Navidad es una fiesta de familia. En este contexto navideño la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia, la de Nazaret y la de todas las familias cristianas.
Familia y cristiana, en nuestra sociedad “liquida”, son un calidoscopio de mil formas, en constante trasformación. La familia es, desde hace décadas, la institución más valorada, por los europeos, de todas las edades y clases sociales. Entre otros motivos porque sigue siendo “taller y hogar”, donde las personas aprendemos a ser, encontramos respuesta a esas necesidades profundas de todo ser humano, de amor gratuito, autonomía y pertenencia, valoración y aceptación incondicional, seguridad y protección, acogida y cuidado especialmente de los más débiles, respeto y solidaridad. “Escuela del más rico humanismo” la calificó el Concilio Vat. II, GS 52). En una sociedad narcisista e individualista la familia es el mejor ámbito para el sano desarrollo de la personalidad de los niños y para el bienestar de todas las personas. La ONU le dedicó en 2005 “el año internacional de la familia” por considerarla la “célula básica de la sociedad”.
La familia cristiana no es aquella en que no hay problemas, dificultades y tensiones: no es la familia perfecta. Cristiana, es la familia en la que sus miembros acogen a Cristo y lo ponen en el centro de su vida para que sus penas y alegrías, éxitos y dificultades sean iluminados por su luz y afrontados con su gracia. Nace y se fundamenta en el sacramento del matrimonio, comunidad de vida y amor (Vat. II, GS 48). Un amor gratuito, fiel, exclusivo y abierto a la vida que inspira las relaciones entre los esposos y con los hijos, alimenta la mutua entrega y donación y la solidaridad con todas las demás familias y personas. Los Santos Padres la llaman “iglesia doméstica” porque en ella la fe nace, crece, madura y florece en distintas vocaciones… de amor; se hace presente Jesús en la oración, el perdón, la entrega mutua y la caridad y la Palabra de Dios ilumina su camino.
Hoy es una fiesta para agradecer a Dios la fe, el amor y todo lo que hemos recibido de nuestras familias; para encomendar a las que sufren la falta de salud, de trabajo, de amor o el exilio y la marginación. Y para soñar el sueño de Jesús de hacer de la humanidad una familia de hijos de Dios y hermanos.