El capítulo 14 del evangelio de Mateo, nos relata como Jesús, al enterarse de que Juan el Bautista había sido asesinado en la cárcel, decide apartarse junto a sus discípulos a un lugar retirado y tranquilo, pero la gente le sigue por tierra y, al desembarcar, se encuentra rodeado de un enorme gentío y comenzó a predicarles.
Al hacerse tarde los apóstoles le incitan a que despida a la gente para que busquen algo con qué alimentarse en las aldeas cercanas, ya que estaban en descampado, pero Él les dice, no hace falta “dadles vosotros de comer”, ¡pero cómo! Las reservas eran cinco panes y dos peces.
Pero el Maestro alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición y, milagrosamente, el escaso alimento con que contaban se multiplicó, comieron todos, que eran una multitud, y aun recogieron doce cestos con los restos sobrantes.
Jesús nos invita a que seamos nosotros, sus seguidores, quienes alimentemos a nuestros semejantes, con la Palabra que procede de Dios, no solo que cubramos las necesidades de los más vulnerables, sino que, también, seamos portadores de la alegría del evangelio.
No admite la postura cómoda de invitar a la gente a que busque su propio alimento, no, quiere que nosotros facilitemos poder vivir aquello por lo que hemos sido llamados a seguirle, y seamos capaces de transmitirlo a los demás. Nos dice: “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”, es decir, que seamos anunciadores de la Buena Noticia de Jesús y podamos contagiar a los otros la gracia que nos infunde considerarnos “sus” amigos.
¿Nos convertimos en falsos profetas, con tal de conseguir ser honrados por los demás?
¿Estamos convencidos que Jesús nos invita a alimentar a la gente con su Palabra, y dispuestos a hacerlo?
¿Nos consideramos correa de transmisión de la alegría del evangelio?