Lucas nos relata en este fragmento el nacimiento de Juan el bautista.
Zacarías, su padre, recibió el anuncio del arcángel Gabriel de que, a pesar de su edad, él y su esposa Isabel serían bendecidos con el nacimiento de un hijo, cosa que ya habían descartado al no haberlo conseguido en sus muchos años de matrimonio; ante sus dudas el arcángel le dice que enmudecerá como signo hasta que todo lo anunciado suceda.
Al nacer el niño, cuando iban a circuncidarlo, la familia intenta que, siguiendo la tradición, se llamara como su padre, pero Isabel dijo que se llamaría Juan, como había anunciado el ángel; pidieron la opinión del padre que, al no poder hablar, escribió en una tablilla el nombre que había dicho su mujer, superando así la antigua tradición tan arraigada entre ellos, y al momento recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Con este gesto parece que se empieza a germinar ya la nueva era, dejando un poco atrás lo antiguo y dando paso a lo nuevo, creando dudas en los otros, como siempre crea lo nuevo; por eso los familiares se sorprenden por no seguir la tradición que tanto significaba para su pueblo, lo mismo que por la sucesión de hechos extraordinarios que acompañaron este nacimiento, por lo que se preguntan “qué será de este niño pues la mano del Señor está con él”. Es por lo que los relatores posteriores identificaron a Juan como “el Precursor” que anunciaron los profetas para preparar la venida del Señor.
Todo esto fue el principio de la Nueva Era, dejando atrás lo antiguo, pero sin olvidar que éste había sido el germen sobre el que se apoya la Nueva Alianza.
No debemos caer en la tentación de desprestigiar lo pasado pues, aunque a veces se vea superado, ha sido la base sobre la que se sustenta lo nuevo, lo actual. La Historia de la Salvación va superando etapas y, no debemos olvidar, que su desarrollo no depende de nosotros, sino de Dios, pero eso sí, debemos estar atentos a lo que el Señor nos indica y acoplarlo con los signos de los tiempos, para poder trasmitirlo a los demás.
¿Estamos dispuestos a dejarnos refinar en nuestra vida de relación con Dios y recibirlo reflejado en el prójimo?
¿Somos iconoclastas que queremos romper con el pasado sin ser capaces de reconocer lo que de bueno hay en él?