Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos “han visto a tu Salvador”,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
“luz para alumbrar a las naciones”
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Es palabra de Dios
REFLEXION
La presentación de Jesús en el Templo, es invitación a profundizar en el misterio de la Encarnación; y dejar clara ante Él la actitud de nuestro corazón.
Tres veces se repite la expresión “según la ley” (2,22.23.24). Así la sagrada familia es presentada como una familia humana, vigorosamente adherida a Dios, fiel cumplidora de la ley; fidelidad simbolizada en la oblación de las dos tórtolas.
No habla el Evangelio del rescate del primogénito como mandaba la Ley porque Jesús desde el principio es el consagrado al Señor. Y así es salvación, gloria de Israel y luz para todos los pueblos.
Vivir en el Espíritu, acoger a Dios como niño tomándolo en nuestros brazos, ser honrados y piadosos saber esperar el consuelo, la promesa de Dios, nos sitúa como a Simeón, en el horizonte luminoso de quien dice creo.
El encuentro con el Señor libera de las sombras de la muerte. Quien se encuentra con el Señor puede morir en paz.
Ver con nuestros ojos al salvador nos lleva a contemplar con paz nuestro tránsito a otros brazos, los del Padre.
Fr. Isidoro Crespo Ganuza O.P.
Convento de S. Valentín de Berrio Ochoa (Villava)