Santa Inés es una de las más célebres vírgenes y mártires de las persecuciones romanas. Se trataba de una joven romana de pocos años, unos 13 más o menos. Había consagrado su virginidad a Cristo y no sirvieron amenazas ni malos tratos ni tormentos para hacerla desistir.
Santa Inés es una de las más célebres vírgenes y mártires de las persecuciones romanas. Su alabanza resonó por toda la Iglesia y se hicieron eco de su virginidad y su martirio los Santos Padres y los escritores eclesiásticos. Su elogio en el Martirologio Romano es éste:
«En Roma, el triunfo de Santa Inés, virgen y mártir, la cual, por orden del prefecto Sinfronio, fue echada al fuego, que se apagó por la oración de la santa, y fue pasada a cuchillo. De ella escribe San Jerónimo estas palabras: En los escritos y lenguas de todo el mundo, especialmente en las iglesias, es alabada la vida de Inés, porque venció a la tierna edad y al tirano, y consagró con el martirio el título de la castidad.»
Los elogios a la santa siempre subrayan la doble corona con la que fue coronada: la de la virginidad, que de ningún modo quiso perder, y la del martirio, pues dio la vida a causa de su fe cristiana: la castidad virginal y la fortaleza de la fe.
La leyenda forjó unas actas que no pueden admitirse como auténticas, y por ello lo mejor es retener los datos que la tradición hizo llegar a los Santos Padres de los siglos IV y V y por los cuales la alabanza de Inés, como queda dicho, estuvo en la boca de todos.
En primer lugar, hay que decir que se trataba de una joven romana y que Roma fue el teatro de su martirio, la propia capital del Imperio. Los autores han titubeado entre las persecuciones de mediados del siglo III o la de comienzos del siglo IV. Esto último es lo más común y tradicional.
En segundo lugar, hay que afirmar que era una joven de pocos años, unos 13 más o menos, dato este que resalta en la tradición, pues llamó la atención que con tan poca edad tuviera tanta fortaleza, y que no teniendo edad para ser testigo en un juicio, fuera sin embargo testigo (mártir) de Cristo.
En tercer lugar, hay que decir que se trataba de una joven que había consagrado su virginidad a Cristo, una virgen consagrada, y que por ello rechazaba el matrimonio, pues su alma ya tenía un esposo que era Cristo, al que de ningún modo deseaba ser infiel. Que un pretendiente, despechado de su no aceptación, la denunciara como cristiana no es inverosímil. El despecho lleva fácilmente a la venganza, y vengarse de los cristianos era absolutamente fácil.
En cuarto lugar, hay que decir que confesó intrépidamente a Cristo y que no sirvieron amenazas ni malos tratos ni tormentos para hacerla desistir de su propósito de servir a Cristo y de serle fiel. En realidad más parece que ella misma se presentó como cristiana que no que fuera delatada como seguidora del Evangelio.
En quinto lugar, hay que decir que, aunque una tradición sobre su martirio habla del fuego, lo probable es que fuera muerta al atravesarle una espada o espadín la garganta, forma común de ejecución en Roma. El elogio del Martirologio retiene ambas tradiciones —fuego y espada— como forma de sintetizar la contradicción entre ambas.
Fue enterrada en la vía Nomentana, donde luego la princesa Constantina le erige una basílica, y sus reliquias parecen ser auténticas.
La fiesta de Santa Inés se halla en todos los martirologios, y en Roma se celebraban dos días de su fiesta: el 21 de enero, día de su martirio, y el día 28, llamado de Santa Inés segundo, y correspondiente al día octavo de su triunfo.
José Luis Repetto
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.