La Ley judía tenía 613 preceptos que los fieles judíos debían cumplir. Uno de ellos era el referente al ayuno, que los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos cumplían. Al ver que los discípulos de Jesús no ayunaban le preguntaron “¿por qué los tuyos no?”.
Este contexto nos lleva a plantearnos el sentido del ayuno y de toda práctica ascética. Sabemos que no tienen valor por sí mismas. Siempre se hacen en vistas a algo. Hemos oído decir a Jesús que el mandamiento primero y principal de la ley para sus seguidores es el amor: amar a Dios, al prójimo y a sí mismo. Así que ayunar y cualquier otra práctica ascética hemos de hacerla en vista al amor, buscando siempre aumentar nuestros tres amores: a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.
Por eso, si hay una situación donde puedan entrar en colisión el ayuno y el amor… hemos de dejar el ayuno y vivir con más intensidad el amor. Por lo que si hay un motivo de alegría, y de vivir y potenciar el amor, no se puede ayunar. “¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos?”. Estando con el novio, hay que disfrutar de su presencia y de su amor, entre otras cosas con una buena comida y un “vino nuevo”. No se puede ayunar.
Sabemos que el ayuno que agrada a Dios va por el camino del amor al hermano que es la mejor manera de amar a Dios y a uno mismo. Al final de nuestra vida, el Hijo del hombre no nos preguntará por nuestros ayunos, sino por el amor concreto a nuestros hermanos. “Tuve hambre y me disteis de comer…”.