31/1/23

EVANGELIO MIERCOLES 01-02-2023 SAN MARCOS 6, 1-6 CUARTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?».
Y se escandalizaban a cuenta de él.
Les decía:
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

                                    Es palabra de Dios

REFLEXION

A lo largo del Evangelio de Marcos encontramos frecuentemente reacciones de asombro y de admiración ante la figura de Jesús; sus palabras y acciones admiraban y desconcertaban a aquellos que entraban en contacto con Él. Detrás de este asombro subyacía, como subyace para nosotros, la pregunta sobre la identidad de Jesús que de forma especial aparece como un eje transversal en el Evangelio de Marcos. Una pregunta que queda siempre como en suspenso hasta el capítulo octavo, como dejando trabajar en cada uno el misterio de aquel hombre que provocaba, a la vez, atracción en algunos y rechazo en otros.

En el texto del Evangelio los que se preguntan sobre Jesús son los más cercanos, los de su tierra. Son precisamente ellos, que creen conocer bien a Jesús y tal vez por eso, quienes se sienten incapaces de descubrir en ese rostro tan cotidiano, en el hijo de una mujer del pueblo, al Dios que viene a su encuentro. Se podría decir que tienen una imagen definida y previa de quién es Jesús y no pueden abrirse a una verdad más profunda sobre Él.

A nosotros nos pasa un poco parecido. Tenemos imágenes demasiado fijas  sobre las realidades y personas que tenemos delante. Con frecuencia hemos decidido lo que pueden dar de sí, lo que podemos esperar de ellas; son demasiado “normales”, demasiado “normales” para nosotros y nos cuesta descubrir que Dios está ahí, presente, vivo. Que es precisamente a través de lo pequeño desde donde actúa y manifiesta su amor transformante.

La falta de fe de aquellos que hombres y mujeres que escuchan a Jesús admirados es muchas veces la nuestra. Nos acostumbramos a oír hablar sobre Jesús, nos fascina su mensaje y su vida pero nos cuesta reconocerlo en la persona que acaba de llamar a nuestra puerta, en ese trabajo que repetimos todos los días, en ese acontecimiento sorpresivo que rompe nuestros planes. 

Continúa el Evangelio diciendo que Jesús allí no pudo hacer ningún milagro. Y es que si no tenemos fe en Él, en los otros y en nosotros mismos ¿Cómo serán posibles los milagros? Recuerdo que alguien, a quien se le había encargado muy joven una fuerte responsabilidad,  me contaba un día lo difícil que había sido para él hablar a un auditorio de personas que se consideraban a sí mismas como muy eruditas. Me decía, recordando sus caras: “Se notaba que no esperaban nada de mí.” Y efectivamente cuando no creemos en la otra persona, ni esperamos en ella, es difícil que podamos abrirnos para recibir el regalo de vida que lleva para nosotros. Y no hay milagro sino es a través de un tú que sale a nuestro encuentro y que acogemos.

A la luz del Evangelio de este día, pidamos al Señor que nos permita mirar la realidad de cada día con ojos de fe. Preguntémonos cuales son nuestras dificultades para hacerlo y hagámonos conscientes de que no hay espacios vacíos en nuestra jornada en los que Dios no nos hable y nos acompañe. En todo Él está presente.  

Hna. María Ferrández Palencia, OP
Congregación Romana de Santo Domingo

30/1/23

31 DE ENERO : SAN JUAN BOSCO, FUNDADOR DE LOS SALESIANOS

 





En él se ha visto un promotor social, un educador entregado, un catequista, un apologista, un escritor fecundísimo, un defendor del papa y de la Iglesia, un soñador, un taumaturgo. Armonizó trabajo y oración, llegando a una unificación perfecta de acción-contemplación. Por eso podemos decir que fue contemplativo en la acción.

Presbítero, fundador de la Sociedad de
San Francisco de Sales (salesianos),
patrono del cine

Castelnuovo de Asti (Italia), 16 de agosto de 1815 - Turín, 31 de enero de 1888

A Don Bosco le han admirado y querido hombres muy distintos, de muy diferente origen e ideología: hombres de Iglesia, educadores, políticos y, sobre todo, ¡los jóvenes!. Unos lo han contemplado como un "sencillo sacerdote"; otros como "un hombre leyenda". En él se ha visto un promotor social, un educador entregado, un catequista, un apologista, un escritor fecundísimo, un defendor del papa y de la Iglesia, un soñador, un taumaturgo.

Profundamente humano, profundamente hombre de Dios

Alguien ha dicho que Don Bosco es uno de los santos más completos de la historia cristiana. En él se unen admirable y armónicamente los dones de naturaleza y de gracia, de manera que lo humano no queda anulado, sino impregnado de los divino. La impresión que produce es la de un hombre abierto, capaz de inspirar estima, confianza y afecto, capaz de amar. Es un hombre simpático y atrayente, alegre y optimista, activo y dinámico, trabajador y austero, enérgico y tenaz, manso y sencillo, prudente y audaz. Pero, sobre todo, sabe leer la historia en que está inmerso con una mirada de fe. Es un hombre de Dios.

Hoy es una convicción arraigada que Don Bosco oraba mucho. A veces, casi furtivamente, por su pretensión de no hacerse notar. Oraba solo, en su habitación, y oraba con los jóvenes. Oraba antes de predicar y de confesar, antes de afrontar situaciones delicadas. Oraba especialmente en las dificultades y en las pruebas durísimas que le acompañaron a lo largo de toda la vida. Vivía en una constante unión con Dios. Eugenio Ceria termina su estudio sobre Don Bosco aludiendo a la pregunta que se hicieron algunos contemporáneos suyos, impresionados por el inmenso trabajo que desarrollaba: «¿Cuándo rezaba Don Bosco?» La pregunta se hacía ante Pío XI, y el papa, buen conocedor del santo, no dudó en responder que sería mejor preguntar cuándo no rezaba Don Bosco. Y es que Don Bosco, hombre de acción intrépida, fue también hombre de oración profunda. Armonizó estupendamente trabajo y oración, llegando a una unificación perfecta de acción-contemplación. Por eso podemos decir que fue contemplativo en la acción.

Este estar inmerso en Dios le lleva a una confianza sin límites, a un profundo y sencillo abandono en Dios. Solía decir a sus primeros colaboradores: «Cuando nos encontremos cansados, agobiados por las tribulaciones, alcemos los ojos al cielo». Es su manera de pensar y de actuar. La actitud de fe que le abre a los males del mundo para prevenirlos y curarlos, estimula también el dinamismo de una esperanza que lo impulsa a la acción. Lo mismo que la fe y el amor, la esperanza es también omnipresente en la vida de Don Bosco. Confiando en la Providencia de Dios, se lanza a lo que humanamente parece imposible. Y entre los frutos de esta esperanza, está su connatural alegría, su optimismo, su confianza en los hombres, su paciencia inalterable, su sensibilidad pedagógica, su audacia y perspicacia.

Ella lo ha hecho todo

Toda la vida de Don Bosco gira en torno a Dios; pero gira también en torno a María. Está siempre presente en su vida. Desde muy niño le enseña su madre a invocarla, a saludarla tres veces al día en el «ángelus», a rezar cada tarde el rosario; y él asimila con naturalidad esta devoción sencilla. Ella se convierte en la madre que está siempre a su lado, mientras trabaja, estudia o duerme. Aparece en el «sueño» de los nueve años dispuesta a guiarle en la misión que Dios le confía. Y Don Bosco, a lo largo de su vida, mantiene muy viva la certeza de ser conducido y guiado por la mano de la Virgen. Ella, dirá, «es la fundadora y será la sostenedora de nuestra obra».

Primero su devoción mariana se concentra especialmente en la Inmaculada y en la Consolata (Turín). Pero hacia el año 1862 cristaliza la opción mariana definitiva: María Auxiliadora (24 de mayo). En ella reconoce el rostro de la Señora que suscitó su vocación y que fue siempre su madre y maestra. Desde entonces se convirtió en su apóstol. Guiado desde lo alto, empezó la construcción del templo de Valdocco, que es levantado en tres años con las limosnas espontáneas de los fieles. Entre sus piedras, ¡cuántos hechos portentosos! De forma muy clara se manifiesta en estos momentos, como comenta Brocardo, «ese trabajo entre dos», entre Don Bosco y María Auxiliadora, esa misteriosa cooperación, que se remontaba al primer sueño y que ahora se había hecho más fuerte,más continua y más irresistible. El instinto popular no tardó en descubrirlo: Don Bosco era verdaderamente «el santo de María Auxiliadora» y ella era, a su vez, «la Virgen de Don Bosco».

De la mano de María Auxiliadora, levanta iglesias, construye casas, colegios, oratorios para los muchachos de la calle. De su mano funda la Congregación Salesiana, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, la Asociación de los Cooperadores Salesianos. La Virgen le acompaña siempre; ella traza el programa de su vida y le ayuda a realizarlo. Por eso, al final, no puede menos de confesar: «No he dado nunca un paso que no haya sido trazado por la Virgen».

A un año escaso de su muerte, Don Bosco celebra un día la misa en la basílica del Sagrado Corazón de Roma, que él ha construido a petición de León XIII. En esos momentos siente que los recuerdos se agolpan en la cabeza. Toda su vida y su obra están presentes. En medio de la celebración prorrumpe en un llanto copioso y exclama: «Ahora lo comprendo todo». Comprende, en efecto, que su vida ha sido como un gran sueño, un sueño hermoso y fecundísimo, continuación de aquel que tuvo a los nueve años, un sueño lleno de realidades, en el que ella, la Auxiliadora, lo ha llevado de su mano, lo ha conducido paso a paso. Comprende que es ella la que lo escogió, preparó y ayudó; que es ella la que lo ha hecho todo.

Eugenio Alburquerque Frutos

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),

EVANGELIO MARTES 31-01-2023 SAN MARCOS 5, 21-43 CUARTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».
Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando:
«Con solo tocarle el manto curaré».
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:
«Quién me ha tocado el manto?».
Los discípulos le contestaban:
«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “Quién me ha tocado?”».
Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad.
Él le dice:
«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas; basta que tengas fe».
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
«¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida».
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

                                                                  Es palabra de Dios

REFLEXION

En este pasaje nos dice San Marcos que a Jesús le seguía mucha gente. La multitud le seguía porque escuchaban sus palabras, que eran palabras de vida y vida eterna.

Lo siguen personas de toda clase y condición. Hoy nos presenta Marcos a este personaje llamado Jairo, Jefe de la Sinagoga, tiene una hija enferma y quiere decírselo a Jesús, ¿cómo?: se acercó, se postró y lleno de fe le dijo, mi niña está en las últimas; “ven pon la mano sobre ella para que se cure y viva”. Jesús se marchó con él.

La intención del Evangelista Marcos era indicar que Jesús es el verdadero Mesías.

Había entre la muchedumbre una mujer que sufría flujos de sangre hacía doce años, ningún médico le había curado. Oyó hablar de Jesús y se dijo, si logro tocar el manto de Jesús curaré; se acercó a él y le tocó el manto con gran fe y quedo curada; Jesús dijo ¿”quién me ha tocado”?, y al verla le dijo: “tu fe te ha curado, vete en paz y con salud”

Así le pasó al Jefe de la Sinagoga cuando le dijeron que no molestara más al Maestro, su hija había muerto, el Señor le dijo, “No temas; basta que tengas fe.”  Jairo ya tenía fe cuando pensó en ver a Jesús, pero ahora le aumentó al decirle Jesús que le bastaba tener fe, y así fue, la fe del padre curó a la niña.

¿Nosotros tenemos fe y hacemos uso de ella en nuestra vida cuando surgen desgracias y problemas en nuestro caminar de cada día? 

None Dominicas de DarocaMonasterio de Nuestra Señora del Rosario - Daroca

29/1/23

EVANGELIO LUNES 30-01-2023 SAN MARCOS5, 1-20 CUARTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente:
«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo?
Por Dios te lo pido, no me atormentes».
Porque Jesús le estaba diciendo:
«Espíritu inmundo, sal de este hombre».
Y le preguntó:
«Cómo te llamas?».
Él respondió:
«Me llamo Legión, porque somos muchos».
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron:
«Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».
Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar.
Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado.
Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron.
Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca.
Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti».
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

                                                                      Es palabra de Dios

REFLEXION

Jesús vino para regalarnos “vida y vida en abundancia”, para que pudiésemos disfrutar de la alegría de vivir. En todas sus palabras, en todas sus indicaciones busca esta finalidad. El enemigo principal que tenemos para ello es el mal. El mal es lo que hace daño al hombre y le roba su alegría. Es lo contrario al bien, a la bondad. Este es el mal en abstracto, que luego se concretará en diversas acciones que podemos cometer dejándonos guiar por el mal. Y también hay un personaje que encarna el mal, el demonio, “el espíritu inmundo”, que busca que vivamos por su camino.

El evangelio de hoy nos habla de “un hombre poseído de espíritu inmundo”, que era el que dirigía su vida, una vida nada agradable. “Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritándose e hiriéndose con piedras”. Se encontró con Jesús, el que predica y hace el bien, que se atrevió a decirle: “Espíritu inmundo, sal de este hombre”. Pero ese espíritu inmundo, que era “legión”, al suponer que iba a ser expulsado de aquel hombre le pidió que le dejara en aquella comarca, metiéndose en una gran piara de cerdos que estaban “en la falda del monte”. Y esta piara de cerdos se abalanzó acantilado abajo y se ahogaron en el lago. Esta terminación de la muerte de los cerdos nos deja un tanto perplejos. Pero lo que no nos deja perplejos, y es con lo que nos tenemos que quedar es el poder de Jesús de luchar y vencer al mal, en contra del “espíritu inmundo”.

Centrándonos en nuestra vida. Sabemos de la presencia del mal, venga de donde venga, en nuestra vida, el que intenta que no sigamos a Jesús como le hemos prometido. Acabamos de ver el poder de Jesús sobre el mal, sobre el espíritu inmundo. Ya sabemos a quién tenemos que acudir cuando ronde nuestro corazón.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo

28/1/23

DOMIGO 29 DE ENERO : CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 




En el lenguaje común relacionamos la dicha con algo bueno, con algo que provoca gozo interior y con una indecible felicidad que viene de lo profundo de nuestro ser. Para cualquier persona religiosa la dicha verdadera es sentirse en comunión con la divinidad, con Dios. La persona religiosa sabe que vive en este mundo y que se siente ciudadano de la tierra, pero al mismo tiempo, aunque no sepa explicar cómo, también sabe que no es ni pertenece por entero a este mundo, se sabe ciudadano de un espacio y de un tiempo que están más allá de todo aquello que percibe por sus sentidos.

La experiencia religiosa cristiana nace del encuentro entre el ser humano y el espíritu de Jesús resucitado de entre los muertos. Jesús, el Cristo, está presente en medio de nosotros de manera espiritual, que es una manera de ser de la realidad. El cristiano, como persona religiosa, se sabe acompañado de Dios por medio de su Palabra, por medio de gestos y símbolos sacramentales, por medio de acciones portadoras de consuelo y de sentido. El creyente sabe que Dios existe y que su presencia es tan real como el aire que respira, aunque no pueda verlo con sus ojos sensibles.

Las Bienaventuranzas del Evangelio son verdaderas consolaciones porque la persona religiosa, el creyente, como parte de la creación del mundo, no puede dejar de experimentar la desgracia, el dolor, la angustia, la decepción, el sufrimiento, etc. Sin embargo, y al mismo tiempo, encuentra en su experiencia religiosa la fuerza y el impulso necesarios para sobreponerse a todo aquello que es negatividad y que amenaza a su vida y persona. Las consolaciones son momentos trascendentales en nuestra existencia porque por medio de ellas la esperanza descubre que el cielo y la tierra no son dimensiones separadas ni desconectadas entre sí, antes, al contrario, intuye que forman parte de una misma realidad salidas de la mano del creador.

Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P.
Misionero dominico en la Amazonía peruana

EVANGELIO DOMINGO 29-01-2023 SAN MATEO 6, 1-12 CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

                                       Es palabra de Dios

REFLEXION

 El primer gran discurso del evangelio de Mateo (5-7) es muy sintomático en la obra, por su estilo y por su significado, pues se trata, nada más y nada menos, que del Sermón de la Montaña. Hay una intencionalidad en presentar en esta “escuela judeo-cristiana” la predicación de Jesús en esos famosos discursos (los otros son: cc. 10; 13; 18; 24-25), que recuerdan los cinco libros del Pentateuco (la Torah judía). Pero ciñéndonos al texto de hoy, lo más relevante es el comienzo de este primer discurso por las famosas “bienaventuranzas”. Eso quiere decir –en continuidad con el texto elegido el domingo anterior-, que el reinado de Dios se asienta, pues, sobre las bienaventuranzas. No debe caber la menor duda. Son fórmulas clásicas de la tradición oriental y bíblica, como anuncio profético de cómo debe ser el futuro. Por lo mismo, como Dios quiere reinar desde su voluntad soberana, entonces debemos entender que en este texto se ha querido mostrar cuál es la voluntad de Dios en su “reinado”.

 Es casi unánime la opinión de que el texto de las bienaventuranzas procede del “Evangelio Q” como a algunos gusta llamarlo hoy. No podemos entrar ahora en detalles sobre Q, que está en plena actualidad a la hora de acercarnos a las fuentes del Jesús histórico. [Quiero citar dos estudios de síntesis muy al alcance de todos. S. GUIJARRO, Dichos primitivos de Jesús. Una introducción al “proto-evangelio de dichos Q”, Salamanca, 2004; A. VARGAS-MACHUCA (Coord.), La fuente “Q” de los evangelios, Reseña Bíblica, n. 43, Otoño 2004, Verbo Divino, Estella (Navarra), en estos dos estudios podemos encontrar información y la bibliografía de los últimos años]. Esto ha de valernos como referencia puesto que hoy están casi resueltos algunos pormenores: Q tuvo que ser un documento escrito; no eran simplemente tradiciones orales que tenían a mano los profetas itinerantes; a pesar de sus arameísmos, Q se escribió en griego; casi la totalidad de Q se conserva en los evangelios de Mateo y Lucas (se deduce de los 230 versículos en común de ambos evangelios); el orden original de Q está bien reflejado en el evangelio de Lucas y es ese orden el que se usa para citar técnicamente el contenido de Q. El texto de las bienaventuranzas lo tenemos en Lucas con un tono más escueto, dialéctico, radical. No tienen ese carácter interiorista, casi de virtud a conseguir, como en el caso de Mateo (Mt 5,3-11), sino que miran a la situación externa y social de lo que se ve con los ojos y se palpa con las manos. En el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.

 Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hace con el Sermón de la Montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones; viene del hebreo hôy y en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas (Lc 6,20-23). Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto.

 En definitiva, el evangelio de Mateo (5,1-12), concretamente las bienaventuranzas, es la expresión de la mentalidad de Jesús de cómo debemos entender la llegada del Reino de Dios. ¿Son una utopía que propone Jesús, sin visos de realidad? Esa sería la respuesta fácil. No obstante, las utopías (lo que está fuera de los normal), no se proponen para soñar sino para vivir con ellas y desde ellas. La ética de las bienaventuranzas, pues, requiere nuestra praxis. Jesús habla así, no solamente porque soñaba, sino porque las vivía desde su propia experiencia personal y desde ahí sentía la fuerza de Dios y del evangelio con el que se había comprometido. Lo importante es su mensaje, que no puede ser distinto de algo así: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres, y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los limpios de corazón, de los perseguidos por la justicia, de los que hacen la paz, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere ni puede revelarse en el mundo de los ricos, del poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Y por ello ¿dónde debemos estar los cristianos? En el mundo del no-poder, que es el de las bienaventuranzas.

 Podemos añadir algo que nos parece muy pedagógico e imprescindible y que tiene que ver con la praxis misma de las bienaventuranzas. J. Mateos traducía la primera bienaventuranza de la siguiente forma “los que eligen ser pobres porque esos tienen a Dios por rey” y así lo plasma en su edición del NT. Lo justificaba (cf El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Cristiandad, Madrid, 1981) muy acertadamente, porque, en definitiva, no se puede ser “pobre de espíritu” o “en el espíritu” buscando simplemente una interioridad, sino que la opción por la pobreza frente a la riqueza es un reto frente a este mundo de competencia y de injusticia. Pero deberíamos decir, ya un poco fuera de la literalidad del texto y de la posibilidad de la traducción, que esta “opción” de “elegir” debe ser la tónica de todas las bienaventuranzas de Mateo. Y esto es lo que los cristianos deben “elegir” para ser solidarios con los que viven esas situaciones reales. Porque las bienaventuranzas de Jesús se inspiran en la situación inhumana que viven muchos hijos de Dios y es en ese mundo de las bienaventuranzas donde Dios se siente el Dios vivo, el Dios de verdad. Por eso los seguidores de Jesús debemos “elegir”, como opción radical, ese mundo de las bienaventuranzas para que la fuerza liberadora del evangelio cambie ese mundo.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)

27/1/23

28 DE ENERO : SANTO TOMAS DE AQUINO, PATRONO DE LAS ESCUELAS CATOLICAS Y DE LA EDUCACION

 





Nos falta una medida para comprobar los pasos que Tomás ha dado en su itinerario hacia Dios. La única medida es su obra de fraile predicador, de teólogo, el reflejo de su experiencia de Dios. Toda ella ha sido fruto del propósito de servir a Dios en la orden dominicana.

 
Presbítero dominico, doctor de la Iglesia,
patrono de las escuelas y estudios católicos

Roccasecca (Italia), 1225 - Fossanova, 7-marzo-1274 (Canonizado: 18-julio-1323)

Santo Tomás de Aquino es uno de los grandes santos que Dios ha dado a su Iglesia. Merece ser conocido, venerado, invocado. Su lección de vida y doctrina cristiana no debe caer en el olvido. La Iglesia del tercer milenio lo necesita como guía espiritual. Quienes tienen familiaridad con su obra y le tienen devoción lo designan como «el más santo entre los sabios y el más sabio de los santos».

Existencia Teotrópica: Buscador de Dios

Hemos de limitarnos, como en los senderos abiertos en los bosques, a indicar mediante algunas flechas y signos, las huellas de los pasos históricos de Tomás, que es un apasionado buscador de la verdad, y por ello de Dios. Su itinerario tiene una meta, es atraído por Dios, por ello es teotrópico. Desde el año 1225, en que nace, hasta el 7 de marzo de 1274, en que muere, Tomás se esfuerza por ser y por hacerse santo. Tiene conciencia de que es siempre más lo que recibe, que lo que él mismo añade,

pero es muy profunda su intuición de la libertad y de su peso, como de la colaboración con Dios en su itinerario de creatura racional. Vale para su existencia la descripción que él hace del itinerario cristiano del hombre: un movimiento que se dirige a Dios: De motu rationalis creaturae in Deum (ST I, 2 prol.). Como en el itinerario de Parménides hacia la verdad, Tomás, al cruzar los umbrales de la existencia, hace sus opciones, dice no a muchas cosas, y dice sí a Dios, a quien se consagra para ser santo.

La herencia de tres familias

En el camino existencial de Tomás es decisiva la herencia recibida de tres familias complementarias: la de Aquino, la benedictina y la dominicana. Tomás se educa en un ambiente de familia noble, pero rechaza adoptar su estilo de vida; se forma en la vida cristiana y en las letras en la escuela benedictina de Montecasino, pero prefiere hacerse mendicante en la Orden de Predicadores. Y dentro del carisma dominicano, opta por la total dedicación a la teología sapiencial.

La familia de Aquino, en la cual nace Tomás, es de las notables del imperio de Federico II. Tomás viene al mundo en el castillo que la familia tiene en Roccasecca, probablemente en el año 1225. Su padre, Landolfo, no ostenta título nobiliario, pero sí ejerce un cargo importante, es militar de rango, miles judiciarius. La madre, Teodora, es también de noble origen. La última redacción de la biografía de Tocco constata que es de la familia Rossi Caracciolo de Sicilia. Los hermanos son ocho, tres varones: Aimo, Reginaldo y Landolfo, y cinco mujeres: Marotta, Teodora, María, Adelasia y otra de la cual no conocemos el nombre, porque murió siendo niña al caer un rayo en la torre del castillo. En la familia ha recibido la primera educación humana y cristiana, la que sella al hombre para toda la vida.

Otra herencia de valor incalculable es la de haber tenido la fortuna de formarse desde niño con los benedictinos en Montecasino. Allí permanece, a poca distancia de

la familia, pero separado de ella, desde 1230 a 1239, de los cinco a los catorce años. El proyecto de la familia es loable y ambicioso. El padre lo lleva a la abadía, paga 20 onzas de oro, y deja al monasterio la renta de dos molinos, a cambio de la formación del hijo. La escuela de los monjes educa en las letras a los hijos de los nobles, e inicia en la vida monástica a los oblatos. El abad en ese momento es el monje Sinibaldi, de la familia de los Aquino. Un día Tomás podría ser el abad del monasterio más poderoso de Occidente y con ello la familia obtendrá un alto prestigio y una protección segura. Día a día en esa alta colina de Montecasino recibe Tomás el cultivo de su espíritu, vive interno en el colegio, entre compañeros de su edad y monjes que los forman. La anécdota más significativa, narrada por el biógrafo padre Caló, es la de Tomás, interrogando una y otra vez a los monjes, para que le digan quién es Dios: Dic mihi, quid est Deus?

En 1239 Tomás dejó Montecasino para ir a Nápoles, donde tuvo la fortuna de proseguir sus estudios en la primera universidad civil de Occidente, el Studium generale de Federico II, con los maestros Martín y Pedro de Irlanda, bajo cuya dirección conoció obras de Aristóteles, glosado por los comentadores árabes. En esta ciudad Tomás conoció el carisma dominicano, visitó a los frailes predicadores, se hizo amigo de fray Juan de San Julián, y tuvo una nueva experiencia de Dios, que cambió el rumbo de su existencia. Es probable que hayan sido tres los motivos que le llevaron a tomar esa decisión: la vida apostólica del carisma de Domingo apoyada en la gratia praedicationis, el estudio como principal observancia, y la pobreza mendicante. Por ello decide dejar la vida benedictina y opta por hacerse dominico. […]

En 1245 Tomás llega a París, con el hábito dominico que le ha dado el prior Tomás de Lentini en Nápoles, entra a formar parte de la comunidad de Saint Jacques y se incorpora a su ritmo de vida religiosa, de estudio, de apostolado. Allí es novicio, profesa, frecuenta la escuela de Artes y tiene la fortuna de ser discípulo del maestro Alberto de Colonia (San Alberto Magno 6,15 de noviembre)). Tres años más tarde éste le lleva c

onsigo a Colonia, donde se abre un Studium generale, en el cual completa sus estudios de teología, recibe la ordenación sacerdotal y se inicia como bachiller en la enseñanza.

Tomás se manifiesta en la convivencia fraterna amante del silencio, de la reflexión, de la oración. Los compañeros le llaman humorísticamente el 'buey mudo»: bos mutus sicilianus. Alberto descubre su talento al conocer las Reportationes que ha hecho de sus dos cursos más novedosos: el de la Ética de Aristóteles, y el de Divinis Nominibus del pseudo Dionisio. Se conservan en la Biblioteca de Nápoles ambos preciosos manuscritos. Hoy podemos hacer una comparación entre el texto del maestro y la Reportatio del discípulo, y tenemos que confesar que, en precisión, penetración y claridad, el discípulo ha ido más allá del maestro. En estos años de formación Tomás ha asimilado el carisma de los predicadores que se centra en la palabra de Dios, oída, contemplada, celebrada, anunciada al pueblo: Hablar con Dios y hablar de Dios, había propuesto Santo Domingo de Guzmán a sus hermanos.

Magisterio e itinerancia

A la etapa de formación sigue la de comunicación. En 1252 Tomás vuelve de Colonia a París, en la flor de sus 27 años y se incorpora a la Universidad, como bachiller sentenciario en la cátedra del maestro Elías Brunet de Bergerac. Desde su primera lección Tomás da pruebas de su gran ingenio. Su trabajo es iniciar a los estudiantes en la lectura de la Biblia, y de la obra del maestro de las Sentencias, Pedro Lombardo. […]

En las lecciones de Tomás no hay repetición, todo es nuevo. Todo lo pone de relieve en un texto célebre: En sus lecciones Tomás introducía nuevos artículos, resolvía las cuestiones de una manera nueva y más clara con nuevos argumentos. En consecuencia, quienes le oían enseñar tesis nuevas y tratarlas con métodos nuevos, no podían dudar que Dios se los había aclarado con nueva luz; porque ¿se pueden enseñar nuevas opiniones, cuando no se ha recibido de Dios una nueva inspiración? (Tocco: Ystoria, 15, 236). […]

Los años de Tomás bachiller son el tiempo propicio para las grandes intuiciones del pensador integral. No sólo se ocupa de glosar los textos de la escuela. Desciende a la arena de la polémica antimendicante y descubre el valor del trabajo mental, que precede, acompaña y supera al trabajo manual, defiende la legitimidad de una orden dedicada al estudio de la verdad, porque a los predicadores ya no se les da el Espíritu Santo como en los primeros tiempos de la Iglesia se daba a los apóstoles. Tomás cultiva a la par las tres sabidurías y en todas ellas deja la huella de su genio juvenil y creador. Fruto de sus reflexiones y lecturas es la primera filosofía cristiana, expuesta con sencillez de catecismo en el opúsculo De ente et essentia, dedicada a los hermanos, ad fratres et socios, que deben trabajar en la teología. Debido a su influjo y al del maestro Alberto, la orden dominicana adopta un programa de estudios que implica la filosofía. De la prohibición vigente de no «leer» libros de los gentiles en las escuelas cristianas, se pasa al deber de conocerlos y de dialogar con ellos.

En esta época el ritmo de la vida intelectual y espiritual acelera la marcha. Tomás adopta un estilo de vida que ya no abandonará. Es muy breve el espacio que dedica al sueño, dimidiam horam (media hora), dice Tocco. La noche es el tiempo de la oración intensa, de la lectura en silencio, de la reflexión rigurosa. La jornada diaria alterna los actos de la comunidad y los de la enseñanza. La erudición que Tomás posee cuando escribe su Comentario a las Sentencias es envidiable.

Pero lo que sorprende es la madurez sapiencial de su discurso, la claridad, la fidelidad a la verdad revelada y al magisterio eclesial.

La vida no se detiene. La de Tomás es como la de un torrente en crecida. El año 1256 es decisivo en la vida del joven profesor, ya bien conocido en París no sólo en las aulas, sino en todos los centros de la cultura, y hasta en el palacio del rey Luis de Francia, donde un día, invitado a comer, abstraído en sus pensamientos, dio un puñetazo en la mesa, porque había encontrado la posible solución al problema del mal, que coincide con el problema de Dios. Era el problema de los maniqueos. El papa Alejandro IV se interesa por su promoción y pide al rector que le admita a los ejercicios que se requieren para el ingreso en el magisterio de teología. Tomás se resistía, por sentirse poco preparado y por saber que necesitaba dispensa de edad. En la primavera de ese año, Tomás realizó los complicados ejercicios de la Incoeptio, y aunque no fue admitido en el claustro de profesores hasta el mes de agosto siguiente, ya en septiembre de 1256 dio comienzo a los tres ejercicios del maestro: leer, predicar, disputar. No podemos seguirle paso a paso en sus múltiples actividades. Nos basta indicar el horizonte en que se mueve. Tomás conjugará en su existencia magisterio e itinerancia, monotonía de la vida exterior que tiende a repetir, y creatividad sorprendente, 15.000 km del homo viator (hombre en camino) y otros tantos artículos del maestro.

Inicia el magisterio en las aulas de París con su famosa lección titulada Rigans montes(Sal 103, 13) en la primavera de 1256. Y es maestro regente durante tres años, hasta 1259. La mejor aportación de estos años está condensada en las 28 Quaestiones Disputatae de Veritate. Nada semejante en calidad se había visto en el pasado teológico. Tomás penetra a fondo en la cuestión de la verdad. Basta leer el primer artículo en el cual Tomás presenta la síntesis de las nueve definiciones en uso acerca de la verdad, y opta por el concepto de adecuación entre el entendimiento y la realidad. Deja París en 1259 y pasa a Italia. Enseña, predica, dirige un Estudio en Roma. En este tiempo escribe su obra más original: la Summa contra Gentes, o Liber de Veritate catholica contra errores infidelium.

El período más largo de esta época es el que pasa en Orvieto, cerca de la corte papal. El papa Urbano IV estima mucho al maestro Tomás y le encomienda un trabajo arduo: una glosa de los Evangelios a través de las sentencias de los Padres. La llama Catena aurea. Es un monumento de erudición y penetración en el Evangelio. De esta época es también el Oficio del Corpus. Tomás ha comprendido que la Eucaristía es el misterio más alto confiado a la Iglesia. El milagro de Bolsena y la traslación de los corporales ensangrentados a la nueva catedral de Orvieto, han sido la ocasión para que el teólogo Tomás se revele en toda su grandeza componiendo el oficio, con lecturas, himnos, secuencia y música. Todavía hoy la Iglesia no ha encontrado quien exprese mejor que Tomás la devoción a la Eucaristía. En toda la Iglesia sigue vigente su oficio. La tradición hace de Orvieto uno de los lugares donde Jesucristo habló a Tomás: Has escrito bien de mí, Tomás ¿qué premio deseas? —¡Nada deseo sino a ti, Señor!(Tocco: Ystoria, 53).

De este período italiano es su decisión de escribir una obra que recoja con estilo sapiencial, breve, profundo, la teología católica, como sustituto de los libros de las Sentencias. Mientras dirigía en Roma el Studium de la orden, después de un ensayo de comentar de nuevo la obra de Pedro Lombardo, se decide a escribir la Summa Theologiae. En la Suma puso alma y corazón, la pretendía breve, pero le fue creciendo entre las manos a medida que la componía. Se vio obligado a dedicarle la mayor y la mejor parte de su tiempo, pero pudo más que él. Al final, casi a punto, la dejó sin terminar.

De 1268 al 1272 volvió a la cátedra de París, con su trabajo habitual de maestro, de escritor, de predicador. La orden le reconoce su valor y le asigna secretarios para aliviarle el peso. En tres frentes desarrolla su actividad: defensa de la vida religiosa, la asimilación de Aristóteles frente a los averroístas que capitanea Siger de Brabant, y la Summa Theologiae. Finalmente, Tomás vuelve a Italia y se establece en Nápoles en 1272. Regenta la cátedra de Teología, predica en adviento y cuaresma al pueblo, dicta a todas horas a cuatro y cinco secretarios, tiene abiertas al mismo tiempo obras de comentarios a la Escritura, al filósofo (Aristóteles) y a petición de fray Reginaldo, su querido socio, escribe el Compendio de Teología para los muy ocupados, que no disponen de tiempo para largas lecturas. El 21 de enero ofrece una comida extraordinaria para la comunidad en la fiesta de Santa Inés, agradecido al favor que le ha hecho curándolo de las fiebres tercianas. Cuando todo parecía marchar sobre ruedas, le llega la orden del papa Gregorio X, que lo convoca para que participe en el concilio que se celebrará en el mes de mayo en Lyón, para tratar de la unión con los griegos. El papa le pide que lleve su libro, mal titulado Contra errores graecorum. Tomás, maestro y horno viator, acepta la invitación, pero no podrá cumplirla.

Nos falta una medida para comprobar los pasos que Tomás ha dado en su itinerario hacia Dios, tanto en la huida de los vicios, cuanto en el cultivo de las virtudes, de modo especial las cristianas, y en el desarrollo de las gracias especiales, que le han llovido del cielo. La única medida es su obra de fraile predicador, de teólogo, el reflejo de su experiencia de Dios. Se puede afirmar que toda ella ha sido fruto del propósito de servir a Dios en la orden dominicana. Tomás ha dado la medida del ideal del dominico teólogo, que ha unificado las tres sabidurías.

El grano y la paja

A partir del día 6 de diciembre de 1273, Tomás no ha vuelto al Scriptorium. Allí quedan colgados los organa scriptionis (los instrumentos de la escritura). En la misa de San Nicolás le ha ocurrido algo extraño, probablemente místico y al mismo tiempo cerebral. Tomás ha quedado como fuera de sí. No se siente con fuerzas para proseguir su trabajo. Cuando fray Reginaldo le insta para que vuelva a dictar a los secretarios, a dar lecciones, a finalizar la obra, Tomás se resiste, confiesa que no puede, que hay algo que se lo impide. Ante las nuevas insistencias, un día le dice la causa: Reginaldo, no puedo, ante lo que ya he visto, lo que he escrito me parece paja: mihi palea videtur (Tocco: Ystoria, 37, 347). La expresión es auténtica. La interpretación exacta sólo Tomás podría darla. Su obra no sólo es inmensa. Hoy la medimos contando más de ocho millones de palabras, más de 500 cuestiones disputadas, más de diez mil artículos en sólo la Summa Theologiae. Podemos comparar esta obra en extensión con otras, pero en densidad, en sabiduría, en cultura profunda, no admite comparación. Hay en ella paja, que el viento de la historia llevará, pero ¿puede decirse que todo es «paja»? Esta expresión sólo recobra un sentido aceptable, cuando se tiene en cuenta que Tomás ha querido dar respuesta a la pregunta ¿quién es Dios? Y la verdad es que la respuesta a esa pregunta sólo Dios, que se comprende a sí mismo, la puede dar. El misterio de Dios, su santidad, está en que es superior a todo cuanto podamos conocer de él. La «paja» sólo tiene sentido en relación con la espiga y el grano.

Con todo Tomás, obediente al papa, se pone en camino hacia Lyón para participar en el Concilio Ecuménico. Cabalga en un mulo. En un recodo del camino su cabeza da un golpe contra un árbol atravesado, cae al suelo, y se siente molesto. Hace una visita en Maenza a la sobrina Francesca, descansa pero no mejora, pierde el apetito, desea arenques como los de París y por ventura llega un pescador con ellos a la plaza, pero Tomás no tiene apetito. Decide recogerse en la abadía de Fossanova y presiente que allí será el final de su camino. Convive con los monjes alguna semana del mes de febrero, reposa, ora, canta, explica la Escritura. Se dispone para el gran paso: confiesa sus pecados y de rodillas recibe el viático. El teólogo abre su alma ante el encuentro con Dios. Es edificante oírle. Tocco nos transmite sus palabras, que van más allá de la «paja»: Te recibo, precio de la redención de mi alma, y te acojo viático de mi peregrinación. Por tu amor yo he estudiado, he vigilado, he sufrido: Yo te he predicado y te he enseñado; jamás he dicho nada contra ti, y si lo he hecho ha sido por ignorancia, y no quiero obstinarme en mi error; si he enseñado algo acerca de este sacramento o de los otros, lo someto al juicio de la santa Iglesia romana, en cuya obediencia yo salgo ahora de esta vida (Tocco: Ystoria, 58, p. 379).
Tomás cierra sus ojos en el alba de la mañana del 7 de marzo de 1274. Desde el púlpito fray Reginaldo describe su itinerario de virtud en virtud hasta el encuentro con Dios a quien buscaba. Vuelve a Dios, con la inocencia de un niño, con la aureola de un maestro. Cuando su cuerpo recibe sepultura en la iglesia junto al altar mayor, ya queda envuelto con el buen olor de Cristo y con la fama de santidad.

Fr. Abelardo Lobato, O.P.

Más información sobre Santo Tomás de Aquino en la sección de Grandes Figuras

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),

EVANGELIO SABADO 28-01-2023 SAN MARCOS 4, 35-41 TERCERA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».

                                                   Es palabra de Dios

REFLEXION

De nuevo la fe. Circunstancias difíciles en la travesía por el lago. A punto de naufragio. Jesús tranquilo, en medio del pavor de sus discípulos. La reacción más lógica es la de los discípulos.

La navegación había sido solicitada por Jesús. Él les había embarcado literalmente en la travesía del lago. Y no se inmuta ante el peligro en el que le introducido.

Cuando le preguntan si no le importa lo que está sucediendo, actúa. Y el viento se calma.

Y llega el reproche, ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

No, no la tenían tan fuerte que no se amedrentaran ante el peligro de naufragio.

Jesús ya había hecho ante ellos signos de su poder. También había manifestado el cariño hacia ellos. Los quería. ¿Por que no confiaban en él?

Jesús les dice que por cobardía. O, lo que es lo mismo, por falta de fe, de confianza en él.

Salvados, seguían espantados, dice el texto. Se formulaban la pregunta ¿quién es este a quien obedecen el viento y las aguas?

La fe es confianza, es la unión del cariño, el afecto de quien sabe más. Fe en el poder de quien merece esa confianza. Que exige saber de quién te fías. También de su poder.

¿Así es nuestra fe en Dios?

Apéndice

Esta reflexión la hago en la, para los dominicos, fiesta de santo Tomás de Aquino. Hombre de fe profunda; pero que a la vez se esforzó en conjugarla con la razón. Consciente de que la fe ahonda en el misterio, que rebasa la razón. Esta acepta un conocer al que no llega, y reconoce la racionabilidad de lo que la fe afirma.

Una fe, que, en un momento de su vida, fue superada por una experiencia mística, o mejor, alcanzó en ella su dimensión propia, más allá de los esfuerzos teológicos por mostrar su racionalidad. Una experiencia, que superó el inmenso esfuerzo mental que santo Tomás realizó en su vida por ahondar en el misterio de Dios y del ser humano. Pero que, quizás, sin ese esfuerzo no hubiera llegado a tener.

Fray Juan José de León Lastra O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)