Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto”) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de gloria como escritor y como teólogo, quizá no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e interpretar el conjunto, que en realidad debería contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exégetico y narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.
El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”, controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Y es eso lo que pretende Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del “dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.
El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se representa. Se podía haber elegido unos emisarios más dignos del testimonio que habían de dar. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando parece que todo está perdido para los sin ley, sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los suyos. Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera interpretado que la ciudad de David era Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, la que había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva recogida por Lucas es Belén, pero nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad teológica que histórica.
Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre (phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y Señor (kyrios) con este signo? ¡Desde luego que sí! Pero solo para quien tiene el alma y la conciencia de los pastores y los marginados, de los “sin poder”. Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica, en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos, humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.