo” (Mt 3,11); y a Juan como el Elías “que tenía que venir” (Mt 11,14). Tanto comer y beber como dejar de hacerlo, no le parece bien a esta generación. De la ascesis de Juan sacan la conclusión que tiene un demonio dentro (v. 18). En cambio, de la actitud de Jesús deducen que es un comilón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores (v. 19).
Todo el relato pone de manifiesto la resistencia de Israel para convertirse y el evangelista cierra el texto con un versículo de corte sapiencial: “pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras” (v. 19). De la misma manera que Jesús respondió a la pregunta de Juan, mientras éste estaba en la cárcel, remitiendo a las obras (Mt 11,3), ahora vuelve a subrayar que son sus obras las que muestran la sabiduría que viene de Dios.