La vida de Juan era especial. Llamaba la atención. Por eso, los judíos enviaron emisarios a sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Tú quién eres?”.
Y Juan, amante de vivir y decir la verdad, les confesó que no era ni el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Les dijo claramente que era el precursor y el anunciador de Jesús: “Hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.
También nosotros somos los anunciadores de Jesús. Nuestra misión consiste en hablar de Jesús, en presentar a Jesús y su buena noticia: “Este es el Cordero de Dios… Id por todo el mundo y predicad el evangelio”. Aquí nos viene muy bien escuchar las palabras de Juan: “Conviene que él crezca y yo mengue”. Jamás hemos de predicarnos a nosotros mismos, sólo a Jesús, para que habite y crezca en el corazón de las personas. Y que esto mismo suceda en nuestro propio corazón: conviene que Jesús se vaya apoderando más y más de nuestro corazón, que crezca en nuestro corazón, y que nuestros sentimientos e ideas contrarias a Él vayan disminuyendo. Que le dejemos realizar el proceso de cristificación. “Ya no soy yo quien vive es Cristo quien vive en mí”.