La navegación había sido solicitada por Jesús. Él les había embarcado literalmente en la travesía del lago. Y no se inmuta ante el peligro en el que le introducido.
Cuando le preguntan si no le importa lo que está sucediendo, actúa. Y el viento se calma.
Y llega el reproche, ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
No, no la tenían tan fuerte que no se amedrentaran ante el peligro de naufragio.
Jesús ya había hecho ante ellos signos de su poder. También había manifestado el cariño hacia ellos. Los quería. ¿Por que no confiaban en él?
Jesús les dice que por cobardía. O, lo que es lo mismo, por falta de fe, de confianza en él.
Salvados, seguían espantados, dice el texto. Se formulaban la pregunta ¿quién es este a quien obedecen el viento y las aguas?
La fe es confianza, es la unión del cariño, el afecto de quien sabe más. Fe en el poder de quien merece esa confianza. Que exige saber de quién te fías. También de su poder.
¿Así es nuestra fe en Dios?
Apéndice
Esta reflexión la hago en la, para los dominicos, fiesta de santo Tomás de Aquino. Hombre de fe profunda; pero que a la vez se esforzó en conjugarla con la razón. Consciente de que la fe ahonda en el misterio, que rebasa la razón. Esta acepta un conocer al que no llega, y reconoce la racionabilidad de lo que la fe afirma.
Una fe, que, en un momento de su vida, fue superada por una experiencia mística, o mejor, alcanzó en ella su dimensión propia, más allá de los esfuerzos teológicos por mostrar su racionalidad. Una experiencia, que superó el inmenso esfuerzo mental que santo Tomás realizó en su vida por ahondar en el misterio de Dios y del ser humano. Pero que, quizás, sin ese esfuerzo no hubiera llegado a tener.